Diario de León

CIEN KILÓMETROS DE HISTORIA

Traidores a la revolución

La revolución de 1934 tenía que empezar en Villaseca nada más anochecer con el fin de que los mineros tomaran León hacia las dos o tres de la mañana. Días antes, el secretario de UGT había dado a los miembros de la Juventud Socialista una lección en el manejo de la dinamita en el monte San Isidro. Así fue el minuto a minuto de la revolución de 1934 en León y  así se facilitó su derrota

Soldados en Villablino tras la revolución de 1934. PIÉLAGO DEL MORO

Soldados en Villablino tras la revolución de 1934. PIÉLAGO DEL MORO

León

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Las horas para la revolución minera comenzaron a correr en 1933. En enero de 1934 la Federación Provincial de Agrupaciones Socialistas de León celebra un pleno en el que ya se recomienda la constitución de Comités Locales Revolucionarios y se elige para formar parte del Comité Revolucionario Provincial a Nistal, Cadenas, Carro y Coque... Con el triunfo electoral de las derechas en noviembre de 1933 queda truncada la revolución democrática-burguesa iniciada en abril de 1931 y comienza a fraguarse la revolución minera...

El Club Xeitu publica dos testimonios que evidencian cómo se montó y qué razones llevaron al fracaso en León de la revuelta de 1934 que el PSOE y la UGT pusieron en marcha contra la propia República. Antonio Fernández, secretario provincial del sindicato y el conocido artista Modesto Cadenas dejaron sendos escritos en los que plasman su testimonio de los sucesos que protagonizaron en ese momento histórico y que ahora cobran una dimensión radical. Ambos fueron fusilados inmediatamente después de la sublevación de 1936 y los papeles de su colaboración en la historia testificó para conducirlos al cadalso.

Las ‘pruebas’ fueron incautadas a sus autores y se conservan en el Archivo Intermedio Militar Norte, en Ferrol, engarzados en uno de los voluminosos expedientes de represaliados en la provincia que allí se custodian. Laciana-León, 1934. La revolución de los mineros, obra de Wenceslao Álvarez Oblanca y Víctor del Reguero, se centra en la expedición emprendida la noche del 5 al 6 de octubre de 1934 por los mineros de la cuenca leonesa con mayor número de trabajadores, entre 3.000 y 4.000, donde el sindicato ugetista era hegemónico. La caravana, formada por un coche, tres camionetas requisadas y el coche de línea de Beltrán, que había sido interceptado en su ruta diaria, tardó prácticamente toda la noche en cubrir los cien kilómetros que separaban Villaseca de Laciana de León.

Antonio Fernández y familia, Bruselas 1935. CLUB XEITU

Antonio Fernández y familia, Bruselas 1935. CLUB XEITU

El motivo, las paradas que los trabajadores hicieron en varios pueblos como Piedrafita de Babia o La Magdalena para requisar armas. Al amanecer llegaron a la Venta de la María, una antigua fonda a las afueras de León, donde se detuvieron en espera de instrucciones para consumar su propósito: participar en la toma de la ciudad y el aeródromo de La Virgen del Camino.

Las indicaciones tardaron unas horas en llegar, pero lo hicieron en un sentido contrario al esperado, por lo que los mineros tendrían que retroceder el camino que habían hecho, regresando a Laciana. En su vuelta, serían sorprendidos en La Magdalena por un grupo de guardias civiles. En el tiroteo fallecería Máximo Soto, presidente de las Juventudes Socialistas de Villaseca de Laciana. A su llegada a la zona, donde los revolucionarios habían declarado la «revolución social», mantendrían su control hasta que el 11 de octubre sendas columnas militares avanzarían desde Ponferrada y León. En la intervención fue decisivo el papel de varios aviones que bombardearon Villaseca de Laciana con el objetivo de dispersar a los revolucionarios.

Además de todos esos avatares, los textos originales de Antonio Fernández y Modesto Cadenas se detienen en explicar los preparativos del movimiento revolucionario en el seno de las organizaciones socialistas, con sus reuniones, sus planes y sus carencias. Luego, frustrado el primer plan de asalto sobre la ciudad, el 5 y 6 de octubre, las vicisitudes de los días siguientes ocultos en los alrededores —San Andrés del Rabanedo, Armunia, Carrizo de la Ribera, Rioseco de Tapia…— hasta conseguir escapar a Babia y Laciana, donde permanecerían hasta el final del movimiento.

Imagen de Villablino en los años 30. PIÉLAGO DEL MORO

Imagen de Villablino en los años 30. PIÉLAGO DEL MORO

Ambos protagonistas narran el minuto a minuto de los días previos al estallido de la revuelta minera con tinta entreverada con las tripas del miedo, la incertidumbre y la perplejidad. Miedo ante lo que se preveía como un fracaso anunciado, incertidumbre por la ausencia de cualquier clase de información y perplejidad por el silencio de algunos de los revolucionarios.

El avituallamiento de armamento y munición estuvo entre los ‘enseres’ ocupacionales de los actores en León. Cuenta Antonio Fernández que  la agrupación socialista de Léon entregó a Madrid cuatro mil pesetas  que le habían sobrado de las elecciones de 1933, para la adquisición de pistolas. «El pleno de nuestro sindicato acuerda facilitar todo el dinero que pueda para armas con destino a la revolución y se dirige a las secciones en el mismo sentido, cubriendo la petición con ocho mil y 18.000 pesetas que era dinero para socorrer a los compañeros austriacos y a los presos», destaca.

Las armas llegaron en tren a la ciudad en un baúl que fue depositado en el fielato de la estación hasta que fue escondido en lugar seguro. Lo que no lograron fue dinamita porque no consiguieron encontrar a alguien que la ocultara

En uno de los puntos, el secretario provincial de UGT revela que era probable que, por conducto de Cataluña,  y valiéndose de la preponderancia política de la Esquerra en aquella región, pudiesen adquirir abundante material de fusiles, ametralladoras y municiones. «Nos prometen facilitarnos algún fusil y nos dicen que cuando se produzca el movimiento serán allí dueños de la situación en dos horas y que luego marcharán unas columnas hacia Madrid, que nos armarán a los de León para unirnos a las columnas de Asturias y seguir con ellos en dirección a Madrid». Las armas llegaron en tren a la ciudad en un baúl que fue depositado en el fielato de la estación hasta que fue escondido en lugar seguro. Lo que no lograron fue dinamita porque no consiguieron encontrar a alguien que la ocultara.

Imagen de Alfredo Nistal. CLUB XEITU

Imagen de Alfredo Nistal. CLUB XEITU

Quemar conventos y tomar el chalet de un banquero

El 1 de octubre se designa a los ferroviarios Galindo, Zorrila y Tijero para que con diez fusiles y las escopetas que reúnan se encarguen de tomar la estación del Norte comenzando el ataque hacia la una de la mañana. A Gerardo Cortinas se le encarga ocupar con cinco fusiles y las escopetas el chalet de Sanz —un empresario y político que ocupaba el solar del hoy Banco de España—para atacar el cuartel de la Guardia Civil. Por último, Epifanio Hernández recibe la orden de llevar los otros cinco fusiles restantes y atacar el cuartel de guardias de asalto. «El 1 ó 2 se dieron las últimas instrucciones a los comités locales para que dieran a la insurrección la máxima violencia, suprimiendo a cuantos se pudiesen poner en contra».

En el documento, el sindicalista precisa que a Modesto Cadenas  se le ordenó incendiar algunos edificios, entre ellos el convento de San Francisco y el de las Concepcionistas de la calle de Fermín Galán con el fin de llamar hacia ellos la atención de la fuerza pública. Alfredo Nistal y David Martín se encargaron de ir a atacar el aeródromo de La Virgen del Camino.

«Llama la atención que fueran dos mujeres —una de ellas, una niña de 16 años— las que se atrevieran a portar las armas ante la cobardía de los propios revolucionarios

Pero los problemas empiezan a llegar. Las horas previas al comienzo del estallido, la cobardía y falta de implicación comienzan a emerger entre los participantes, a lo que se suman inconvenientes de última hora como la falta de automóviles. «Empezamos a preparar y distribuir las armas y municiones y ninguno de ellos —ni Federico Carro, ni Domingo Pascual, Antolín Flórez o Alfredo Morán— querían llevar las armas largas (...) Se ofreció a sacarla mi cuñada Consuelo Bernardo. Esta y Celsa Bernardo salieron con nosotros hasta la Serna, a pesar de ser la una de la mañana. Cuando nos separamos de ellas nos despidieron con arengas de ¡¡adelante!! y el puño en alto».

Llama la atención que fueran dos mujeres —una de ellas, una niña de 16 años— las que se atrevieran a portar las armas ante la cobardía de los propios revolucionarios. 

Protagonistas de la Revolución de Asturias. DL

Protagonistas de la Revolución de Asturias. DL

Comienzan el camino hacia la base aérea de La Virgen del Camino y se da de baja el primero de ellos, un hermano de Alfredo Morán, «tras cogerse una borrachera». «Antolín Flórez, por su parte, se niega a atravesar el río Bernesga. Flórez y Carro, especialmente Carro estaban un tanto remolones y me daba la impresión de que querían andar al revés para no llegar al aeródromo». De hecho, Federico Carro, que era presidente de la Juventud Socialista, decidió darse la vuelta tras entregar al resto la munición que portaba. «Nos dice que se va a San Andrés del Rabanedo a descansar. Me dieron intenciones de pegarle dos tiros», cuenta en el archivo. 

Las horas continúan pasando sin que, aparentemente ocurra nada. Es preciso destacar que, a esa hora, ya debería haberse proclamado la revolución en la provincia y, sin embargo, la incomunicación es de tal calibre que ninguno de los protagonistas saben muy bien qué ocurre en cada una de las zonas en conflicto. De hecho, al llegar a La Virgen del Camino todo es normal, hasta el punto de que se toman unos churros y unas copas de aguardiente. Es entonces cuando empiezan a dudar de Alfredo Nistal.

«En el coche de Arias se querían subir todos los que iba alcanzando. Sobre todo, algunas mujeres que huían con los niños. Les aconsejamos que no huyesen, que qué les iban a hacer si no habían intervenido en nada...»

Los intentos de contactar con él durante aquellas horas decisivas fueron infructuosos. Y eso a pesar de que siempre se ha defendido que Nistal coordinó los movimientos desde la capital, incluso estableciendo contacto físico con varias avanzadillas y enlaces. Pocos días después, los implicados  descubrieron que no había faltado a su trabajo en Correos ni un solo día durante aquellas jornadas de la revolución.

Uno de los que sí puso su vida en peligro y por lo que fue ejecutado nada más declararse el golpe de Estado fue Onofre García, que les comunica que los mineros de Laciana están concentrados en Lorenzana.

Llenaron nuestros compañeros un barril de dinamita y lo echaron a rodar por el prado abajo a estrellarse contra la pared del cuartel, donde explotó e hizo un formidable boquete

Es el propio Onofre el que irá hasta allí para comunicar a los revolucionarios que esperen a la noche y que irán a recogerles para intentar el ataque a León. «Llegamos a San Andrés. Va Cadenas al pueblo y Pascual, Tazón y yo nos quedamos en las afueras. Regresa Cadenas y dice que no encuentra a nadie. Al anochecer entramos los cuatro en San Andrés y en una taberna entramos a tomar unas copas mientras Cadenas (Modesto) busca a Carlos Valle. Cuando lo encuentra, viene a vernos y nos dice que no vienen los mineros ni están ya en Lorenzana porque cuando llegaron a la entrada de León, hacia las seis de la mañana, les dijo de parte de Nistal que se volviesen, que puesto que los de la capital no habían respondido, no quería que se sacrificasen los mineros». 

Cuenta Antonio Fernández que al llegar a Villablino se enteraron de la toma del cuartel de la Guardia Civil para lo que había sido necesario mantener el tiroteo desde las doce de la noche del día 5 hasta las ocho de la mañana del día siguiente. «Viendo que ni los tiros ni las recomendaciones de que se entregasen con la garantía de que no les pasaba nada  si se entregaban servía para nada, llenaron nuestros compañeros un barril de dinamita y lo echaron a rodar por el prado abajo a estrellarse contra la pared del cuartel, donde explotó e hizo un formidable boquete en la pared que hizo entregarse a los guardias». Uno de ellos murió y otro fue herido en combate.

El relato continúa en el viaje hacia la revolución, cien kilómetros de testimonios que transpiran la desnudez de las capacidad humana para la generosidad, la cobardía, el arrojo y la derrota, para lo mejor y lo peor de lo que es capaz cualquiera cuando tiene algo que perder. 

Los últimos metros de la historia, que narran la huida tras la consabida derrota de la revuelta,  hacia Asturias son particularmente tristes: «Dimos la vuelta y subimos por la carretera de Lumajo. En el coche de Arias se querían subir todos los que iba alcanzando. Sobre todo, algunas mujeres que huían con los niños. Les aconsejamos que no huyesen, que qué les iban a hacer si no habían intervenido en nada...»

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