león clandestino
«No éramos agentes de Moscú»
Víctor Bayón rescata la memoria de la clandestinidad en León, durante la dictadura de Franco, a través de sus memorias como militante, activista e instructor del PCE en la provincia
E l día de viernes santo de 1965 cruzó la frontera y llegó a León con una maleta pequeña, dos nombres y dos consignas. «Al bajarme del tren, camino de Villacedré, la responsabilidad me abrumaba. Mi único título eran las carreras por la universidad delante de la policía».
Era el instructor del Partido Comunista de España, el asturiano Víctor Manuel Bayón García, enviado desde París por Santiago Carrillo para tejer en la clandestinidad la red del PCE en León. Doce años después, cuando es legalizado, cuenta con 1.868 militantes y obtiene 61 concejales en las elecciones municipales de 1979, cuatro en León capital. Además, gana las alcaldías de Villablino, Fabero, Igüeña, Cacabelos y Puebla de Lillo.
A sus 82 años, Víctor Bayón publica Crónica de una lucha. Mi actividad en el PCE -se presenta el sábado 2 de abril en el salón de actos del Ayuntamiento de Léon- «para que no se olvide quienes lucharon en la clandestinidad por defender la libertad y traer la democracia». Ahora, apunta, «todo el mundo se pone la medalla de ser antifranquista, hasta los que fueron subsecretarios de algún ministerio con Franco», lamenta.
Las memorias arrancan con el fin de la guerra, sus inicios en el PCE en las minas asturianas, la participación en las huelgas, su paso por la cárcel y los trabajos en la colonia de presos políticos del pozo Fondón en Sama de Langreo y, finalmente, el salto a la clandestinidad.
Explica las estrategias de oposición al franquismo del PCE y, sobre todo, «cómo trabajábamos, cómo nos movíamos y cómo vivíamos en la clandestinidad», subraya Bayón. La intrahistoria de la lucha. Y apostila: «No éramos agentes de Moscú. El PCE tenía suficiente personalidad y una trayectoria de defensa de las libertades políticas y sindicales. Con Praga se rompió con la URSS».
Antes del quinto congreso, el PCE funcionaba con células de tres personas (las C3), de modo que para acceder «necesitabas a un aval y sólo conocías al anterior y al posterior». Esta estructura cerrada queda obsoleta cuando Stalin fija como objetivo infiltrarse en las masas, una vez que se descarta la posibilidad de que las potencias intervenieran para devolver la democracia a España.
Primero ensayaron el boicot a las elecciones sindicales. «Era obligatorio votar, así que poníamos en la papeleta el nombre de un futbolista famoso o de una mula de la mina, como La Volcana , de Sama de Langreo». Después deciden que hay que «crear comités más amplios», para que «se necesitaba una estructura más flexible».
Víctor Bayón conocía la cuenca de Santa Lucía porque trabajó en una de sus minas en 1953. En 1964 se ve obligado a pasar a la clandestinidad en Asturias tras participar en una huelga de «bajo rendimiento» en el pozo Modesta. «El gobernador decía que los mineros estaban manipulados por un agente de Moscú y se organizaron manifestaciones y protestas. Hubiera vuelto a la cárcel si no paso a la clandestinidad», señala.
Logra escapar a París y tras participar en cursos de «entrenamiento político» en varios países de Europa del Este se le encomienda la misión de reconstituir el partido en León. Durante doce años vivió en la ciudad bajo el falso nombre de Carlos y cruzaba la frontera cada año con pasaportes falsos. José Piñeiro y Roberto Díaz fueron algunas de sus identidades.
«Llegué a León con dos nombres y dos consignas», a saber, Gerardo Pertejo, de Villacedré, y Valerio de la Sierra, de Lillo del Bierzo. Las consignas no las recuerda. Pronto empezaron a sumarse contactos: Casiano, «cuyo hijo de doce años nos llevaba la propaganda a Ponferrada y a Barruelo de Santullán», Ángel Villa, José Luis Iglesias, Raúl Pertejo y Antonio Larín, en León.
El médico Emilio de la Calzada, Pepe el Tapicero, Sergio, el de los coloniales de la Plaza del Castillo, Taladriz, de Aceros Roldán, fueron los primeros contactos ponferradinos. En las zonas mineras recuerda a Saturno, Ramiro Pol, correo de Radio Pirenaica en Villablino, Aníbal... En el campo, Miguel, de Villanueva de las Manzanas, fue una pieza clave para depositar el material y repartir los ejemplares de Mundo Obrero tras conseguir una portería con casa en la capital.
Y las mujeres. «Fue tarea prioritaria incorporar a sus mujeres, porque sin ellas no había casas» y las reuniones a la orilla del río, en Puente Villarente y Mansilla, en las Eras de Renueva o en las de Armunia eran «demasiado arriesgadas». «Sin el compromiso de las mujeres no se hubiera creado la estructura que conseguimos», resalta Bayón.
También fue clave el papel de varios curas. «Emilio de la Calzada nos presentó a Beltrán el párroco de La Puebla, en Ponferrada, y desde entonces no tuvimos problemas para hacer las reuniones. Nos dejaba la sacristía o el salón de actos y nunca nos preguntaba». El cura de Matarrosa del Sil; Eladio, de Santa Lucía y Julio, de León, «empezaron a colaborar y la cosa se fue consolidando».
De «muy importante» califica la incorporación de la juventud. Destaca el papel de Nana Montañés y del CCAN, que se utilizó como plataforma legal; de los abogados Roberto Merino y Emeterio Morán; del cardiólogo Salto Mira... Entre los jóvenes recuerda a Matías, de Las Ventas de Albares.
Otras personas anónimas que tejieron la oposición al franquismo en la clandestinidad fueron Alfredo y Carmina, cuya misión era imprimir en su casa Mundo Obrero , Nuestra Bandera y los informes de Carrillo ( Y después de Franco, ¿qué? , Eurocomunismo , etc). Lo hicieron durante una década sin levantar sospechas.
A Víctor Bayón le conocían en León como el «primo» Carlos. «Tenía mucha familia», bromea. «Vimos al primo Carlos», decían los chicos y las chicas de Alfredo y Carmina. «¿Y le hablastéis?», les preguntaba su madre. «No, no», contestaban. Esa era la consigna. «Hicieron un gran sacrificio», recuerda, «les puse como condición romper la relación con la gente de izquierdas. Fue lo único que hizo vacilar a Alfredo».
«Estamos orgullosos de cómo lo hicimos porque lo que más interesaba a la policía era localizar la imprenta y al camarada instructor», señala Bayón. La ciclostil, un moderno aparato para la época, fue adquirida en pleno Ordoño II, en electrodomésticos Jolís, cuyo dueño era «republicano de izquierdas». Las máquinaspara Asturias, Albacete, Valladolid y Ciudad Real se compraron en la misma tienda. León surtía de las publicaciones clandestinas a Valladolid, Salamanca, Palencia, Zamora, Ponferrada, Santander... Los clichés venían de París con un enlace. El papel lo metía Tano, de Correcillas. Carmina y Alfredo sacaban en bolsas los periódicos «disimulando» y los llevaban hasta la zona de los hospitales donde los recogía otro camarada.
Desde León también se tejió la red de otros comités en Castilla. «Acostumbrado a reunirme en casas de obrericos, en Valladolid, donde había un grupo de estudiantes de psiquiatría, me sorprendió entrar en casas bien de la avenida de Rosaleda». En Zamora, le impactó la emigración: «Iba un día a un pueblo y al regresar ya no quedaba gente». De Santander recuerda la guerra de la leche.
Las personas que formaban el «aparato logístico» y la «organización política» no podían conocerse entre sí por motivos de seguridad. La clandestinidad le obligaba a ocultar su domicilio a los más allegados. «Los camaradas tquerían acompañarme y yo hacía como que iba al barrio de Pinilla. Luego volvía andando o en taxi. Los taxis eran muy útiles para despistar», apunta.
Se desplazaba en coches de línea y en el tren. «La policía tardó en saber que era el instructor del partido en León. En 1968 alguien cayó y trascendió. El comandante cocina de Asturias avisó a Iguanzu, del comité ejecutivo y desde entonces sólo me me movía en trenes de madrugada. Muchas veces sacaba el billete y me quedaba en tierra porque aparecía el control policial», recuerda.
Chófer y novia
«Nos planteamos comprar un coche de segunda mano», relata. A través de Demetrio Pouso, de Valladolid, consiguen coche y conductora. Su hija Chelo sacó el carné de conducir, en una época en que muy pocas mujeres manejaban el volante, y se convirtió en compañera de fatigas y sentimental. La policía secreta estuvo a punto de darles alcance en Valladolid y ella tuvo que huir a Francia. Cuando se legalizó el partido regresó y se casaron. «Fuimos el primer matrimonio civil de León. El juez casi no sabía cómo actuar, le guiaba Roberto Merino», señala.
Cada mes hacía un informe de gastos que mandaba a París y cada año tenía derecho a un mes de vacaciones. Visitó todos los países del Este, excepto Albania, y también Finlandia, Noruega y Dinamarca para comisiones del partido. Pero asegura que llevaba una «vida de ermitaño, que nadie piense que vivíamos a cuerpo de rey».
Víctor Bayón ha pasado los últimos cinco años de su vida sacando los recuerdos del baúl de la memoria. «Yo he escrito el libro pero los autores son todas las personas, en su mayoría gente honrada, que lo dieron todo a cambio de nada. Gente que se la jugaba». «El comportamiento de los camaradas» se tenía muy en cuenta, subraya Bayón, porque «una de las cosas que más le jodía a la policía era no poder tratarnos de vagos y maleantes», apostilla.
El libro abarca desde 1939, final de la Guerra Civil, hasta 1977, dos años después de la muerte de Franco, cuando se legaliza el PCE. En 1978 Víctor Bayón se acoge a la amnistía política y se reincorpora al pozo Fondón de Sama de Langreo. En 1982 y, tras una breve estancia en Alicante, el matrimonio se instala en Villacedré.
Sigue militando en el PCE. «Ya no puedo ser otra cosa», afirma este hombre cuya vida se entrecruza con la del partido. Bayón defiende la actualidad de la lucha ante el neoliberalismo y pide un cambio de la ley electoral: «Esta injusticia hace que a Izquierda Unida le cueste un diputado 475.000 votos, mientras que al PSOE o al PP les sale por 62.000».