Diario de León

Pepe Muñiz

Retablo de maravillas

¿Quién fue guardabosques en canadá y enfermero en un sanatorio de locos inglés? ¿quién, a la vez, viajero, escritor callejero, coleccionista y abogado inusual?

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León

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La respuesta es él, Pepe Muñiz, el hombre-museo, el hombre-recuerdo, el archivo de datos imposibles y anécdotas surreales. El de la vida agitada, el navegante de la etnografía canalla, paranormal, criminal y costumbrista, todo a un tiempo. El 'escritor callejero', como se intitula. El que reina sobre un mar de legajos, enciclopedias, antiguos grabados, calaveras pavorosas, muebles de otra época, máscaras africanas y devanadoras maragatas. Aquel en cuyas casas-museo todo tiene cabida y registro, donde lo mismo encuentra uno un rústico soportal de corredor, con su basa de piedra y su zapata, que una vetusta máquina fotográfica o la primera edición de una novela ilustrada de Salgari. El plano-guía de sus abrumadores dominios corresponde con el mapa del tesoro corsario.

Nacido en una hermosa casa de la plaza de San Isidoro, ya desaparecida, Muñiz recuerda de su infancia a su abuelo Sixto, militar, uno de los últimos de Filipinas, jefe de seguridad de Alfonso XIII, que con Franco se pasó 14 años encerrado en un pajar de Represa del Condado. Algunas tardes salía de su encierro. «De pequeños no sabíamos nada, veíamos a un paisano con barbas y nos decían: 'Este es don Pedro, el dueño de los caballitos', y como nos daba las fichas y pasábamos, pues creíamos que era verdad».

Hijo de procurador de los tribunales, Muñiz no encuentra la fe de vida y no nos puede decir la edad que tiene. Sospecha que entre 60 y 100. «Por eso no me casé», avisa. Le echaron de los Agustinos por pegarle un puñetazo a un cura, aunque, por lo que parece, quien empezó fue el cura. Estudió Derecho en Oviedo y Salamanca. «Mi primer caso fue el de una señora de La Robla que le arrancó una oreja a otra de un mordisco, en la cola para coger agua». La otra se debía querer colar. Muñiz alegó 'legítima defensa'.

Conoció bien Pepe Muñiz, de nombre oficial José María, aquel viejo y húmedo León de borrachines, putas viejas y artesanos laborando a la puerta de casa. «Había un pobre, le llamaban Titonegro , a quien el Ayuntamiento, una vez al año, lavaba en el río. Chillaba como si lo desollaran». En su juventud, cada poco escapaba este cartulario de costumbres, antropólogo de lo oculto, a países diversos para vivir experiencias y levantar pasiones. Fue guardabosques en el Canadá, ocho meses. Anduvo por Argentina. Allí cogió un barco destartalado pilotado por un leonés perdido que lo llevó a Londres. Y un italiano amigo le indicó un posible trabajo: enfermero en un psiquiátrico. «Por las noches les quitaba las dentaduras postizas a los locos y las metía en unos frascos con sus nombres, pero un día resbalé y se cayeron y se mezclaron todas. Las volví a meter tal cual iban. Oye, al día siguiente ninguno protestó». También estuvo de intercambio con una familia sueca, pero eso mejor se lo cuenta a ustedes él mismo.

Hoy, Muñiz va por los 50.000 libros atesorados y los miles de líneas escritas. Valen mucho sus cosas, sí. Pero más que eso vale tomarse un café con él.

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