Diario de León

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Panales redondos para alimentar al oso

El Fapas pone en marcha un proyecto con abejas silvestres en el corredor natural del cantábrico, entre Laciana y Somiedo

Roberto Hartasánchez en una visita junto al naturalista Eduardo Gil a los paneles redondos instalados entre Laciana, Babia y Somiedo.

Roberto Hartasánchez en una visita junto al naturalista Eduardo Gil a los paneles redondos instalados entre Laciana, Babia y Somiedo.

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SUSANA VERGARA PEDREIRA | LEÓN
León

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Han ideado panales redondos de PVC que instalan en mitad del bosque para que las abejas silvestres polinicen el territorio donde vive el oso. Tiene su truco. Es una de las acciones del Fapas, el Fondo para la Protección de los Animales Salvajes. Tecnología para proteger la naturaleza.

Hace 30 años, cuando empezaron, en la prensa se colgaban las fotos de la piel del oso. No eran furtivos. Había batidas en las que los cazadores quedaban impunes. Y eso que, para aquel entonces, era ya una especie en riesgo de extinción.

Aquel grupo de jóvenes naturalistas que se habían matriculado en Biológicas creyendo que sería el medio para proteger a la naturaleza de los hombres, se echó al monte. Dejó la carrera colgada, la matrícula a medias y a sus familias con la boca abierta. El oso era su objetivo. Pero no desde la mira de una escopeta.

Tres décadas lleva Roberto Hartasánchez, director del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes, Fapas, metido en el sotobosque. Con el oso. En singular. Así se refiere él a los casi 200 ejemplares que viven ahora en la Cordillera Cantábrica. El oso. En singular. Aunque se conozca, a veces hasta por sus rasgos físicos, a los casi dos centenares de plantígrados que viven entre la provincia de León y el Principado de Asturias, su territorio, el Territorio Oso, sin entender de fronteras trazadas por hombres. Desde Aurelión, al que le falta parte de una oreja quizá por alguna disputa territorial con otro macho, a ese joven osezno que apareció sin haber comenzado todavía el invierno pasado solo, en el bosque, sin su madre. Debatieron durante horas qué hacer. Siguieron su rumbo errático en busca de alimento entre la arboleda. Lo vieron adelgazar. Perdieron su rastro. Y, meses después, apareció vivo, fuerte, crecido.

En su batalla por la supervivencia, sin intervención humana, se zampó algunos panales. Primero, empezando por lo importante: las larvas de las abejas. La miel es sólo el postre.

Las pupas, en periodo de reposo en la intimidad de la colmena, debajo de la cera, esperando la maduración después de haber sido alimentadas con jalea real, es el manjar para el oso. Proteína pura. Se las comen a manotazos mientras se defienden de las abejas, que salen en tropel en defensa. En otoño, cuando se acerca la época de la hibernación y las necesidades alimenticias se extreman, especialmente para las osas con crías, de las que depende su supervivencia en el invierno, un panal es la gran oportunidad, un banquete salvador. Y en primavera también, a la salida de la guarida. Con hambre de meses.

Roberto Hartasánchez lo sabe. Lo ha visto cientos de veces. El director y fundador de Fapas, uno de los grandes especialistas en conservación del medio natural en España, arrancó su proyecto en 1983. La defensa de un oso, El Rubio, lo llevó hasta los tribunales. El Rubio estaba muerto ya. Tres tiros acabaron con él. Fue abatido en una cacería. Pero había mucho que hacer por él y por los que quedaban en los bosques. El Fapas sentó en el banquillo al cazador, que alegaba defensa propia, y forzó dimisiones en la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León. Su espíritu, el del Rubio, lo cambió todo. Ya nada volvió a ser lo mismo. Su nombre sigue en uno de los camiones del Fapas, grabado en la carrocería. 'El espíritu de El Rubio', se llama.

Roberto Hartasánchez trabaja entre Laciana y Somiedo, entre Babia y Teverga. Donde vive el oso. Para Hartasánchez, para el proyecto de Fapas, las colmenas son una pieza fundamental de la preservación de la naturaleza. Necesitan de las abejas para la polinización del bosque. En su revolotear en busca de alimento, las abejas recogen y dispersan el polen. Son el eslabón esencial de la producción de frutos. Lo hacen, junto con abejorros, mariposas, moscas y escarabajos, con el 80% de las plantas con flores. Y esos frutos serán los que den de comer al oso. Y al urogallo. Y ahí empieza la cadena.

Fapas ha creado un sistema de colmenas que permite a los osos alimentarse de la miel pero no acabar con las larvas. Después de años de estudio, los miembros del Fapas han construido unos panales circulares, en PVC, que el oso no puede destrozar. Es incapaz de abrirlos. No puede abarcarlos. La colmena queda a salvo.

Sólo se le permite acceder a la miel. Eso facilita una información clave para Roberto Hartasánchez y los naturalistas de Fapas. Al introducir la zarpa, el oso se tropieza con una suave red de espinos en donde deja enganchados algunos pelos, que serán después analizados para extraer su ADN e identificar cada ejemplar. Además, a través de dispositivos controlados por GPS y conectados a teléfonos móviles, registran datos físicos de los osos, establecen el número de hembras con crías y el de osos jóvenes y adultos, y controlan el avance o las dificultades de la población. Estudia también los troncos en los que se restriegan los osos, que es un sistema de comunicación por el que dejan señales de su presencia en un territorio para que lo sepan el resto de los ejemplares. Una enseñanza que las osas transmiten a los oseznos y que éstos ensayan en el bosque. Habitualmente, son lugares estratégicos situados en cruces de caminos o senderos, una especie se semáforos naturales.

El Fapas evalúa así el estado físico de los osos, los identifica y hasta puede llegar a medirlos.

Aurelión subido a uno de los panales redondos instalados por Fapas.  FOTO FAPAS

Para extender los árboles de frutos rojos por el bosque, especialmente los arándanos, el Fapas planta anualmente 20.000 plantones y ha creado una extensa red de colmenares en el corredor cantábrico.

Siguiendo el modelo natural, que tan bien conocían los habitantes de los pueblos, colocan panales a una distancia de tres kilómetros a la redonda, la distancia que es capaz de volar una abeja en busca de alimento.

Esas colmenas naturales están prácticamente desaparecidas, en parte por el abandono de las actividades agrícolas de los hombres. Como en casi tantas ocasiones, el oso no es el gran depredador de las colmenas, su gran amenaza. Como tampoco lo es del ganado. Las abejas que viven en colmenas cultivadas están diezmadas por el ácaro de la varroa, un parásito que ha colapsado a la especie hasta llevarla a punto de desaparición en su hábitat natural.

Los panales del Fapas son de abejas silvestres. En libertad hay cada vez menos. O han disminuido tanto que son difíciles de localizar. Son inmunes a la varroa.

El programa no tiene nada que ver con la apicultura. La producción de miel no es el objeto, lo es su labor de polinización. Se trata además de expandir ejemplares que sean resistentes al parásito. Y de instalar colmenas independientes que sean capaces de resistir el ataque el oso y su necesidad de buscar alimento a principios de año, cuando escasea la comida.

Roberto Hartasánchez y su hermano Alfonso crearon inicialmente esa red con panales de sistema tradicional pero protegiéndolos con ‘pastores eléctricos’ para disuadir a los osos. Sin embargo, la necesidad de establecer enjambres grandes que garantizan mejor la supervivencia de las abejas les ha llevado a construir los paneles redondos que permiten colmenas de 60.000 individuos, de los que unos 40.000 salen todos los días a pecorear. Cada una hace 15 o 20 viajes de unos 35 minutos y visitan entre 30 y 50 flores en cada salida, desde que tienen 22 días hasta su muerte entre 4 y 6 semanas después.

La abeja es fundamental además en la polinización del arándano, vital para la supervivencia del urogallo. En verano y otoño, las ramas, hojas, flores y frutos son su dieta principal, y los insectos que hay en las plantas son el alimento imprescindible de los polluelos en sus primeras semanas de vida. Además, las matas de arándano son un buen refugio frente a los depredadores.

El abandono de la actividad rural ha provocado una mayor espesura del bosque, que impide el nacimiento y desarrollo de las especies que necesitan más sol, entre ellas todos los frutales.

Lo que beneficia a la abeja beneficia al oso, al urogallo y también al lobo y al quebrantahuesos. Una cadena que se ha mantenido en este corredor natural durante siglos y que ahora está en peligro. No sólo por la degradación de los hábitats de los animales salvajes y silvestres, también por la desaparición de sus fuentes de alimentos, especialmente de proteínas. Es el caso de los muladares, lugares en donde los habitantes de los pueblos arrojaban los animales domésticos que morían. Normalmente los tiraban en vaguadas a donde acudían osos y lobos y los animales carroñeros. Lugares que eran santuarios pues no bajaban nunca los hombres. La labor del Fapas se extiende también a la supervivencia de los quebrantahuesos, la segunda ave más grande del mundo tras el cóndor, para los que han creado en lo alto de las montañas espacios acondicionado expresamente para depositar restos de cadáveres. Lo hacen gracias a un acuerdo con una cadena de alimentación que les dona despieces vacunos. Una colaboración fundamental porque el Fapas no recibe ayudas públicas, ha renunciado a ellas para poder trabajar en libertad. Y ser críticos con las administraciones. Por ejemplo, con las batidas de lobos. «Abaten al líder de la manada y la dejan sin su referencia, lo que genera a la larga más perjuicios. Desconocen la vida natural y se permiten intervenir en ella desde los despachos», dice Roberto Hartasánchez.

El hombre y el oso ha compartido aquí territorio desde antiguo. De ahí, quizá, la escasa agresividad del oso pardo, pese a la leyenda negra.

Nada que ver con los grizzly, sobre los que hay mucha literatura científica que se ha extrapolado, erróneamente, dice Roberto Hartasánchez, al oso cantábrico, poco estudiado en general y mucho menos en su hábitat. Y cuanto mejor alimentados, menos daños. Es la conclusión del Fapas. Si tienen qué comer, no se acercarán a un pueblo.

Desde su centro de operaciones en una braña', Hartasánchez y los miembros del Fapas los contemplan bañándose, enseñando a sus crías, buscando alimento, rastreando hembras en celo, marcando su territorio, viviendo una vida en libertad, salvaje, natural. Revisan vídeos, pisan el monte, analizan las huellas... Han puesto la tecnología al servicio de su supervivencia. El espíritu de 'El Rubio’ sigue vivo.

Roberto Hartasánchez en su cuartel general en una braña. ÁGRATA ANDRÉS VERGARA

Plantación de frutales en el monte.  ÁGRATA ANDRÉS VERGARA

Una osa enseña a sus oseznos a frotarse contra un tronco. FAPAS

La vieja yegua de Fapas en el interior de la nave donde están las oficinas y el vivero, donde se protege del frío y del calor del verano. ÁGRATA ANDRÉS VERGARA

Un osezno se sube a una de las colmenas redondas, de donde sólo podrá sacar la miel pero no las larvas de las abejas. FAPAS

Las colmenas redondas, colocadas en el bosque. ÁGRATA ANDRÉS VERGARA

+Info

www.fapas.es

985 76 14 34

Voluntarios: http://www.fapas.es/p/blog-page.html

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