Diario de León
Publicado por
Manuel Vilas
León

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Quienes amamos los relojes sabemos que no es lo mismo mirar la hora en una esfera con números romanos que en otra con números arábigos. Según el diseño de un reloj, la percepción del tiempo cambia. Mi pasión por los relojes nació el día en que hice la primera comunión y me regalaron dos relojes. Un amigo de mi padre me obsequió un Thermidor y un tío mío un Duward. Los dos me fascinaron porque aunque coincidían en la hora objetiva divergían en la hora subjetiva. Desde entonces acudo a las esferas de los relojes siempre buscando esta sensación que tiene algo de vértigo. No soporto la inexactitud en un reloj. Ni un segundo de más ni uno de menos. Me gustan los relojes caros, que miro en los escaparates de las joyerías de lujo.

Mi vida ha sido mirar relojes inalcanzables en los expositores, o en las tiendas de aeropuerto, o en la sección de relojería que los almacenes elegantes destinan a tal uso. Voy allí y los miro. Solo he podido permitirme un reloj de lujo una vez y fue un regalo. Fue un Longines automático. Ya no lo uso, porque a los dos años de tenerlo comenzó a retrasarse o a pararse.

Cualquiera que tenga diez euros puede comprarse un reloj de cuarzo que si le cambia la pila de vez en cuando siempre le dará la hora exacta. Los antiguos nunca tuvieron mediciones de la hora tan científica como tiene hoy cualquiera que use un móvil o un reloj barato. Ni Julio César ni Carlos V ni Napoleón disfrutaron de la exactitud de un reloj de cuarzo modesto y vulgar. No es la precisión lo que buscamos hoy, sino la distinción.

Tengo en uso cuatro o cinco relojes, y si sumamos los precios de los cuatros o cinco relojes que tengo creo que no pasan de los trescientos euros. Suelen durarme mucho tiempo los relojes. Cuando me canso de ellos los guardo en una caja. Y los miro de vez en cuando. Me sé todas las marcas famosas. Sé lo que busco en un reloj. También me sé los precios. El otro día, en una tienda de aeropuerto, exponían una marca que me gusta mucho, pero la tenían a un precio muy alto. Y se lo dije a la dependienta. Le dije «conozco bien esta marca, la puedes encontrar más barata en tal sitio». La dependienta me miró como si yo fuese un extraterrestre. ¿Se puede ser erudito en objetos de consumo? Imagino que sí. No es el colmo de la ociosidad. Es el tiempo. Por cierto, ¿qué hora es? La hora de la vida. Por eso me gustan los relojes, porque te recuerdan

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