Diario de León

nicolasa pérez y Camino Del Pozo

En la tiendina de la esquina

Ella y su madre. Camino y Nicolasa. Y su tienda de ultramarinos. Y su forma de sortear la vida. No se entiende el barrio de El Ejido sin ellas. Y sin su colmado. de todo para que parezca que no falta de nada

RAMIRO

RAMIRO

León

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Nada más pasar la puerta ya se ‘compra’ algo. Un poco de filosofía de la vida. «Decimos de lo de ahora pero anda que antes...». Lo de ahora, claro, es la crisis. Qué si no. Lo de antes... ay lo de antes. Cierra los ojos al recordarlo. Cómo sería. Y luego viene la otra frase lapidaria de Camino. «No se puede trabajar mucho y no ganar nada». Vamos, lo que quieren que se avecine, al parecer.

Camino es Camino Del Pozo, la dueña de una de las últimas tiendas de barrio de León. Una tiendina, aunque no pequeña precisamente. El colmado superviviente. El ultramarinos de toda la vida de dios, con su almanaque colgando de un clavo, su reloj de vete a saber qué año marcando el tiempo, su azulejado amarillo, sus estampitas de santos y sus estanterías repletas. La Maizena, el Vim, almidón para planchar, las guindillas a secar, los chicharros en escabeche de lata grande para vender al peso, avellanas a la leonesa, osea ‘perdones’, bacalao en sal, en mucha sal, los Sugus, la yuca que vendió a la familia de los Shiwiar cuando viajaron del Amazonas a León y estuvieron ‘Perdidos en la Ciudad’ y las cuñas de queso que le trae Sonia Vázquez. Allí, en medio de un barrio «que fue a más y luego a menos» por «culpa» del «que cerró el paso en la Catedral y lo mató». El Ejido, terminemos.

En el 24 de Daoiz y Velarde, una clienta de Camino con el mal del olvido pregunta insistentemente qué día es. Qué cosas, 2 de mayo en la calle dedicada a los capitanes del levantamiento contra los franceses. Claro que tiene que aclarar que es jueves, y 2013.

Pudiera parecer que el tiempo no ha pasado por esta tienda de la esquina, con su fruta de la buena en cajas apiladas en la acera y en el mostrador su papel de estraza del de siempre, sin encerar, que ese es para la carne y el pescado. Pero no, ha pasado.

Y no sólo por las botellas de brandy envejecido en el altillo. No sólo porque dos muchachos con pirsin compren unos donuts interrumpiendo a una vieja dama con abrigo de piel, sombrero de copete y bastón con pomo de plata, el tiempo y la alcurnia detenidos en sus arrugas, que les mira, a ellos y a Camino, con evidente desaprobación, ¡juventud! Camino, con 61. Los chavales, con sus amigos camino del parque. Queda en la tienda la señora rezongando. La señora y Camino, claro, que hace 25 años que no se coge vacaciones, que abre los festivos, no cierra al mediodía y echa la trapa pasadas las 10 de la noche y los domingos. No se va a casa ni a comer.

Es cuando dice aquello de «no se puede trabajar mucho y no ganar nada». Y lo de que no piensa en la jubilación. Qué va a hacer ella con su madre, Nicolasa, 85 años, 62 en la tienda, viva de milagro tras un parto de gemelos de los de aquella época, en el pueblo, en Albires, de donde vino con su marido y una mano delante y otra atrás, unos pocos ahorros de su casa que hubo que devolver religiosamente, que había más hermanos a los que prestar, y una churrería en régimen de crédito apalabrado justo donde el tren cruzaba en El Crucero, el barrio de los ferroviarios, que fueron los primeros clientes. Luego llegaron el carretillo y la puerta que hacía las veces de mostrador, de feria en feria por la provincia, cobrando en perras gordas.

Camino, la superviviente de aquel parto gemelar, se quedó en la tienda cuando ya estaba en El Ejido después de recuperarse de un gravísimo accidente y una depresión. No fue para menos, vio morir a compañeros de la mina. Esta mujer enérgica y robusta fue de las pioneras. No hace tanto. A los 18 se sacó el carnet de conducir. A la primera. Le vino bien para ayudar con los pesos a su padre, enfermo de corazón. Con 22 años se empeñó en trabajar fuera de casa, que viene a ser lo mismo que lejos de la tienda y la familia, y encontró tajo en el límite entre Villablino y Degaña, en una mina a cielo abierto en Cerrato, el topógrafo, ella de ayudante y 500 tiarrones. Estudiaba veterinaria por la mañana y maestría industrial por la tarde. Su madre le puso 3.000 pesetas encima de la mesa de la cocina para que empezase su vida, esa vida que ella quería. Pagó el autobús a Villablino y un taxi a la mina.

Una mala voladura ‘de aviso’ acabó con su carrera y la vida de José, 23 años, moribundo en sus brazos, al que nunca olvidó. Se le nubla aún la mirada. «Todo se tapó». Cosas de la época. O del poder. Que eso no tiene época.

Ahora vuelve a ser una superviviente. En un barrio que se apaga, en una ciudad que languidece, en un tiempo que agota. Camino es socorro diario, y no sólo material. Lo mismo guarda las llaves de la comunidad que recoge la correspondencia de un vecino, pone en hora el reloj de una señora o cambia la corra de chorizo por una de salchichón.

En el barrio de medio kilómetro cuadrado por el que creció la ciudad con los recién llegados del Riaño anegado y los que pusieron su campo en barbecho ha cerrado ya casi todo, como en la ciudad, como en el país entero, pero la tiendina de Camino no.

Goteo incesante de clientes. «Pan. Dámelo bonito», piden. Ella lo entiende. Sabiduría en la tiendina de la esquina.

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