Diario de León

¿Qué se siente al ver sobre tu cabeza los misiles entre Irán e Israel?

Hay ocasiones en las que te topas con la gran noticia sin buscarla. En un viaje por Líbano, desde su frontera sur con Israel, el periodista Manuel Félix vive las explosiones de los misiles lanzados por Irán a Haifa y Tel Aviv. En este reportaje documenta la «Guerra de los 12 días».

Imagen de los misiles sobre el cielo de El Líbanomanuel félix

Manuel Félix López
Ponferrada

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¿Qué sientes cuando por encima de tu cabeza ves pasar un grueso reguero de misiles, lanzados por Irán, que empiezan a inclinarse en parábola hacia el suelo, y se estrellan a unos kilómetros más allá, en tierra gobernada por Israel? ¿Qué sientes cuando estás en un campo de refugiados palestinos, en la frontera del Sur del Líbano, y escuchas el inquietante zumbido de un dron israelí, a unos metros de altura, encima de tu cielo; Y lo peor de todo, no sabes si esta vez solo te vigila o también lleva carga explosiva? ¿Qué sientes cuando caminas por las calles del centro y suburbios de Beirut, o de la ciudad libanesa de Tiro, y ves las heridas de la guerra en edificios de cemento y cristal, carcomidos por las bombas? ¿Qué sientes cuando avisan a la población de que en 10 minutos llegará un misil a un edificio próximo señalado, explota, lo grabas con el móvil, y luego la vida de las personas que habitan ese lugar viven su cotidianidad con aparente normalidad? Siguen yendo de compras, acuden al trabajo, consumen te o cerveza sentados en terrazas y van a la playa con sombrillas de colores.

¿A qué huele la guerra? ¿Cómo es la mirada del que ha vivido el horror bélico de la brutalidad humana? ¿Qué siente un cirujano como Abdul Nasser cuando decide quedarse operando en su hospital de Tiro, en las últimas cuatro guerras que ha vivido el Líbano, y quiere poner a su familia a resguardo, lejos del lugar? ¿Qué siente su familia, su esposa, sus hijos, sus nietos, cuando se ven obligados a dejarlo atrás, a poner tierra de por medio, y también quedan atrapados en un coche, en un monumental atasco en la autopista de Tiro a Beirut, mientras la avición israelí bombardea sus orillas? ¿Qué pasa por tu cabeza al escuchar a un caza, cargado de bombas, romper la barrera del sonido cerca de tus oídos? ¿Cómo aguanta tu alma al ser testigo de ver a un padre llevar a su hijo pequeño en brazos ensangrentado, moribundo, al hospital?

Todo esto y mucho más es lo escuchado por boca de los protagonistas y lo vivido en primera persona en este apasionante viaje por el Líbano. Un viaje que se presentaba apacible, porque Israel estaba cumpliendo en parte los acuerdos de relativa paz con el Líbano, tras la última confrontación finalizada en noviembre del año pasado. Sin embargo, los dueños de la guerra decidieron liarla otra vez y fui testigo involuntario del cruce diario de misiles entre Irán e Israel, vistos desde la frontera libanesa con las tierras que gobierna Netanyahu.

Fue la ya histórica «Guerra de los 12 días» de junio pasado, bautizada así por Trump, con intervención bélica directa de Estados Unidos en instalaciones de investigación nuclear del país que dirige Alí Jamenei. Esas bombas sionistas mataron 935 iraníes e hirieron a otros 4.700 (las cifras son de Irán). Y los misiles iraníes llegaron a burlar la llamada cúpula de hierro del cielo israelí (que decían infranqueable), volando rascacielos de Tel Aviv, y edificios y refinería de Haifa, con 28 muertos y 3.200 heridos (cifras de Israel).

Mentalmente, nadie está preparado para la guerra. Nunca la esperas. De entrada, sentí los misiles iraníes de la noche del 14 de junio pasado por delante de mis ojos como el que ve estallar fuegos artificiales de fiesta en el cielo. En ese momento no sentí miedo. No eres consciente de la situación. Luego, la cosa cambia.

Estoy con el cirujano libanés, Abdul Nasser, y con su esposa, la pediatra cubana Ruth Farrán (Conchita) en la terraza de su casa, en Tiro. El cielo oscuro, con una tímida media luna en el Este del horizonte ensombrece la noche. El reloj marca las once y, unos diez minutos antes, gracias al Internet del teléfono móvil, nos enteramos de que en breve comenzarán a verse los misiles que salieron de Irán camino de Israel.

Y así fue. De pronto, el cielo se rasga, se incendia y se enciende de colores naranjas, con destellos blancos de luces redondas, que estallan en la oscuridad. Son misiles procedentes de Teherán, interceptados delante de nosotros por la tecnología americana-israelí.

Las bombas estallan y al hacerlo se dividen en rayos más anaranjados, dibujando largas estelas luminosas heridas, como cuando explotaba en el aire el trasbordador espacial Challenger camino de las estrellas. Contabilizo hasta cuatro arremetidas separadas de misiles y compruebo cómo, los que logran burlar el casquete celeste de la defensa israelí, impactan en el suelo, generando una gran bola de resplandor blanco y anaranjado que se dirige al Suroeste, justo destrás de los edificios que tengo enfrente.

No huele a nada y el sonido parece mudo, seco, amorfo. No da miedo, pero sabes que en ese cielo viaja la guadaña del adiós. Es una lotería de vida y muerte. Abdul dice que si ves el misil, ése no es para tí. Otra cosa bien diferente es si ese pepino es para tí. Ése, no lo sientes. No tendrás tiempo a conocer que ha sido tu final.

Con los misiles iraníes zumbando muy cerca de manera repetitiva, llega un momento en el que por tu cabeza transita el sentimiento de temor. Son ráfagas mentales en las que, tras contemplar un gran estallizo celeste, sólo eres capaz de balbucear un par de exhabruptos para expresar incredulidad y más temor: «¡Coooño!, ¡Ooostras!, ¡Caraajo! ¿Y si uno de esos se desvía y cae aquí?».

Pero, nada. La vida sigue. Nada más apagarse en la oscuridad de la noche el dibujo visual de los misiles, la resistencia proiraní de Hezbolá (Partido de Dios y grupo paramilitar musulmán chií libanés) despliega un traqueteo de ráfagas de explosivos hacia el cielo. Es un estruendo bestial, con sonidos secos que iluminan el horizonte y desdibujan el perfil de los edificios.

El viernes por la noche 13 de junio, Israel empezaba la guerra bombardeando Irán y ahora, al día siguiente, el sábado 14 de junio por la noche, los de Hezbolá celebran que esta vez los misiles caen en a los pies de su histórico enemigo, en Tel Aviv y en Haifa, a apenas 20 kilómetros de la frontera libanesa. ¡Menos mal que Abdul me dice que esas detonaciones son sólo de celebración, porque suenan muy cerca de su casa!

Y así, igual que el viernes 13, el sábado 14, y las sucesivas jornadas hasta el final de la Guerra de los 12 días, los misiles pasaban por aquí. En apenas días, la mente te juega la mala pasada de acostumbrarte a una rutina de misiles, viviéndolos cruzar el cielo como si nada grae sucediera. Hubo noches en las que con Abdul estuve tomando una cerveza en un chiriguito árabe, en una terraza frente a esa orilla fenicia del Mediterráneo, con el agua apacible de un mar lamiendo el borde del muro, y en la mesa de al lado un grupo de una docena de mujeres celebrado la vida, tomando o pudiendo tomar humus, falafel, shawarma, dolma, fattoush, couscous, maqluba o un pescado fresco a la parrilla de carbón con te moruno, agua o refrescos.

Nadie sentado en el sofá de cualquier casa de la provincia de León se puede imaginar que, cayendo misiles al lado de tu casa, seas capaz de interiorizar tan rápido las cosas de la guerra. Aquí, en el Líbano, sí. Lo saben bien los miles de palestinos que se vieron obligados a escapar de sus tierras, empujados por la fuerza centrífuga de Israel. Han interiorizado el horror y la capacidad de sufrimiento.

Pegado en todo momento al cirujano Abdul pude entrar en tres campos de refugiados palestinos del sur del Líbano, próximos a la frontera con Israel. Hablando con la gente, saqué dos conclusiones: Una, los palestinos, pese a los golpes recibidos y los que están por venir, son resistentes al dolor, y cada vez que caen, se sacuden el polvo y se levantan. Lo mismo que los libaneses. Si bombardean sus edificios, a los pocos días, las máquinas están retirando ya los escombros, recuperan el hierro hormigonado para fundirlo de nuevo y finalmente vuelven a levantar con rapidez nuevas viviendas. Lo ví y documenté en este viaje.

Y la otra conclusión es que hay muchos y diversos intereses, con demasiados actores en el conflicto, como para querer encontrar una solución al histórico problema. Además de la diversidad política repartida en cupos de poder parlamentario, la religión tiene su peso e influencia vital.

Para hacerse una idea, en el Líbano hay 18 comunidades religiosas oficiales. Cinco grupos son musulmanes. Están los chiíes, los suníes, los alauíes, los ismaelíes y los drusos. Y si nos vamos al grupo de los cristianos, aquí conviven 12 corrientes diferentes: Están los católicos romanos, católicos griegos, católicos armenios, católicos siriacos, protestantes, evangélicos, coptos, asirios, maronitas, caldeos, siriacos ortodoxos, armenios ortodoxos y otros. Y para cerrar el círculo de las diferencias existe también el judaísmo.

Toda esta fruta tan diversa, mezclada en la coctelera de un territorio tan poblado, pequeño y estratégico, en esta franja del Mediterráneo oriental, da idea de lo complicado de la situación durante siglos de historia. La solución sigue escrita en la sombra del viento, con el peso de las armas y el odio de por medio.

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