La música en los tiempos del ruido
El mago de la banda sonora de León
Qué es un compositor de cine? Contesta Pablo Vega con rapidez: «Alguien capaz de que veamos la película con los ojos cerrados». Esa virtualidad es la que convierte su música en la melodía del cine realizado por los directores leoneses en los últimos treinta años. ‘Estirpe de tritones’ es la más conocida, pero hay muchas más, y su talento hace que la epopeya y el asombro se conviertan en un personaje más cuando el proyector se pone en marcha
Con la música de Pablo Vega puede recorrerse la historia leonesa de los últimos treinta años. Por su estudio de música, un cofre del tesoro para cualquier compositor, han pasado cientos de cantantes y bandas, de partituras que su talento ha convertido en inolvidables. Pasar el dintel de su ‘sancta santorum’ es hacerlo en un lugar en el que la creatividad, el talento y la paciencia —tres virtudes que están en vías de desaparecer— llevan la batuta. «¿Que cuándo supe que quería componer?» se queda pensativo Pablo Vega, cuya humildad le lleva a asegurar que más que compositor es «diseñador de sonido». Y eso a pesar de que su cabeza ha alumbrado las bandas sonoras de la mayoría de las películas de directores leoneses, desde Juan Carlos Mostaza a Julio Suárez o Isaac Berrocal. «Es una pregunta difícil de contestar porque la música es la banda sonora de mi vida, no es que la adorne, sino que la vertebra. No entendería nada sin su ayuda, ni al mundo que me rodea ni mucho menos a mí mismo», confiesa.
Pablo Vega se encuentra ahora enfrascado en la composición de la música para un largometraje de Berrocal titulado El ritual de Huasao, que promete colarse en los principales festivales de cine de terror. La cinta narra los cambios que experimenta una pareja y sus allegados tras volver de su viaje de Perú. En su reparto destacan Carles Moreu, Sarah Sanders, Esther Ramos, Aitor Legardon, Chiti Abrairas, Charo Gabella y Pape Pérez. «La voy a hacer con las Juventudes Musicales y el coro universitario», dice y añade que para esta historia necesitan sonidos totalmente nuevos obtenidos de instrumentos y voces reales. No será la primera vez. Una de las características de Pablo Vega es la capacidad para el agradecimiento. Lo refleja en sus palabras hacia Juan Luis García, Daniel Sanz y Dorel Murgu. «Todos ellos hicieron posible que grabáramos la VSO de Tritones con la Orquesta de León en el Auditorio», y añade que hoy en día hay pocos compositores de cine que tengan esta posibilidad.
«La música vertebra mi vida. No entendería nada sin su ayuda, ni al mundo que me rodea ni mucho menos a mí mismo», confiesa el compositor.
La modestia es otra de las virtudes y medita sobre si le ha perjudicado. Reconoce que el desinterés por el marketing y la ausencia de inclinación por «venderse» ha podido ir en contra suya . «A veces pienso que si hubiera estado en Madrid habría llegado más lejos. Éxito ha tenido, tanto que forma parte de la banda sonora de la ciudad. En un mundo que se vuelve cada vez más rápido e inconsistente, Pablo vislumbró que viviría de su pasión cuando era un niño. «Es muy difícil reflexionar sobre qué es la música, o qué papel ha tenido en mi vida, cuando desde que puedo recordar siempre ha estado ahí, y sigue estando, muchas veces de forma inconsciente». Reflexiona en el hecho de que su condición de hijo único le llevó a pasar mucho tiempo a solas en la infancia. «Recuerdo desde siempre la pulsión a canturrear, que todavía mantengo cuando estoy concentrado, o escuchar música en un radio cassette en casa, y más adelante en un viejo tocadiscos Philips de mi padre». En el picú oía una mezcla ecléctica de estilos musicales, desde El Cascanueces de Tchaikovsky hasta La muerte tenía un precio de Morricone, o a Dave Brubeck tocando Take Five.
«La música me hace descifrar mis propios sentimientos, como si alguien hace tres años o trescientos hubiese plasmado en una melodía lo que ni yo mismo sería capaz de describir con palabras»
El vagón de la emoción por la música le llevó hasta la academia de su añorada Olvido, la profesora de guitarra que le enseñó la materia prima con la que levantar su argamasa musical. Poco después, compraría el primer teclado, que le permitió indagar y encontrar su propio lenguaje. «Mi padre tenía una Super 8 y comencé a hacer cine con plastilina, lo que entonces se denominaba Stop motion». Así comenzó su pasión por las bandas sonoras del cine, un entusiasmo que le llevó a estudiar a grandes como John Williams y Ennio Morriconne, gigantes sobre los que se aupó para sus primeros trabajos. «Luego, aprendes a hacerlo solo. Cuando te das cuenta de que tienes que consolidar una voz propia, el camino te lleva por senderos en los que los errores son una oportunidad de abrirte a nuevos sonidos», destaca.
Pero si algo removió su joven cerebro y le hizo querer hacer música fue sin duda La Guerra de las Galaxias. «La película me dio de lleno, como a tantos adolescentes de esa época, y por ende su banda sonora, que me hizo subir ese escalón de simplemente escuchar a comprender que detrás de cada melodía había un compositor y un intérprete, y que alguien había creado todos esos sonidos inéditos hasta entonces, que siguen siendo una obra maestra», recuerda.
Entre sus primeros trabajos destaca la participación en los temas del disco de grupos leoneses Oye, tú qué pasa aquí, en el que colaboraron bandas como Berlín interior, Fundición Odessa o La Huella. Así fue como entró en contacto con Julio Suárez, que le propuso escribir la música de su corto Estirpe de tritones, una cinta con tintes de astracanada que Pablo Vega coronó con una banda sonora épica y orquestal para así atemperar el sentido humorístico de la historia. Años más tarde tendría su continuación en el largo Tritones, más allá de ningún sitio. Después de aquello llegó Guzmán goodman, una comedia sobre la leyenda de Guzmán el bueno y el asedio de Tarifa. Ahora, Pablo ha ampliado su campo de acción al diseño de sonido, lo que le permite realizar toda la escenografía musical de las películas. «Antes, tenían una banda sonora con leit motiv que permitía al espectador saber perfectamente lo que estaba pasando sólo con escucharla», subraya. Era el conocido como mickeymousing, una técnica que Max Steiner popularizó en películas clásicas pero que cada vez se estila menos. «Si escuchas por ejemplo las partituras de Max Zimmer, autor de bandas sonoras como la de Origen, Interstellar o la saga de Batman de Christopher Nolan, es todo muy básico. No es música que puedas escuchar mirando una pared sino una que funciona muy bien en la película, aunque luego sea aburrida». Esta disciplina se basa en la particular utilización de la música en relación a la imagen en movimiento y se da cuando está sincronizada con el ritmo de la acción en pantalla. ««Ya no existe la necesidad de que la música funcione fuera de la película como ocurría antes —recuerda Supermán o E.T— y destaca que a partir de Gladiator dejó de utilizarse. «No es el concepto de música de Wagner que tenía Williams, pero va como un cañón», asegura.
Pablo Vega confiesa que cuando empieza a componer la música la vislumbra en su integridad. «No es que me llegue la melodía y poco a poco vaya creándola. A mi me aparece todo bastante cerrado, con la orquestación en la cabeza», precisa. El compositor explica que ahora muchos de los directores de cine piden trabajar con un previo, un temp track, una pista temporal que sirve de pieza de música provisional durante el montaje de la película y encamina al compositor para entender el estado de ánimo que el director quiere dar a la historia. Entre los últimos trabajos del compositor leonés destacan The fisherman y Hidden soldier, ambas de Alejandro Suárez. También las escenas y personajes de las cintas La calima y La proeza, de Isaac Berrocal, se mueven a golpe del espíritu musical alumbrado por el leonés. El futuro pasa irremediablemente por la Inteligencia Artificial. De hecho, el compositor muestra cómo en menos de un minuto el programa es capaz de crear canciones tan sólo con un título y la indicación del tipo de música que prefieres. Eso sí, de momento es todo muy básico, tanto como la que ahora hace traccionar a la industria discográfica, con letras pegadizas y notas de reguetón pasadas por el filtro de los efectos de sonido del momento.
Se queja de que una de las cosas más complicadas de trabajar en León es la rutina con la que las administraciones se empeñan en contratar el talento fuera sin contar con el que hay en León y, al tiempo, del desinterés propio de los leoneses de proteger a su gente. Recuerda el video que se grabó en 2017 para recordar los 30 años de la canción Esto es León de Berlín Interior. Pablo Vega lo produjo y en ella participaron el coro Ángel Barja de Aitor Olivares, la orquesta Juventudes Musicales y las de los papones. «Lo grabamos en el auditorio del colegio don Bosco y terminamos con el sonido del órgano de la Catedral», recuerda para añadir que en la provincia hay creadores con tantísimo talento que resulta incomprensible que siempre se acuda a buscarlo fuera.
—¿Qué sientes cuando miras por el retrovisor?
—Han pasado muchos años y sigo teniendo esa necesidad de música en casi cualquier momento. Lo más curioso de la música, en especial de la instrumental, es que me hace descifrar o aclarar mis propios sentimientos, me identifico por completo con lo que escucho, como si alguien hace tres años o trescientos hubiese plasmado perfectamente en una melodía lo que ni yo mismo sería capaz de describir con palabras, lo cual me hace conmoverme en no pocas ocasiones. Algo como el segundo movimiento de la 7ª de Beethoven me humedece los ojos, las Variaciones Goldberg me hacen sonreir, Shostakovich o Gorecky me ponen los pelos de punta...