Diario de León

Ciudadanos y partidos, toda una crisis de pareja

La situación económica y la corrupción agudizan la desafección hacia la política

Publicado por
RAMÓN GORRIARÁN
León

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Que los políticos y los partidos sean uno de los tres principales problemas de este país por encima del terrorismo, la inseguridad ciudadana o la inmigración ya casi ha dejado de ser noticia. Un hecho que en sí mismo debería ser motivo de preocupación, pero no parece que sea así. El fenómeno de que un amplio sector de la ciudadanía tenga una pésima imagen de sus representantes en las instituciones no es nuevo, pero se ha agudizado en el último año a una velocidad exponencial por dos razones, la crisis y la corrupción.

Un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas de enero del 2005 ya revelaba entonces que la confianza de los ciudadanos en los partidos y en los políticos dejaba que desear pues apenas el 31,9% decía tener fe en ellos, sólo desconfiaban más de los tribunales de justicia. El paso del tiempo agudizó la situación. El último barómetro del CIS reflejaba que los partidos eran la institución peor valorada de la democracia con un 2,8 -”de uno a diez-”.

El 76% de los consultados decía que son organizaciones que no se preocupan de la gente y tres de cada cuatro creía que sólo se preocupan de sus intereses. Una amplia mayoría de la población, según recoge el mismo informe, está convencida de que los partidos, por mucho que se critiquen y ataquen entre sí, son iguales y, además, sólo sirven para dividir a los ciudadanos. Entre estos descreídos hay diferencias, los votantes del PP tienen un peor concepto de los partidos que los del PSOE.

En todo caso, todo muy lejos de las valoraciones que se hacían en la transición y primeros años de la democracia, cuando la pareja de ciudadanos y políticos atravesaba su luna de miel.

Los partidos, sin embargo, no tienen una visión pesimista de su imagen. Mariano Rajoy dijo el 30 de diciembre que «no hay desafección de los ciudadanos ante la política, hay descrédito de los malos gobernantes». En el PSOE no son tan rotundos, pero manejan una idea similar pues afirman que la mala imagen no es generalizable sino que está centrada en casos muy determinados. Pero la opinión de los ciudadanos reflejada en los estudios demoscópicos no discrimina y se refiere al colectivo en su conjunto, no a tal o cual gobernante, y el varapalo es incontestable.

No es el mejor ni el único indicador, pero la abstención electoral es un buen termómetro para medir el interés por la política y apunta a un creciente desapego de la población. En el 2000, el 31,2% de los votantes se quedó en casa; en el 2004, aún fresco el recuerdo del 11-M, bajó al 24,3%; y en el 2008, volvió a subir al 26,1%.

La tecla

Los expertos coinciden en que hay razones estructurales que explican la desafección, entre ellas el largo pasado antidemocrático que se traduce en una falta de confianza en el sistema y sus instituciones, así como en un desinterés por el debate político. Pero también hay elementos coyunturales, sobre todo dos, la crisis y la corrupción. El ciudadano ve que sus gobernantes y representantes políticos no dan con la tecla para solucionar el declive económico y encima soporta los rigores del ajuste. La reacción, como no podía ser otra, es el enfado.

La corrupción a su vez ha conducido a una demonización de los políticos. La amplia encuesta del 2010 de Transparencia Internacional, una entidad independiente, otorga a los partidos un 4,4 en una escala de uno a cinco de grado de corrupción. Es decir que no están agusanados al cien por cien por los pelos. Es un fenómeno general, afecta a todos los ámbitos de la sociedad, pero en el caso de los representantes públicos tiene un impacto mucho mayor porque su exposición mediática es muy alta, son casos que sin duda venden en los medios de comunicación.

Estos dos ingredientes han disparado la percepción del político como problema. Al comienzo de esta legislatura, en los estudios del CIS los partidos y sus líderes eran un problema secundario, apenas el 4,2% pensaba que lo eran; un año después, la impresión creció y ya el 13,5% opinaba así, aunque todavía no era una de las inquietudes principales; pero en el 2010, se instaló en el podio de los principales problemas, y en diciembre eran el principal problema de España para casi uno de cada cuatro ciudadanos. Un nivel de descrédito nunca visto.

Hay, además, otros elementos que engordan esta desafección. Uno de ellos, y no menor, según sostienen los expertos, es el nivel de competencia de los representantes públicos, puesto en tela de juicio, con razón, a la luz de determinados comentarios y comportamientos.

Un problema de difícil solución y que hunde sus raíces en la dificultad de captar a los mejores profesionales para la actividad pública, mal remunerada en comparación con los altos ejecutivos de la empresa privada; y también en la prevalencia del escalafón en los partidos por encima de los méritos personales para acceder a los cargos públicos.

Este sombrío panorama, que pintan con trazos parecidos sociólogos y politólogos, conlleva un riesgo: que la desafección política conduzca a una desafección democrática. Por ahora, nadie llega a esta conclusión, pero todos los expertos detectan que el sistema está enfermo, y un síntoma es el alejamiento de ciudadanos y políticos.

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