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Hágase el espacio y la luz

El estudio leonés DMG Arquitectura codirige con Lorenzo Fernández Ordóñez el ambicioso proyecto de Chillida sobre la montaña Tindaya, en Fuerteventura

ESTUDIO DE COMUNICACIÓN

Publicado por
MARÍA JESÚS MUÑIZ | textos
León

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??Un gran espacio dentro de la montaña, dedicado a la tolerancia. Ese fue el último gran sueño de Eduardo Chillida, la culminación de sus ensayos y teorías sobre la introducción del espacio en la materia. Ahora, después de su muerte, un numeroso grupo de profesionales lucha por llevar a la práctica una idea revolucionaria no sólo desde el punto de vista artístico, sino también por los retos que plantea a ingenieros, geólogos y arquitectos. Dirigidos por el arquitecto madrileño Lorenzo Fernández Ordóñez, los estudios de viabilidad técnica y medioambiental avanzan bajo el signo de la prudencia. Recientemente se ha incorporado a la dirección de este ambicioso proyecto el arquitecto Daniel Díaz Font, que ya había participado en los preparativos preliminares con el artista. Díaz Font comparte con Belén Martín Granizo una prometedora carrera que desarrollan a través del estudio DMG Arquitectura, ubicado en León. «Hace años tuve una intuición, que sinceramente creí utópica. Dentro de una montaña crear un espacio interior que pudiera ofrecerse a los hombres de todas las razas y colores, una gran escultura para la tolerancia». Eduardo Chillida buscó la montaña en la que materializar su pensamiento en países como Finlandia o Suiza. Fue su amigo José Antonio Fernández Ordóñez, destacado ingeniero, amigo y colaborador habitual del escultor vasco en la realización de soportes para obras como El Peine de los Vientos o Elogio del Horizonte, quien le llevó hasta el árido paisaje de Fuerteventura, hasta la montaña de Tindaya. Un paraje que estaba siendo destrozado por la actividad de las canteras. Aquel fue el lugar elegido para desarrollar este reto artístico y técnico. Un gran vacío Unos años después, en 1997, Chillida presentó oficialmente en la feria Arco su proyecto, y publicó un libro con todas las conclusiones a las que había llegado hasta entonces. En las entrañas de aquella montaña se vaciaría un hueco de unos cincuenta metros de lado, con dos aberturas verticales (que permitan capturar la rotación del sol y las estrellas y proporcionen luz natural a la estancia) y un túnel horizontal en la zona norte que ofrezca a los visitantes una ventana con vistas al mar y al horizonte (que será también la zona de acceso a la escultura). Un espacio donde «el hombre se sintiera empequeñecido y descubriera que todas las personas son iguales ante la inmensidad del mundo», en palabras del artista. Un gran espacio para el hombre, pero que supone apenas un 0,3% del volumen total de la montaña. En el aspecto técnico la realización del proyecto está siendo lenta. El proceso de desarrollo se ha dividido en tres partes, ahora acaba de iniciarse la segunda, la definitiva para determinar si la obra es realmente viable. La resistencia de la montaña es el asunto a dilucidar. La montaña. Daniel Díaz Font habla de Tindaya como de un ser vivo, con sensibilidad y destino propios. «Se trata de no hacer daño a la montaña, de realizar todas las catas y procesos sin modificar su entorno». «La montaña parece en sí misma una escultura, por su forma y su entorno». No son las presiones ecologistas las que obligan a tratar este espacio con extrema delicadeza, sino el propio concepto de la obra y la filosofía de quienes la dirigen. Eduardo Chillida dejó claro que el proyecto no s e realizaría sin el respaldo de los ciudadanos de Fuerteventura o si suponía un deterioro para el entorno. De hecho, no sólo se ha establecido un plan especial de protección oficial, sino que algunas de las personalidades más destacadas del mundo universitario en cuestiones de medio ambiente forman parte del equipo que está trabajando en la isla. La mitad del presupuesto de esta segunda fase de actuaciones (casi 1,5 millones de euros) se dedica a un cuidadoso programa de medios que impedirán que quede rastro alguno de la actividad que se está desarrollando en la zona. Díaz Font asegura que, de llevarse a cabo finalmente el proyecto, los mismos directores de la iniciativa elaborarán un plan especial para que todas las obras auxiliares (entrada y control, centro de interpretación,...) respeten el entorno. «El gobierno canario tiene muchas esperanzas en este proyecto, porque lo plantean como el modelo que Fuerteventura quiere para desarrollar su capacidad turística, una mezcla de naturaleza y arte», afirma. Se trata también de respetar la idea del artista y ser a la vez capaces de responder al reto de ingeniería que supone. «Esto lo entendía muy bien José Antonio Fernández Ordóñez, el padre de Lorenzo, que además de un destacadísimo ingeniero fue un gran humanista, interesado por las artes. Fue también amigo íntimo de Chillida. Nosotros mismos hemos vivido desde el principio la gestión de este proyecto, con el propio escultor, con el que compartimos largas charlas en el despacho de Fernández Ordóñez». Díaz Font apunta: «La filosofía de lo que él quería hacer está perfectamente asumida, y prácticamente todo recogido en el proyecto que dejó en forma de libro. Si surge algo sobre lo que hay que decidir, contamos con un equipo de críticos de arte especializados en Chillida, siempre bajo la supervisión de la propia familia, para acercarnos lo más posible a lo que él hubiera determinado. Por eso no es una obra póstuma, él dejó bien claro cómo debía realizarse». Características Según consta en el estudio de viabilidad presentado por el equipo que dirigen Fernández Ordóñez y Díaz Font, la obra diseñada por el escultor se compone de una gran cámara central de proporciones casi cúbicas, cuyas medidas definitivas, de alrededor de cincuenta metros de lado, dependerán finalmente de los estudios geológicos. La cámara tiene una gran embocadura de entrada orientada hacia el oeste, desde la que se divisa el horizonte y el mar. El nivel del túnel está unos metros más bajo que el nivel del suelo para que los visitantes que transiten por él no interfieran la línea del horizonte del espectador. Esisten además otras dos embocaduras verticales encajadas en las esquinas superiores opuestas a la entrada; son las enbocaduras del sol y la luna, a través de las que la obra se ilumina. Estas dos aberturas afloran en la montaña, una por la ladera norte y otra por la sur, y lo hacen a ras de suelo, sin que en la distancia se note su presencia. La primera fase de estudios, ya concluida, permitió realizar investigaciones geofísicas y sísmicas, con fotografías también a través de satélites y mapas topológicos, que han logrado elaborar una especie de radiografía en tres dimensiones de cómo es la montaña por dentro. Ahora, en esta segunda fase, se realizarán catorce perforaciones, con un diámetro de sólo diez centímetros cada una, y una longitud entre todas de 1.705 metros, que permitirán determinar a través del estudio de las muestras en el laboratorio las características exactas de la roca y la estructura en el interior donde se pretende realizar la obra. El presupuesto estimado para esta segunda fase, que se realizará en aproximadamente 18 meses (más los cinco meses calculados para realizar los sondeos) asciende a casi 1,483 millones de euros. De esta cifra total un 50% se destina a la protección de la montaña, según las recomendaciones del equipo medioambiental: se construirán cuatro plataformas temporales en la zona norte, colocando todos los elementos sobre capas protectoras de fibra geotextil y PVC, con protección de neopreno en algunos lugares. Además, los traslados se realizarán en helicóptero. Un reto Estos trabajos permitirán determinar si es posible realizar el proyecto tal y como está concebido. «Está previsto un techo plano, comenta Díaz Font, y eso es prácticamente imposible. Pero tiene una dificultad añadida: si fuera una obra de ingenería sin más, los problemas se afrontarían mediante sujecciones o cubiertas con materiales más resistentes. Pero es una obra de arte. La piedra tiene que ser capaz de sujetarse y mostrarse al natural; y además tenemos que asegurarnos de que no caigan pequeños fragmentos que, en esas alturas, podrían ser peligrosos para el público. Todo ello sin modificar la estética de la roca viva del interior». De llegar a realizarse finalmente, el coste previsto de la obra se mueve entre los 50 y los 60 millones de euros, y la obra estaría terminada en el año 2008.

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