Diario de León
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León

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A principios del XVI, Luis XII ponía bajo protección real el convento gótico de Saint-Maximin, dándoles potestad a los Dominicos sobre gentes y haciendas en aquel pedazo provenzal del sudeste francés. En el corazón de la Provenza Verde, la basílica de Saint-Maximin rinde culto a María Magdalena en una recoleta cripta en la que se encuentran los restos (así reza la tradición) de una de las Tres Marías, con lo que el enclave galo se convierte, junto con el Vaticano y Compostela, en uno de los tres lugares de la cristiandad. Su aledaño convento, cuya fundación se data allá por 1295 bajo los auspicios de Carlos II, Rey de Sicilia y Conde de Provenza, deviene hoy en una monacal posada (France Patrimoine, des hôtels au coeur de l¿histoire ) en la que reponer cuerpo... y espíritu. Una forma, esta de la hotelera conventualidad (al estilo de nuestra Red de Paradores), capaz de rescatar del olvido, y conservar para la posteridad, uno de los más bellos edificios góticos del sudeste galo. Originariamente confiado a los Dominicos, que lo mantuvieron en su poder ( estrictus sensu ) hasta 1959, no sin avatares, contra vientos y alguna que otra marea: guerras de religión entre católicos y hugonotes (convertido el convento en fortaleza), posteriormente abandonado (1791) durante la Revolución y de nuevo rehabilitado (1859) por el Padre Lacordaire. Desde la marcha de los Dominicos (1959), el Couvent Royal se ha convertido encentro cultural (es famoso su festival de órgano) y hotelero (70 habitaciones, restaurante con especialidades provenzales...). La sala capitular, la biblioteca, el calefactorio, el antiguo refectorio, la capilla, el claustro y las antañonas fortificaciones forman un conjunto de evidente belleza en el corazón mismo de la villa, tan recoleta como su enclave. Como en la mayoría de construcciones góticas, la sala capitular es la más elaborada del edificio, donde antaño se resolvían los asuntos conventuales, hoy convertida en restaurante y originariamente comunicada con el calefactorio, donde todavía se conservan las ventanas originales, la puerta ojival y el tiro de chimenea que ponía de manifiesto su condición de única estancia del edificio que gozaba de calefacción. Utilizada como cocina por los dominicos, hoy es el bar del hotel. En la biblioteca, una de las estancias monumentales de los pisos superiores de la construcción conventual, la supresión de su piso intermedio, sustituido por un corredor superior al que se accede por una férrea escalera de caracol, permite apreciar la estancia en todo su esplendor... sin libros y destinada a sala de convenciones. Es, bien se sabe, el fruto del «progreso». El claustro ( ora et labora) es la pieza clave sobre la que giraba -y gira- la vida de la hostería. El viajero puede deleitarse hoy, como en su día los anteriores moradores, en la contemplación de treinta y dos pétreos travesaños que se ordenan apoyados -o sujetando, según se mire- contra el muro norte de la basílica y cuyas tres alas se construyeron en épocas diferentes. El ala este data de 1295, coetánea de la basílica, aunque sus ventanas de celdilla fueron agrandadas durante el XVIII. El ala norte, la más importante por dimensiones y ornamentación, data del XIV. El ala oeste fue edificada a finales del XV, demolida en 1796 y reconstruida bajo su actual configuración por el Padre Lacordaire a finales del XIX, lo que explica su diferente arquitectura. Los claustros, y el de St.-Maximin no iba a ser una excepción, esconden leyendas y secretos. El pozo situado en el jardín tiene a gala, a más de su normal utilización de suministro de agua potable, la de «caja fuerte» de un convento, por lo demás, no demasiado seguro en momentos de convulsiones. Un subterráneo (naturalmente inhabilitado hoy para su visita por el viajero) servía a los monjes como puerta de escape que les permitía ganar con mayor o menor premura el campo abierto y, desde allí, buscar refugio en la espesura de un bosque del macizo de Sainte Baume . También como cobijo -sus galerías- a los tesoros del monasterio y -quien sabe si también- para otras «escapadas» a las que la tradición oral, de aquí y de allá, han dado siempre jugosas conversaciones de los lugareños en sus noches de filandón ... o como quiera que se llame por esos pagos. Así que, el viajero, convertido ya en ocasional fabulador, bien puede darse una escapada nocturna por entre el bosque de columnas y arcos ojivales de un claustro preciosista y, si a bien lo tiene, construirse sus propias historias para... a reglón seguido, disfrutar de una reconfortante velada jazzísta al calor del chauffoir ... que también el cuerpo, como el espíritu, tiene su caldo de cultivo. Al final, la tranquilidad del recinto amurallado, las fortificaciones de la ciudad datadas hacia finales del XIII, en la misma época del edificio religioso, ya no cumplen hoy con su inicial cometido. De las 19 torres y 5 puertas con las que en su día contaba, sólo queda una mínima porción de una pequeña torre cuadrada; todo lo demás, desapareció en el siglo XIX... dommage .

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