Diario de León

CON MOVILIDAD REDUCIDA.

El Far-West y otras historias

Santa Fe.

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j. a. gonzález (Johnny)
León

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Cuando en 1895 Jackson Turner publicó el breve ensayo «El significado de la frontera en la Historia de Estados Unidos», fijó en el ideario colectivo las características del americano frente al europeo, de cuyas naciones provenían.

Para Turner la Historia de Estados Unidos no es otra que la de los colonos que llegaron del Viejo Continente, se establecieron aquí y evolucionaron hasta conformar una nueva sociedad y una nueva nación. No obstante, la gran diferencia de base estaba en el concepto de frontera.

En Europa, la frontera es una delgada línea que previamente separa dos culturas bastante similares y cuya diferencia más notable puede ser el idioma.

La frontera en América tiene una profundidad que depende del trampero primero, y más tarde del ganadero, del minero o del agricultor, dependiendo de quién esté «empujando» la frontera más hacia el oeste; hacia el Far-West. El hombre que avanza hacia el Oeste encuentra un mundo salvaje que ha de domeñar y donde los indios no cuentan; forman parte del mundo salvaje. La frontera, pues, deja de tener un carácter histórico para convertirse en un espacio mítico.

El hombre que va construyendo la frontera, cada vez más lejana, dice Turner, es un ser generoso, solidario y valiente ante la adversidad. Estas serán las cualidades de los americanos. Aún hoy día se considera que el americano amante de la justicia, duro, sincero y hombre de familia, vive en las Grandes Llanuras. Otros piensan, sin embargo, que un pionero es un personaje que llega a un país virgen y se hace con toda la piel por medio de trampas, mata toda la carne salvaje, tala los árboles, pastorea la hierba, ara arrancando las raíces y cerca miles de hectáreas con alambre de espino. Los naturales del país son masacrados con balas y enfermedades desconocidas.

Por otra parte, Jackson Turner concluye que los Frontiermen son gentes de procedencia anglosajona o del norte de Europa, olvidando manifiestamente a los «Courier du bois» franceses y, por supuesto, al gallego Benito Vázquez, trampero desde el principio o al explorador español Manuel Lisa, creador de la compañía de la Piel de Missouri y que terminó casándose con la hija de un jefe indio.

Este ensayo, en todo caso, está referido al avance de los pioneros del norte hacia el Oeste. No aborda las fronteras de las tierras del sur, si bien exploradas por los españoles, su extensión es tan grande y los habitantes tan escasos que el censo de poblamiento fue parecido a lo sucedido en el resto de las fronteras.

Cincuenta años antes, 1845, un periodista de Austin (Texas), John L. O´Sullivan, acuñó el término «Destino manifiesto» para solicitar colonos americanos que deberían ocupar las tierras de Texas y luego las de Nuevo Méjico y Arizona, porque América tendría que ser de los americanos.

Tejas había sido mencionada primeramente por Nuñez Cabeza de Vaca, que la recorrió de este a oeste después de naufragar en Florida, haber sido hecho prisionero por los indios, esclavo y evadido y concluyendo su periplo en busca de españoles en el actual Nuevo México.

Cabeza de Vaca contó algunas cosas extraordinarias: Que en Texas había pasado una noche gélida, desnudo, en un agujero. Al día siguiente de mañana, intuyó que había entrado en el mundo de lo salvaje, por la capacidad que tenía para curar enfermedades y que perdió al regresar con sus compañeros de armas. De todos modos, el relato de más éxito fue aquél en que aseguraba haber divisado a lo lejos las cúpulas de las Siete Ciudades de Cíbola. Tanto fue así, que no tardó Vázquez de Coronado en preparar la doble expedición hacia el norte, por tierra y otra paralela por el océano Pacífico.

Las Siete Ciudades de Cíbola es una leyenda medieval que cuenta que, tras la invasión de España por lo árabes, un grupo de obispos cogieron las reliquias y los tesoros de sus Iglesias, que habían reunido durante siglos y se hicieron a la mar recalando en lejanas tierras donde fundarían las Siete Ciudades. Si tenemos en cuenta que españoles y mejicanos llamaban «cíbola» a los bisontes de las llanuras, la noticia haría pensar a Vázquez Coronado que la resolución de la leyenda no estaba muy lejana.

Los españoles trajeron el caballo a Tejas, de donde habían desaparecido en la última glaciación y es el animal que mejor evoca y define el Far-West. Se considera el ser vivo que simboliza el pasado pionero del Salvaje Oeste. En algún momento llegaron a los Comanches, convirtiéndoles en formidables guerreros centauros. También trajeron la viruela, el sarampión y la sífilis, enfermedades desconocidas en estas tierras destruyendo la vida a paletadas. Al mismo tiempo, colonos del norte, convocados por el Destino Manifiesto, acaparaban las mejores tierras, extendiendo la frontera y aniquilando la comida tradicional del indio: el bisonte.

Meyer en su libro titulado «El Hijo» destaca cuatro momentos en la historia de Texas: Momento de los ganaderos en lucha a muerte con los Comanches / Los ganaderos cercan sus ranchos con alambre de espino / La hora de los granjeros / El petróleo y otra vez la ganadería. Cada uno de esos cambios estuvo cargado de violencia.

pampa

Los españoles, por otra parte, enseñaron a pastorear el ganado desde el caballo como una sola pieza, como un centauro mediterráneo. El nombre que quedó para la historia fue el inglés «cowboy», pero la forma de trabajar era la de los vaqueros de Andalucía y los Charros de Salamanca. Poco se puede agregar del pastoreo del ganado ovino con la experiencia de la Mesta, la trashumancia y los rebaños concejiles.

Si viajas al sur por la Route 66 o la I-40 que la sustituye, poco después de cruzar la frontera de Oklahoma y entrar en Texas, un corto desvío nos lleva a Pampa. El nombre deja claro que quien lo bautizó conocía otras latitudes pampianas. Es una pequeña ciudad que no tiene nada destacable si no fuera porque vivió y cantó Woody Guthrie, uno de los primeros cantautores americanos. Su guitarra llevaba la inscripción «Este arma mata fascistas».

Woody vivía en Oklahoma, pero su padre, trabajador de la industria del petróleo, se arruinó y hubo de trasladarse a Pampa como gerente de un hotel y su hijo le siguió. Era el comienzo de los años treinta, un año después del Crak de la Bolsa de Nueva York, en plena depresión y con las tormentas de polvo que traían la tierra de Oklahoma a Texas.

Los expertos del Ministerio de Agricultura habían editado cincuenta años antes panfletos donde se informaba a los nuevos agricultores la forma de roturar, arar y binar y la profundidad de la reja para mantener la humedad, pero olvidaron dejar barreras, cembos, tierras sin roturar, de modo que tras la primera sequía importante, los vientos levantaban nubes de tierra que lanzaban sobre los edificios y estados limítrofes. Aún hoy, después de haber leído el libro «Esta tierra es mi tierra» de Woody Guthrie, si cierras los ojos, sientes chirriar la arena entre los dientes y el polvo que se posa en las habitaciones a pesar de que las casas mantienen cerradas, puertas y ventanas, a cal y canto.

Guthrie y los Okies, naturales de Oklahoma, tuvieron que coger carretera y manta y por la Ruta 66, trasladarse a buscar trabajo a los campos de California. En esta caminata no era raro encontrar a Woody cantando a los grupos de trabajadores en torno a las hogueras. Después en la radio, sirviendo de enlace a los trabajadores en huelga y más tarde ya en el este, con Peter Seeger y Leadbelly, como miembro de los grupos socialistas.

Hoy el «Harris Drug Store» de Tampa, donde actuaba Guthrie y cantaba aquello de «Esta tierra es mi Tierra», se ha convertido en Centro de Cultura Folk, con actuaciones algunos días de la semana.

Seguimos por la Route 66 buscando el pueblo de McLean, donde hay un museo de utensilios rurales con un apartado especial de las alambradas utilizadas por los ganaderos que parcelaron la pradera, pero el GPS nos llevaba por terreno inhóspito y hemos desistido.

Dicen que uno no llega a Estados Unidos cuando desembarca en cualquiera de sus aeropuertos. La llegada se produce cuando sube al coche, propio o alquilado, y enfila una calle, una Highway o una Interestatal y el suave murmullo del motor se integra en su mundo cotidiano. Algunos hablan de la poesía de la Highway. Lo cierto es que, estimulados y llenos de júbilo, nos preparamos para unas semanas de nomadeo, con ese sentimiento que, a veces se alcanza, de libertad absoluta.

Para este viaje hemos alquilado un Chrysler 300 negro, con apenas quinientas millas y lo hemos devuelto dos meses más tarde, en Philadelphia con catorce mil. Debido a su color fue bautizado inmediatamente como «Black Dragon» (Dragón Negro).

En esta ocasión nos acompaña una chica delgada que está apoyada en el Black Dragon de la fotografía, con pinta de francesa. Se llama Marta, como mi pareja, de modo que será Marta Vaílez (M.V.) y la otra Marta Jiménez (M.J.). Domina el inglés como los ingleses y es bióloga. Digo esto, porque se dieron situaciones del siguiente tenor: M.J. subida a una silla y gritando: «¡Martita!, ¡una araña!, ¡mátala!...y M.V. horrorizada y compungida: ¡Cómo voy a matarla si es un opilium, no una araña…! Martita es como de la familia.

amarillo

El siguiente pueblo, Amarillo, era importante en la Route 66 y ahora lo es en la I-40. Los antiguos fetiches han sido trasladados y es imposible pasar por Amarillo y no cenar en el Big Texas Steak Ranch B. Motel.

A la entrada, un gigantesco vaquero que se divisa desde lejos y un risueño cocodrilo entre tres puntales anuncian el restaurante y los alojamientos del complejo que consisten en varios moteles pintados en tonos morados, amarillos y naranjas. En el exterior, una colección de coches de los 60, Cadillacs y Chevis con cuernos en el capó y como volante, una cadena.

El interior, aparte de una tienda de regalos y un bar, alberga un restaurante que recrea un antiguo Saloon del Oeste, sólo que mucho más grande. Cenábamos con más de 200 personas y en el centro, subido a un alto estrado y con una iluminación especial, un valiente se atreve a comer un chuletón de 2 kg en una hora. No lo consiguió, por tanto tuvo que pagarlo. En caso contrario le hubiera salido gratis. Alrededor, en el corredor que rodea el restaurante, el público anima en tanto un trío de violín, guitarra y banyo, vestidos de época, deambulan entre las mesas. El bistec de 2 kg. va acompañado de patatas y ostras de las Rocosas (criadillas de toro) y aunque parece difícil el reto, si vas al libro de la casa, compruebas que lo han superado siete mil comensales desde 1.960 y uno de ellos era una mujer de 75 años. Hubo un tragador, Joe Chetman, «El Mandíbulas», que lo comió en diez minutos.

Nos hemos encontrado con un grupo de cinco españoles (Salamanca, Galicia y Euskadi) que habían alquilado una furgoneta y estaban recorriendo parte de la Ruta 66. Llevaban una hora en la tienda de regalos y seguían alucinando en estéreo con la oferta de recuerdos que poblaban las estanterías.

De la Route 66 histórica se conserva un pequeño trayecto en el centro de la ciudad.

A la salida de Amarillo se encuentra el Cadillac Ranch. Un extravagante de la zona hincó en el suelo media docena de Cadillac, creando un museo al aire libre. Los visitantes los han ido pintarrajeando y el tiempo los va royendo lentamente.

Al rebufo de este museo, no lejos de allí, un empresario avispado ha inaugurado un motel con el mismo nombre, sólo que los Cadillac están perfectamente restaurados y subidos a una plataforma inclinada, con la misma posición que los originales.

A ambos lados de la carretera, por todo Texas, se extienden grandes ranchos ahora cercados, pero antaño praderas libres donde un cowboy con un buen caballo y un lazo hábilmente manejado, podía hacerse con un buen hato de ganado sin marcar, que pertenecía al que lo encontraba. Hoy el ganado vaga lejos, por el campo abierto, guiado por el hambre y la sed y olvidado a quién pertenece.

Cae una llovizna fina y fría cuando salimos de Amarillo, a pesar de que estamos a finales de mayo. Grandes ranchos de ganado flanqueando la antigua Route 66.

el llano estacado

A primeras horas de la tarde entramos en Nuevo México y el Llano Estacado. Una vegetación rastrera se expande por llanuras infinitas sobre tierra arenosa, sin entrañas. Arbustos de tojos, retamas y escobas apenas emergen del suelo. Cuando Vázquez de Coronado pasó por aquí no encontró montes, ríos o árboles que pudiera tomar como referentes para trazar caminos, de modo que tuvo que clavar estacas. Desde entonces se le conoce como El Llano Estacado.

santa fe

Santa Fe (Nuevo México) es una ciudad mediana con una arquitectura característica, inspirada en la construcción de adobe o tapial española, con tejados planos y formas redondeadas y, aunque los materiales utilizados en la actualidad son distintos, no ha perdido ni la forma ni el estilo de agrupar los edificios. La Escuela de Arte de Santa Fe seguro que ha tenido mucho que ver con este cuidado en el planteamiento de la ciudad.

En la Ciénaga, pueblo cercano a Santa fe, se encuentra la posada Las Golondrinas, última posada española del Camino Real de Tierra Adentro. Este camino tenía un trazado que iba de Ciudad de Méjico hacia el norte hasta Santa Fe. 3.664 Km. recorrían trayectos pedregosos, arenosos y a veces tan secos que era imposible encontrar agua en cientos de millas. En torno al Camino Real de Tierra Adentro había minas de plata que necesitaban abastecimiento igual que al norte, los tramperos del Misouri, en torno a San Louis. Esto indica que desde Santa Fe hacia el norte existía una senda incierta, llamada «Camino de Santa Fe», por territorio indio por donde se aventuraban algunos buhoneros o comancheros pagando el correspondiente peaje que, a veces, alcanzaba un alto coste, su vida.

Las Posadas flanqueaban el Camino, situadas en parajes donde los transeúntes necesitaban todo tipo de ayuda, lo que no impedía que hubiera tramos de más de cien kilómetros sin gota de agua y donde el terreno arenoso hacía inviable cualquier tipo de vegetal.

El viaje de Ciudad de Méjico a Santa Fe, ida y vuelta, exigía un año de camino, el mismo tiempo que el Galeón de Manila tardaba en el viaje España—Filipinas.

La Posada de Las Golondrinas está ubicada en un pequeño otero y cerca del arroyo de La Ciénaga. Rodeada de un escueto muro, más alto en torno a las puertas, ofrecía protección a posibles ataques exteriores de apaches mescaleros o bandoleros de la sierra. También tuvo un torreón que mandó construir el rey de España.

En la parte exterior hay varias construcciones, juníperos y alguna higuera.

Las Golondrinas está abierta al público, pero no en esta época, que requiere un pase especial, si bien el director del hotel consiguió que nos agregaran a un pequeño grupo que giraba una visita programada.

El interior se organizaba en torno a una plaza amplia para el ganado (refugio en caso de ataque), habitaciones para los criados y los señores y para los huéspedes; también chabolas para los presos y los esclavos.

Grandes almacenes por doquier servían de acopio de mercancías y cosechas, alimento para ganado y colonos durante todo el año.

Un lugar importante era el cuarto de los telares, donde se tejía la ropa de lana y la talabardería para transformar la piel en zapatos o atalajes para los animales de tiro.

Otras tres construcciones importantes en la plaza: La noria, la cocina y el horno de pan a la entrada de ésta; en ambos casos se procuraba que estuviese limpio de basuras.

La cocina de la Posada tiene un fogón de pastor, una mesa pequeña y varios asientos bajos. Como se comía «a rancho» de la perola, apenas había platos de arcilla. Ollas, jarros y tinajas de barro, para cocinar, beber y almacenar líquidos eran una parte importante del «menaje» de cocina. También el almirez para moler el trigo o el maíz. La base de la alimentación consiste en hogazas de pan y tortas de harina de maíz. Los espetones para los asados y las ristras de chiles (pimientos secos) colgaban de la pared y se suponía que la navaja, «cheira», la llevaría el comensal.

La hacienda Las Golondrinas fue fundada hacia 1.700 por D. Miguel Vargas Coca, sus criados y su familia por compra real y aquí plantaron, irrigaron y pastorearon a sus animales. Otros pequeños campesinos se fueron asentando en la zona, donde el terreno era apropiado para sus cultivos.

Los primeros años de Las Golondrinas fueron tiempos turbulentos. Los indios Pueblo se sublevaron y empujaron a los españoles hasta Laredo. Por otra parte, los comanches venidos de Texas derrotaron a los apaches asentados en Nuevo México y ahora hacían razias por la zona, de modo que cuando desde la torre de la posada se veían movimientos hostiles, se daba la voz de alarma y las gentes se retiraban al interior de los muros defensivos.

En 1.785 se firmó la paz con los comanches y la vida se hizo menos agitada.

Santa Fe se encuentra entre el río Pecos por el este y los montes Sangre de Cristo por el norte, donde aprovechando su gran altura nevada han construido una magnífica estación de esquí.

Recorremos el centro para ver el Museo of Finets Arts, que concentra en su diseño las características de la construcción en Santa Fe, llamada estilo Renacimiento — Pueblo. Conjuga el aire de la construcción de los nativos amerindios y de los españoles coloniales. En lo alto flamea la bandera con la Cruz de Borgoña, una de las primeras enseñas de España que habían traído Constanza de Borgoña, esposa de Alfonso VI, además de los monjes de Cluny y el canto gregoriano.

Por la tarde recorrimos Canyon Road, una calle cerca del río Pecos, donde se han retirado bohemios, artistas y hippies que muestran sus estudios y sus obras y que alumbran un nuevo movimiento artístico iniciado por Georgina O´Keeffe. Destacan los menestrales del barro, la lana, la madera y la forja. Al tener a escasas millas la mina más antigua de turquesas, la artesanía de estas piedras, en diseños originales y primorosos, ocupa a un número notable de artistas.

El último que se ha retirado a Santa fe es el próximo premio Nobel de literatura (o eso espero) Cormac Mcarthy, que sigue siendo tan elusivo como siempre.

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