Diario de León

ruinas con sabor histórico

El monasterio de Sandoval

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León

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Cuando en el año 1142, el Emperador Alfonso VII, formalizaba en Mayorga la donación de sus propiedades en Saltus Nobalis —entre el río Porma y Mansilla— al conde Ponce de Minerva y su mujer, Estefanía de Armengol, estaba de alguna manera poniendo la primera piedra al que llegaría a ser uno de los más nombrados monasterios cistercienses de España. Veinticinco años más tarde, el 15 de febrero de 1167, los condes y sus tres hijos, donaban a su vez el lugar de Sandoval a la comunidad cisterciense de la Santa Espina, según consta en documento firmado por los donantes y el monje receptor, Diego Martínez, con el refrendo de los obispos de León, Astorga, Oviedo y Zamora.

Para una mejor fijación del hecho fundacional, y con el ánimo de aprovechar la coyuntura que pone en manos de este Retablo el documento aludido, transcribimos a continuación las cláusulas más importantes, siguiendo fielmente la autoridad del príncipe de los historiadores cistercienses, Fray Ángel Manrique.

«Yo, el conde Ponce de Minerva, y mi mujer la condesa Estefanía, juntamente con mis hijos, Ramiro, María y Sancha, por la salud de nuestras almas damos a Dios y a ti, Diego Martínez, y a tus hermanos en Cristo, así presentes como futuros, que guardáis la Regla de San Benito, según las constituciones del Císter, el lugar nuestro de «Sot-Noval», con sus vasallos, solares, molinos, arroyos, prados, sotos, tierras y fuentes, árboles, huertos; la jurisdicción de todo civil y criminal, con sus límites actuales, por una parte el río Porma a lo largo de su corriente y por otras tres lindando con Mansilla… Además, te damos a ti y a tus hermanos la heredad de Villaverde y Santa Eugenia, ambas íntegramente con todos los derechos que sobre ellas tenemos. Si alguno de nuestros hijos o parientes, intentare infringir esta nuestra carta de donación, que caiga sobre él la ira de Dios Omnipotente y del rey de la tierra; y si no se arrepintiere, sea condenado con Judas el traidor a lo profundo del infierno…».

El soporte material

A partir de la carta de donación extractada, se tardó cerca de cuatro años en la construcción del primer cenobio, pues la vida monástica, según fecha aceptada por la casi totalidad de los historiadores del Císter, se inició en Sandoval el día 30 de enero de 1171.

Durante todo el Medievo, edad que recoge prácticamente todas las grandes fundaciones monacales, se cuidó muy bien de dotar a cada una de ellas de los medios suficientes para subsistir dignamente la comunidad de monjes así como los vasallos adscritos al mantenimiento y explotación de las propiedades patrimoniales de su dominio.

La de Sandoval, a pesar de gozar de una de las vegas más fértiles, escoltada por los ríos Porma y Esla hasta su fusión, se quedaba un tanto raquítica y constreñida para alcanzar el esplendor que distinguió a estas abadías en el concierto social de la época. Por eso, y con toda la oportunidad, siete años después del establecimiento comunitario, la princesa doña Urraca, hija bastarda de Alfonso VII, vino a cubrir las necesidades del incipiente monasterio con una nueva donación cuyos beneficios se contienen en documento fechado en León en el año 1178, y que resumimos a continuación:

«Yo, la Infanta doña Urraca, por el remedio de mi alma y la de mi padre, el Emperador de las Españas don Alfonso, concedo a Dios a la Santísima Virgen María y al Abad de Sandoval y a todo el convento del mismo monasterio, las granjas siguientes que son de mi pertenencia: Mansilleja, llamada la granja de los Nogales, Malateria, Navillas, Malillos, Gusendos, Cubillos, La Vega, Castro, Villacontilde, Villiguer, Cornejos y Villamoros, Sahelices del Payuelo, San Justo, Nava, Villasabariego…».

Las donaciones que siguió recibiendo el monasterio de Sandoval, forman un largo rosario de pertenencias, y abarcan un amplísimo radio que se dispara hacia los cuatro puntos cardinales de su entorno. Baste decir que la largueza de sus bienhechores se desprende de la extensa lista de posesiones incautadas el siglo pasado con motivo de la desamortización, que después de haber sufrido una considerable merma por diversos avatares expropiatorios, todavía alcanzaba la bonita cifra de 61 localidades leonesas.

Los últimos tiempos

La exclaustración decretada por la fuerte presión laica que caracterizó a la sociedad del siglo XIX, desembocó en una de las decisiones más controvertidas de cuantas hayan afectado a los bienes patrimoniales de la Iglesia española: la desamortización. Medida que supuso para el catálogo monumental de España, el efecto de un terremoto con epicentro en Madrid.

Los viejos monasterios y conventos medievales, reformados, reconstruidos o reparados, pero siempre acostumbrados al atento cuidado de los monjes y pueblo llano, quedaron en el mayor de los desamparos y poco a poco fueron sucumbiendo ante los desgarrones del olvido o incapaces de hacer frente a la especulación de sus terrenos y solares.

En 1835, con la expulsión de los monjes de Sandoval, —último reducto cisterciense de la Orden en la Congregación de Castilla— «el monasterio fue desmantelado por parte de una turba inculta, que se echó sobre él en tromba irrefrenable, acabando con el tesoro artístico recogido en su interior en el transcurso de tantos años. El edificio tardó poco en desmoronarse, hasta el punto de convertirse en informe montón de ruinas».

Hoy, que la iglesia monasterial mantiene aún el empaque de su buena cuna, y siguen en pie ábsides, naves y capillas, puede ser el momento oportuno —salvada la amenazante crisis— para que las instituciones asumiesen la restauración y consolidación de este singular monumento.

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