Diario de León
Publicado por
Rosa Villacastín
León

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Hay noches mágicas, la del pasado domingo en el Teatro Real de Madrid, fue de las que no se olvidan. Las puertas para escuchar a José Manuel Soto se abrieron media hora antes de que empezara el concierto, su concierto, el primero que da en un lugar emblemático donde solo cantan los elegidos.

Había llegado gente de Sevilla, de Bilbao, por supuesto de Madrid donde es muy querido. Allí estaba en primera fila la Infanta Elena con su hija Victoria Federica, que como siempre que aparece en público la gente le aplaude y piropea por su cercanía, por su naturalidad, y eso que desde el escándalo Urdangarín su ritmo de trabajo representando a la Casa Real ha bajado considerablemente siendo como es uno de los miembros más queridos de la Familia Real. Entre los asistentes se encontraban también Francisco Rivera Ordóñez, casado con una sobrina de Pilar, la mujer de Soto, así como Enrique Ponce, y el humorista Pedro Ruiz, que sigue haciendo gala de ese humor ácido, desenfadado, crítico, que tan famoso le hizo, y al que no piensa renunciar ni siquiera ahora que según me comentó le tienen vetado en algunos medios de comunicación.

Todos querían arropar a uno de los cantantes favoritos de una generación que se encuentra en la frontera de la juventud y la madurez, pero también de jóvenes a quiénes José Manuel ha conquistado con su música, con las letras de sus canciones, algunas tan conocidas como Déjate querer o Por ella , y otras nuevas que se pueden escuchar en sus últimos trabajos discográficos, y que están escritas desde el corazón.

Tres horas y media duró el concierto, y de allí no se iba nadie, no se oía una mosca, porque Soto nos tenía reservadas varias sorpresas, solo aptas para las ocasiones especiales.

Pero la sorpresa mayor nos la llevamos cuando hizo su aparición el maestro Enrique Ponce, quién no dudó en coger el micrófono y ponerse a cantar un bolero a dúo con José Manuel Soto. No es la primera vez que el diestro valenciano se arranca a cantar pero nunca antes en un teatro como el Real. Y lo hizo con mucho estilo, marcando el tono con una muleta imaginaria, mientras el público le gritaba «Torero, torero»... Fue una tarde de Puerta Grande, de oreja y rabo, donde el cantante sevillano dio todo lo que lleva dentro, que es mucho.

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