Diario de León

CANTO RODADO

Colas

la cola se convirtió en un concejo en el que todo el mundo quería decidir sobre la gestión del pequeño negocio como si fueran accionistas

León

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Me gustaban los helados de Coppelia. Eran exquisitos, pero siempre había cola. En La Habana había que hacer cola para todo. Intenté comprar un billete de tren para ir a Trinidad. Me dijeron que tendría que esperar varios días y no era seguro. Allí donde no había cola, mal asunto: La tienda estaba vacía o cerrada por inventario. Como la famosa librería La Moderna Poesía. No pude entrar.

A veces pasa. La gente, aquí, hace cola para asistir a un concierto del Festival de Órgano e incluso colas descomunales para ver a los ídolos del rock o del pop. Y para ver matar con saña a un toro, otro año más en Tordesillas. Elegido era su nombre. Hubo tumulto para protestar por el maltrato animal. Pero al toro lo alancearon, que es el eufemismo de torturar. Estamos en la cola de la civilización.

En el supermercado hacemos colas disciplinadas y silenciosas. Casi militares. No nos quejarnos en la cola del banco, donde cada vez hay más ventanillas vacías y menos gente al otro lado del cristal. Hacemos colas invisibles. En la oficina del paro, en el hospital, en la Seguridad Social. Hay que pedir cita previa para obtener un certificado de una pensión o pagar 14 euros por un documento del catastro. Somos gente paciente en este tipo de colas. Hacemos cola en Cáritas o en el Banco de Alimentos. Colas de humillación. Colas para pensar.

Concejo en la panadería

Ayer había cola en la panadería. Un hombre se impacientaba y metía prisa a la dependienta. Una mujer se quejaba de que sólo había una empleada. «Que contraten a otra persona aunque le paguen poco», propuso. Se formó un pequeño concejo sobre la gestión del pequeño negocio como si fuéramos accionistas. Clientes con voz y voto.

No pude aguantarme. Metí baza y dije lo del supermercado. Otra mujer afeó las colas del banco. El mismo hombre confesó que en la tienda de la más famosa compañía de telecomunicaciones no sólo tuvo que hacer cola sino que ni siquiera tienen una silla para sentarse. Por momentos, la cola parecía un diván donde cada cual íba confesando sus pesadillas o fantasías con las colas.

En la cola éramos un pequeño resumen del país. Sólo faltaban las gaitas escocesas sonando en Cataluña, con Rajoy tapándose los oídos porque no son gallegas, aunque suenen igual, y la vicepresidenta dando voces a Artur Mas en uno de esos mítines de fin de semana. Sus sermones incitan a apagar la radio a la hora de la comida.

Gaitas censuradas

En León no suenan las gaitas, las tienen censuradas como a las aguas de las fuentes. A los del PP, la gaita no les parece un instrumento leonés. Anteriormente, les tocó sufrir el destierro a las dulzainas. A los de la UPL les parecían ‘extranjeras’. Ahora todo les parece bien con tal de sumar votos. Eduardo López Sendino (UPL) y Matísa Llorente (sindicato agrario Ugal-Upa) han firmado las capitulaciones matrimoniales y les llueven las críticas como granos de arroz a la salida de la boda. Veremos a ver si comen perdices o se quedan a las puertas del Palacio de los Guzmanes. Quizá lo importante no es lo que sumen, sino lo que restarán al PSOE.

Hacíamos cola mientras la plaza del Grano se engalanaba para celebrar una boda decimonónica con halo romántico, aunque entonces había más matrimonios de conveniencia que de amor, el caciquismo y el pucherazo, el turnismo y el cesantismo. Colas del pasado. Cuidado.

Al principio de la cola vi a la maestra con mayúsculas, a la amiga Marcela. Y recordé la fila de la escuela. El día que dejé a mi hija en sus manos por primera vez. Sus cartas manuscritas y el amor que traían sus palabras. Hacíamos cola y nos abrazamos, un año más, en el principio de curso. Las colas traen sorpresas. Hacíamos cola por el pan. El mejor pan de León. El pan de Benazolve. El pan de Chema y Pilar.

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