Los vecinos de León que viven en una casa de 415 millones de años
Junto al telefonillo de su portal hay un coral, una joya del Paleozoico. Cuando se levantó el edificio, en el año 2006, sobre una parcela de 1.502 metros cuadrados, nadie reparó en esa pequeña reliquia del fondo del mar. Es el patrimonio geológico leonés. Fósiles urbanitas. Tesoros olvidados de León

La casa de los fósiles, en la calle La Alameda, en el barrio de La Palomera.
Vagó durante millones de años hasta que llegó a 42º Norte. Ahora está en la calle La Alameda 7. De Pangea al distrito postal 24007. Cada mañana, Mari y sus vecinos introducen su llave junto a un coral. Cada mañana, el repartidor de Amazon o el cartero llaman al telefonillo junto a una joya del Paleozoico. Viven en una casa de 415 millones de años.
Ni ellos ni el constructor lo sabían. Cuando se levantó el edificio, en el año 2006, sobre una parcela de 1.502 metros cuadrados, nadie reparó en ese pequeño tesoro del fondo del mar. De un arrecife primitivo a una calle de León. De un océano cálido y tropical a la fachada de un edificio en pleno norte.
Están por toda la fachada, plagando cada ángulo, cada esquina. Dan a La Alameda o a El Tejo y El Encinar. En el barrio de La Palomera. A simple vista. Pero no tan fácil, hay que saber mirar.
Lo hizo Rodrigo Castaño, divulgador, biólogo, apasionado de la geodiversidad y del patrimonio geológico. Castaño es cliente habitual del CCC, en la calle La Alameda, tiene la vista acostumbrada a ver más allá de lo evidente y posa su mirada siempre sobre las piedras. Así fue cómo descubrió lo que ocultaba, mientras se tomaba un café.
Son los otros habitantes de la ciudad. Atrapados por los siglos de los siglos en la piedra, vestigios de otras eras, tan antiguos que cuesta desentrañar la cifra que indica su edad, animales y plantas que vivieron cuando apenas había nada más que una masa que agrupaba la mayor parte de las tierras emergidas del planeta, Pangea, un supercontinente en U, la misma forma que la casa de la calle Alameda.
El constructor compró una partida de piedra natural procedente de la Cordillera Cantábrica para forrar la fachada. Hasta allí migró Pangea en su deriva continental. Esa caliza en la que quedaron para siempre atrapadas en el tiempo las coralitas, la parte dura de los corales, es sólo una de las maravillas que contiene la fachada de esta casa.

Vecinas del edificio de la calle La Alameda observan otro fósil urbano, este del Jurásico, en la fachada de la cafetería Recolás.
En esa auténtica aula geológica enclavada en la ciudad vive Mari, que se sorprende del grupo de científicos y aficionados que escudriñan, con una pequeña pistola de agua y una lupa, la fachada de su casa. Nunca imaginó que esas marcas en la roca caliza fueran algo más que rugosidades de la piedra, que no fueran nada más que manchas y no rastros de vida antigua, que tuviera por insólitos vecinos unos fósiles urbanitas. Se acerca ella también a observar y comprende entonces el revuelo en el grupo con cada descubrimiento. Restos fósiles de hace 415 millones de años, mucho antes de nosotros, mucho antes de la última glaciación, hace «sólo» 11.000 años, la glaciación Würn, el último periodo glacial en la historia geológica de la Tierra, la Edad del Hielo.
No hace frío ese sábado de enero en León. Algunos vecinos de la calle La Alameda se suman al grupo que guía por la ciudad Rodrigo Castaño. La actividad en busca de fósiles urbanos es una idea de Castaño y del Aula Geológica Robles de Laciana, una iniciativa que pusieron en marcha un grupo de aficionados a la Geología vinculados a la Asociación Cultural Amigos de Sierra Pambley que soñaron —y lograron— crear un espacio para promover los recursos geológicos de su comarca, la cultura geocientífica que forma parte de la historia de los hombres y de su desarrollo como sociedad. Ahora, han dado el salto a León.
La roca devónica de hace millones de años que alberga espectaculares depósitos de arrecifes de carbonato que trajeron a la capital desde una cantera caliza cantábrica para forrar este edificio es una de las paradas de una ruta científica y divulgativa que invita a tener otra mirada sobre lo que nos rodea. Restos de organismos pretéritos o de su actividad, quizá simplemente el movimiento de su cuerpo arrastrándose, que han quedado atrapados para siempre en piedra, congelados en el tiempo, y están ahora entre pintadas de adolescentes y grafitis o en las baldosas de las calles.
Una parada en la Cafetería Recolás en la calle que lleva el nombre del escritor Antonio Gamoneda, en el número 4, para contemplar fósiles del Jurásico. Luego, de camino al centro de la ciudad, como si de una llamada se tratara, como si la era de los grandes dinosaurios y la escisión del Pangea en Laurasia y Gondwana le hubieran citado, sale de su casa a la calle para intentar salir de su asombro Gamoneda. El poeta se para delante del grupo, que está ya en Sierra Pambley, ante el número 4. Bajo sus pies y las del Premio Cervantes hay bivalvos, cefalópodos, moluscos del Cretácico de hace 120 millones de años. Pasan los viajeros sobre ellos camino de la Catedral.
En San Lorenzo 1, el suelo del portal contiene una coralita en una roca del Mioceno, entre 10 y 20 millones de años.
Más asombro en la calle Ancha, en la Farmacia Merino. El mármol imperial iraní traído desde Pakistán para arreglar un desperfecto durante un arreglo, buscando quizá similitud con la fachada original, tiene una colonia de coral tan evidente que ya no hace falta ni lupa. Se arremolina el grupo para contemplarlo de cerca ante la sorpresa de vecinos, clientes y turistas. De ahí a Kamado Asian Food, el asiático de la calle El Paso número 7 en la esquina de Regidores, con una gran vertical de vestigios de otras épocas geológicas. Un coral de color fuego adorna la esquina del Restaurante El Rancho Chico entre las calles Misericordia, Mulhacín y la plaza San Martín, llamada en León la plaza de las Tiendas, un vestigio del Cretácico. Otro coral en el 33 de la calle Serranos, una colonia de un coral ramificado del Devónico en la fachada de la nueva tienda de Entrepeñas en Gran Vía San Marcos, un coral fasciculado de gran tamaño y probablemente jurásico en Víctor de los Ríos 19, en Las Cercas, donde acaba Puerta Moneda, la magia de un coral solitario dentro de otro coral, un fósil dentro de otro fósil, un ejemplar insólito y singular... Y así, toda la ciudad.
Si las piedras de León hablaran, narrarían la historia de otras edades contenidas en esponjas, ammonites, gasterópodos, corales, bivalvos, erizos de mar, foraminíferos, lirios de mar o algas que florecen petrificadas en las calles de la ciudad.
Recogen sus bártulos Rodrigo Castaño y Poli Fernández, pionero en el Aula Geológica de Laciana, y preparan ya la ruta del domingo 16 de febrero. Van a rastrear cefalópodos por la ciudad. La cita es a las 10,30 de la mañana en Puerta Castillo, en el Arco de la Cárcel. Sin más requisitos que el de estar allí puntual (y llevar calzado cómodo y 10 euros).
Al otro lado de la ciudad, un pequeño grupo de biólogos y geólogos analiza el rastro en una piedra devónica que muestra, casi con la exactitud de los relojes atómicos, la duración del día y la noche en el Paleozoico y los 390 días que duraba entonces un año. En el edificio de la calle La Alameda, un lugar que la ciudad debería proteger, que el Ayuntamiento debería preservar. Historia de la geología a la altura de la vista. El tesoro olvidado de León.

El coral que es una joya del Paleozóico

La casa que tiene 415 millones de años

La piedra de los dinosaurios

Un coral en la calle

Gamoneda y los fósiles urbanos de su calle

El enorme coral de León

La joya del mármol iraní de la Farmacia Merino

El coral de Entrepeñas

El fósil doble de Las Cercas
