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‘los santos’

Cuando las ánimas echan a andar

a la santa compaña, en león, se le llama ‘la Güeste’, un término que deriva de ‘Hostis antiqua’ (el ejército antiguo), y es también una espectral procesión que vaga por los campos para llevarse a algún alma al más allá

Publicado por
nicolás bartolomé pérez/ emilio gancedo
León

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Hay un momento del año el que las ánimas, los espíritus de los paisanos, se echan a los caminos. Y es en esa época, el mes de noviembre, o como antaño se conocía en León, el ‘mes de los santos’ o ‘de las ánimas’, cuando se concentran una serie de creencias y celebraciones en las que la cultura tradicional recuerda de manera especial a los difuntos. Costumbres a las que recientemente, y sobre todo en ámbitos urbanos, se ha unido una fiesta de Halloween que llega desde la cultura anglosajona aunque sus orígenes son muy antiguos: para encontrarlos quizá haya que remontarse a la festividad celta de Samhain —la víspera del uno de noviembre— en la que, según el folclore irlandés, los límites entre el mundo de los vivos y el Más Allá se diluían y los muertos volvían por unas horas a la tierra para reunirse con sus descendientes.

Pero hoy nos interesa destacar una creencia mitológica que se ha mantenido en zonas rurales de nuestra tierra como es la de las procesiones fantasmales de almas en pena. La primera referencia a este tema en tierras del antiguo reino de León la encontramos en el Auto de los desposorios de Moysen, escrita en Salamanca alrededor de 1570, y donde se cita varias veces a la «mala güeste».

En otra obra literaria con fuerte impronta leonesa, la novela picaresca de principios del siglo XVII La Pícara Justina, su protagonista describe cómo una tropa de canónigos vestidos de blanco iban entrando por diferentes puertas de la Catedral de León, y que Justina comparó con la «hueste». Esta «güeste» o «hueste», que derivaría de la expresión  Hostis Antiqua  («el ejército antiguo»), debió de ser inicialmente una tropa de muertos semejante a los ejércitos de guerreros del panteón pagano de los pueblos nórdicos, y que con el cristianismo pasó a convertirse en procesión infernal o de demonios para llegar finalmente a conformar un mito antes común a toda España, el de la estantigua (‘hueste antigua’), descrito como procesión de ánimas en pena, y que ha mantenido en el noroccidente peninsular un singular arraigo, en creencias como la santa compaña en Galicia o la güestia en Asturias.

La cultura popular leonesa también guarda el recuerdo de este mito al que se dan nombres como güeste, huéspeda de ánimas, santa compañía, procesión das ánimas o la buena gente ( a buena xente , en el habla leonesa de Forniella). Todas estas denominaciones aluden a una entidad mitológica formada por una comitiva espectral que se manifiesta ante los vivos por la noche en los caminos y también ante los enfermos moribundos con el fin de anunciar una muerte, o bien para llevarse a alguien al Más Allá. Nuestra tradición advierte de lo peligroso que es tratar con estos espectros y apunta algunas claves para evitar que puedan causar mal, por ejemplo, trazando un círculo rápidamente que aísle a la persona viva del contacto con los muertos, pues resulta letal tocar a los espectros; también hay que evitar aceptar nada de esa comitiva. Algunas leyendas leonesas destacan la importancia de la mortaja con la que se presentan las ánimas, recalcando que estos hábitos mortuorios con los que se enterraban antes a los difuntos impedían a los condenados entrar en el infierno y quedaban condenados así a vagar por la tierra a la espera de que alguien les pudiera quitar esa vestimenta. Resulta fascinante constatar cómo estas procesiones de muertos tenían su correspondencia real con el ceremonial que acompañaba al viático: el cura acudía a administrar el sacramento acompañado por los vecinos o por los miembros de la cofradía a la que pertenecía, con velas y convocados a toque de campana; esta comitiva estaba precedida por una cruz entre dos faroles y a su paso la gente se arrodillaba. Los vivos se despedían así de su vecino agonizante, y las procesiones de ánimas se aparecían para recibirlo entre los muertos.

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