Diario de León
Publicado por
Ángel Alonso
León

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Los rasgos definitorios de Marcelino Camacho en vida fueron una coherencia a prueba de cualquier coyuntura oportunista y una rebeldía traducida en la lucha sin fisuras, por lo que él consideraba irrenunciables derechos de los trabajadores.

Como abarcando ambos rasgos: una honradez seguida hasta las últimas consecuencias y que impregnaba su vida privada, siempre al lado de la fiel compañera -"como nos la presentaba en los actos sindicales y de partido-" Josefina.

Camacho, uno de los estandartes de la Transición, no sucumbió jamás a oropeles ficticios. Vivió como pensó, al lado de los trabajadores, en una barriada obrera de la zona sur de Madrid, en una humilde vivienda que, para quienes tuvimos la suerte de visitarla, era el paradigma de un hogar. Allí, Josefina y Marcelino, con un entrañable sentido de la hospitalidad, nos ofrecían vino dulces y pastas y, en las conversaciones en torno a la camilla, un solo asunto: la lucha obrera.

Un signo externo de Camacho, pregonado en la agonía del franquismo y en el nacimiento de la democracia, fueron sus jerseys de cuello vuelto y lana gorda, que le tejía la propia Josefina para que no pasara frío en los duros días de la prisión de Carabanchel. Este desvelo de la compañera creó una estética en el vestir que hizo suya con orgullo la progresía militante de izquierdas en aquellos ilusionantes tiempos.

Marcelino, sin más protocolos, como le gustaba ser llamado por cualquiera que se le acercase en las muchas manifestaciones que presidió, fue un sindicalista entrenado en la dureza de la clandestinidad, del exilio y de la prisión. No es extraña, pues, la firmeza de sus convicciones.

Nunca ocultó su militancia comunista -se enorgullecía de ella-, incluso en los tiempos en los que semejante ostentación era pasaporte a la cárcel, pero se revolvía molesto cuando CC.OO. era tachado en los periódicos de sindicato comunista, pues presumía de una militancia muy polifacética, en la que, decía, no faltaba gente de la UCD y hasta de Alianza Popular.

Agnóstico, siempre se significó por un profundo respeto hacia las creencias religiosas. Puede que, porque en los orígenes de CC.OO., estuviera el embrión de algunas organizaciones cristianas de base; puede que, porque en los difíciles años del franquismo, tuvieran en los curas obreros un reclamo de militancia y en los templos de las barriadas populares se pudiera practicar la costumbre medieval de acogerse a sagrado.

Leía con fruición los informes de Cáritas y muchas de esas conclusiones constituían la base de sus mítines.

Solo la muerte ha podido ser el reposo de este infatigable luchador.

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