Diario de León

habla su viuda leonesa

Recuerdos con Gades

Hace diez años Antonio Gades falleció, pero su grandeza y su arte están hoy más presentes que nunca en su fundación, de la que es vicepresidenta su viuda, nacida en León.

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Concha Barrigós / M.C. Cachafeiro
León

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María Esteve (1974) es positiva y optimista, y por eso no ha flaqueado nunca ni en su tesón en la defensa de la obra de Antonio Gades (1936-2004). Ni en su esperanza en que en un futuro no muy lejano el legado de su padre y el de otros artistas como Antonio o Pilar López esté reunido. «Mi padre era mío, pero el trabajo que él dejó es de cualquiera que ame la danza y no es justo que esté desperdigado e inaccesible en su mayor parte», subraya la actriz y presidenta de la Fundación Antonio Gades, una labor en la que trabaja estrechamente con Eugenia Eiriz, viuda de Gades y leonesa de nacimiento, que ejerce como vicepresidenta de la institución.

Coincidiendo con el décimo aniversario del fallecimiento del bailaor y coreógrafo -el próximo 20 de julio-, la Fundación ha recuperado la versión de «El amor brujo», «Fuego», que supuso el acercamiento escénico del coreógrafo de Elda (Alicante) al ballet de Manuel de Falla y que se estrena hoy en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.

El montaje, estrenado en el Théâtre du Châtelet de París, el 26 de enero de 1989, fue la última de las colaboraciones del artista con el cineasta Carlos Saura, una «magnífica» producción, que se ve por primera vez en España.

Su «sueño increíble» sería «no tener tantos obstáculos» para difundir su obra, «que es la de todos», y que la suya sea una fundación abierta a todos los estudiantes, maestros e investigadores en la que se reúna el trabajo de «genios que ya no están». «No es generosidad, es de justicia. Me da mucha pena que ese trabajo, su material, sus documentos, esté desperdigado», precisa.

Gades, nacido como Antonio Esteve Ródenas, estaba ya «muy malito», enfermo de cáncer, cuando comenzó a idear la que sería su fundación, a redactar sus estatutos y nombrar patronos, aunque no sería hasta después de su muerte cuando se constituyó. En estos diez años, la Fundación, que nació gracias a la aportación -«una especie de crédito»- que les hizo una entidad japonesa con la que Gades trabajaba a menudo, ha pasado toda clase de dificultades, «como el resto», pero las han superado, gracias, entre otras cosas, a que el Ayuntamiento de Getafe les facilitó una sede estable, el Teatro García Lorca.

La viuda de Antonio Gades es leonesa. Eugenia Eiriz recuerda también su ciudad natal. «Recuerdo que mi abuelo, y mi padre, Manuel García Álvarez, quien fuera primer defensor del Pueblo de Castilla y León, me llevaban a ver jazz, bailes folclóricos de todo el mundo, música de cámara, cine clásico… Todo esto contribuyó mucho a mi formación. León es una ciudad muy musical, ya más mayor, cantidad de gente de mi entorno tenía un grupo musical o cantaba en un coro. Nos encantaba además salir a bailar. No se si seguirá siendo así pero, en pocos lugares he visto yo bailar tanto como en León».

Eugenia vuelve siempre que puede. «Mis padres continúan viviendo aquí y yo vengo todo lo que puedo que no es mucho por mi trabajo. Echo de menos ese cielo azúl profundo los días de mayor frio del otoño y del invierno, y pasear por las calles del León antiguo, que son tan evocadoras y llenas de autenticidad. El embutido de mi tierra, del cual presumo muchísimo y siempre que puedo, lo regalo por que me parece el mejor el mundo. Me encanta León. Y lo que no me pierdo es la Semana Santa, tan impresionante en su serenidad, con esa imagineria dramática, esas bandas musicales algunas de ellas realmente buenas, con tanta gente igualada en una ceromonia que une a la ciudad. Esto es bellísimo».

Aparte de su grandísimo atractivo físico e intelectual, destaca de Gades su curiosidad, la necesidad que tenía por seguir aprendiendo. «Esto es algo que no he visto en nadie más, y era Gades. Era sorprendente verle relacionarse con la gente, escuchar a cada uno como si no hubiera nada más importante, preguntar lo que no sabía, siempre desde la humildad. Era una lección para los que estábamos a su alrededor. La verdad es que le echo muchísimo de menos, pero cuidar de su obra junto con el resto de personas que trabajan conmigo en la Fundación, me hace sentir muy unida a él».

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