Diario de León

Reencuentro con Alatriste en Uclés

Llevaba en mi maletero muchas ilusiones: propias y las de mis compañeros de redacción, unidas a las de sus ya múltiples amigos leoneses.

Publicado por
MIGUEL A. NEPOMUCENO | texto
León

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Pero sobre todo la palabra de caballero dada por Viggo en León para reencontrarnos, al menos una vez más, antes de finalizar el rodaje del Capitán Alatriste. Y la cita fue en Uclés. «Aquí no está hospedado este señor», fue el cortante recibimiento de la recepcionista del parador. Y sin embargo allí le dejé mi comunicado. Pasó una larga y calurosa noche bajo la sombra de la incertidumbre. El móvil, de pronto, comenzó a sonar. Al principio era una melodía tan lejana que se mezclaba con la respiración, luego sólo fue eso, un persistente y molesto timbrazo modulado que había que detener si quería continuar durmiendo. Después de tirar todo lo que había sobre la mesita al fin logré atraparlo: La cadenciosa voz de Viggo me llegó desde el otro lado: «Qué haces todavía ahí. Dentro de un momento comenzamos a rodar, así que vente rápido para acá». Salté como impelido por un resorte. Las siete cuarenta y cinco. Y aún tenía que recorrer los 17 Kms que me separaban del set. Enfilé la autopista hacia Tribaldos y tomé la desviación para Uclés que esa mañana se me antojó más lejano que nunca. Tras remontar la breve colina hacia el suroeste, divisé entre la nieblilla de la madrugada el llamado «Escorial de la Mancha», posado encima de la imponente roca que dominaba la fértil vega conquense. Pronto pude distinguir las hileras de coches, caravanas, jaimas, que se extendían por la inmensa llanura, en la que un chopo herido en medio de la soleada pradera, aún no había comenzado a extender su cobijadora sombra. Control de entrada. Y búsqueda de un lugar donde el temible sol de «Breda» no convierta en cenizas el ya humeante coche. Caminé en busca de la caravana de Viggo. Como en las películas del Oeste, estaba circundada por otras similares. Dos banderas la identifican del resto. La de León y la del C.F. San Lorenzo. Tiene la puerta abierta, lo que indica que no está lejos. Camino unos pasos hacia la jaima del catering y le veo reunido con Díaz Yanes y otros actores planificando el rodaje de la mañana. Me saluda desde lejos. Espero mientras a mi lado pasan los soldados flamencos con sus mosquetes camino del plató central. A mi derecha, en una extensa pradera, ocho cañones alienados esperan la orden para comenzar su ficticio fuego racheado contra las tropas españolas. Los imponentes caballos jerezanos cabriolean nerviosos y pasean su elegante estampa haciendo ejercicios preparatorios para la carga final. Alguien de la productora se me acerca y me advierte que no debo hacer ninguna fotografía y mucho menos tomar video del rodaje. Acepto la natural exigencia y dejo mis cámaras. «Siento haberte hecho esperar pero estábamos con el planning del día», oigo a mis espaldas. Me vuelvo y veo a Viggo que se dirige hacia mi sonriente, vestido ya de Alatriste. Nos saludamos y cogiéndome del brazo me lleva donde se encuentra Yanes. «Ha venido desde León para ver el rodaje y entrevistarte» le dice Alatriste. Me estrecha la mano y me recomienda pegarme a él para ir hasta el set donde cientos de extras están ya preparando las primeras tomas de la batalla de Rocroi. «Junto a mi lo podrás ver todo mejor», apunta Agustín mientras apaga uno de sus sempiternos cigarrillos con la punta de su bota. Viggo, entretanto, desaparece en la caravana de maquillaje y al poco emerge lleno de rasguños, y con una brecha en la cabeza por la que parece brotar la sangre. A lo lejos, en la llanura, la polvareda indica que los tercios están tomando posiciones para la primera toma de la que será la cruenta batalla de Rocroi. Bajo con Alatriste hasta el valle, al tiempo que alguien se le acerca para comentarle algo. Medio aplastado por una sombrilla el ayudante de dirección, Jordi, da las últimas indicaciones a los extras para que dejen de fumar y se dispongan, con las largas lanzas a detener la primera carga de los franceses. Polvo, sudor y hierro El yunque del sol comienza a hacerse sentir. Desde el imponente monasterio que domina el valle y la llanura, se ve a lo lejos el campo de batalla de Uclés donde yacen, desde primeras hora, numerosos muertos y heridos, que no son otra cosa que atrezzo, pero dan el pego. La temperatura comienza a subir y los figurantes, bajo los pesados trajes, cascos, sombreros y yelmos, aguantan estoicamente ocho horas de rodaje, armados con espada y mosquetón. A la una del mediodía el termómetro alcanza los 38º. Sólo la abundancia de agua fresca y largos bocadillos de jamón, les hace más soportable el horno del plató. Entre nubes de polvo y en medio de un grupo de jefes distingo la gallarda figura del Capitán, apoyado en la horqueta del mosquete, sin el chapelo en la cabeza, mientras fuma con fruición el enésimo cigarrillo de la mañana. No habla. Mira con los ojos entornados hacia la masa, y permanece impertérrito exhalando bocanadas de humo. El calor es aplastante. Sólo de vez en cuando se acerca a un toldo medio caído donde está su silla para escuchar las instrucciones de Yanes. Tras unos minutos de atenta concentración, se levanta y cruza a grandes zancadas el campo para colocarse entre sus soldados en medio de la llanura. Le comento lo duro del rodaje y las largas horas a pleno sol, pero Viggo no se lamenta. «Peor están los extras que no pueden moverse del plató las ocho horas que dura cada día el rodaje y así varias semanas. Yo al menos puedo descansar a ratos y tomar un poco de mate», me dice con un cierto aire de pesadumbre Yanes da las últimas indicaciones y me explica que pronto comenzará el primer ensayo de las explosiones. Jordi, y los instructores dan ordenes a los figurantes para que mantengan silencio, no fumen y preparen los mosquetes para la lucha. Las maquilladoras dan los últimos toques a los soldados y al grito de ¡motor!, todos se retiran y el silencio se masca. ¡Acción! se oye decir por el megáfono. La primera fila de mosqueteros cargan las armas, las apoyan sobre las horquetas y esperan. Un grupo de soldados enemigos se abalanzan sobre ellos pero al grito de ¡Fuego! la primera hilera de mosqueteros disparan sin miramiento. Nubes de pólvora, se mezclan con el polvo de los soldados que caen heridos. La batalla de Rocroi ha comenzado. Las explosiones barren toda la primera fila de soldados. La segunda hilera de mosqueteros da un paso al frente y entre los lanceros, emerge Alatriste con ímpetu y tras colocar su arma sobre la horqueta dispara al grupo de franceses que está ante él. Aquí y allá caen hombres heridos. ¡Corten! grita Jordi. ¡Vale la toma! Un respiro de alivio se escucha entre las filas de figurantes. Era la cuarta vez que se repetía la escena. El sol está muy alto. Y el hambre aprieta. Alguien da la orden de descanso para comer. Las tropas se apresuran a formar rápidamente y desfilan en formación hasta las carpas habilitadas como comedores. Yanes comenta algo con Viggo antes de irse a su caravana. De camino hacia la rulote Alatriste me sugiere ir a comer rápido para poder charlar después con tranquilidad. El calor se hace casi insoportable en la polvorienta llanura, y al llegar a la jaima del catering me desplomo sin aliento sobre la silla. Todos somos de León Un hombre de unos ochenta años, alto y con gafas oscuras llega a bordo de un pequeño coche eléctrico de los que usan los golfistas y con el que se desplaza por todo el plató. Todos le saludan y hablan con respeto y él les contesta en inglés. Toma asiento junto a mi mesa y espera. Viggo llega cambiado y fresco y me da la crema protectora. «Si no quieres morir abrasado, póntela», y acto seguido me presenta al hombre delgado. «Es Bob Anderson, una institución en el mundo del cine de espadachines. Ha sido el profesor de Errol Flyn, Mel Ferrer, de Stewart Granger y de muchos otros famosos tiradores de espada. También estuvo como asesor en El Señor de los Anillos y Piratas del Caribe entre otras películas de acción». Nos saludamos y me pregunta de donde vengo y si me gusta el rodaje. Viggo hace de intérprete porque mi inglés es tan malo que no lo entiendo ni yo. Charlamos brevemente, no sin antes concertar una entrevista. Luego, el Capitán se coloca en la cola formada ante la caravana de comidas. «Unas alcachofas, un bistec y un poco de gazpacho bien frío, creo que es lo mejor para soportar este horno», me dice. Asiento y tras tomar nuestra ración nos colocamos en una gran mesa vacía. La sobremesa se alarga comentando lo hermoso que está el Curueño por estas fechas ya que él lo conoció con la nieve en sus veredas. Viggo se interesa especialmente por la pesca, una de sus inveteradas aficiones. Y como buen fotógrafo que es, por el despertar de la primavera en sus valles. «Subiré cuando ésto concluya. En ese momento Iñigo Marcos, el productor y Díaz Yanes, que ya habían terminado de comer, se sientan con nosotros. La conversación se anima con anécdotas del rodaje de la mañana. Después Yanes habla de la ilusión que siempre le hace a Viggo recibir noticias y cosas de León, que le cuenten anécdotas de allá y apunta que desde que comenzó el rodaje en Cádiz, Viggo tiene puesta en su caravana, colgando de una de las ventanas, la bandera de León junto a la del San Lorenzo «y la música de esa tierra suena muchas horas en la rulote de Alatriste. Hasta los caballos jerezanos bailan ya los «Titos» de Boñar» Viggo escucha, calla y sonríe. Después me pregunta si he visitado el pueblo y el Monasterio. «Si no lo has hecho, no puedes irte sin verlo», me dice, y continúa: «arriba en la plaza hay un bar en el que el dueño, Luis, sabe más de Uclés y del Monasterio que el que lo hizo, pues estuvo desde niño trabajando allí con su familia. Vete a visitarle de mi parte». Su mirada glauca se cruza un instante con la mía como intentando adivinar mis intenciones. Pregunto entonces a Iñigo Marcos, el productor y a Yanes, si estarían dispuestos a venir a León a presentar la película el último trimestre del año próximo. Marcos sonriente confirma que por su parte no hay ningún inconveniente y que espera que por la productora, tampoco. «Como la vamos a presentar en varias ciudades como Madrid o Sevilla, León podría ser otro punto muy interesante para hacerlo», asiente. «Además como Alatriste es del Curueño nada mejor para llevarlo a su tierra», señala Yanes. «Por mi parte, añade Viggo, nada me hace más ilusión». «Creo, continúa Yanes, que como no se ha rodado ninguna escena del film en León, ya que cuando Viggo comenzó a ir por esa tierra ya teníamos las localizaciones hechas, puede ser una excelente idea remediarlo haciendo una de las premieres allí. Además si el productor está de acuerdo, Viggo lo desea, y yo me siento encantado, pues manos a la obra. Además donde vaya Viggo voy yo». ¡Oh Capitán, mi Capitán! « Nos regía / un Capitán que venía / mal herido, en el afán / de su primera agonía../ Señores, ¡Qué Capitán/ el Capitán de aquel día!» . (En Flandes se ha puesto el sol) Eduardo Marquina. Me sorprende cómo de contínuo, pendiente de las necesidades de cada uno y adelantándose a veces a lo que precisábamos en ese momento concreto, se mostraba solícito y atento. Extras y resto del equipo eran igualmente objeto de idénticas atenciones, aunque éstas fueran tan sencillaas como la del extra que aún vestido con su polvoriento traje de soldado, se le acerca tímidamente a pedirle un autógrafo para su mujer y su hija que había dejado en Chile. «¡Cómo no!, Pero siéntate un rato con nosotros y toma algo», fue la cálida respuesta del Capitán que una vez más se ocupaba de sus hombres. Unos hombres que, algunos de ellos fieles a su llamada, le siguen sin pestañear, desde las llanuras de Nueva Zelanda o las costas americanas hasta las tórridas planicies conquenses, como el cordial José Luis Pérez, su maquillador, hombre de elegante porte y modales de caballero, cuyas raíces paternas se hunden en el pueblo leonés de Sahelices de Sabero, y al que había conocido hace cinco años durante el rodaje de El Señor de los Anillos. «Viggo es asombroso. Todo un «gentleman», nos dice. Le conocí allí y trabajé con el tres años. Luego, un buen día me llamó para que viniese a trabajar en Alatriste y no lo dudé un momento». Aunque alguien pudiera pensar en un primer instante que José Luis Pérez fue quien le habló a Viggo de León por ser su padrastro de origen leonés. lo cierto es que en ningún momento fue así, según nos comenta él mismo. «Hay que tener en cuenta, dice, que Viggo es un hombre culto y se informa de los lugares donde va a rodar. En el caso de León sé que ha leído una gran cantidad de libros sobre ese antiguo reino, que conoce a sus poetas, escritores, pintores, su historia y su geografía y que todo lo que haga referencia a esa tierra lo sigue con mucha atención y lo guarda. No hay más que ver su rulote, donde tiene un enorme collage con fotos de León, especialmente del Curueño, de los mastines, de las costumbres, procesiones, fiestas y demás cosas relacionadas con esa región. Cada vez que puede viaja hasta allí y regresa cargado con productos de León que luego comparte con los muchachos y actores del rodaje. Y siempre se alegra cuando sabe que algún miembro del equipo como el caso de Nuria de atrezzo, es de aquella zona. Habla y comparte las cosas con ella y se interesa por lo que allí sucede». José Luis dice esto con la contundencia de quien conoce bien a un amigo y sabe cuales son sus gustos, sus preferencias y sobre todo sus pasiones. Y a nosotros nos consta porque ya estaba enterado de la victoria del Ademar, y de la celebración del torneo Magistral de Ajedrez, juego del que es un buen aficionado. La tarde trascurrió distendida en amena conversación, en la que no faltaban nunca las referencias a sus vastos conocimientos de la historia y de la geografía española y la de León en concreto. Conversación que iba ilustrando con curiosas fotografías, libros hallados en sus muchas escapadas hasta viejas librerías. recortes y papeles escritos mil veces recogiendo viejos romances...Y también la música. Tangos, jazz, folk...y sus propias composiciones. Hasta mi memoria llegó entonces el lamento de su guitarra y el recuerdo de su voz arrastrando aquel viejo tango, Envidia, de Canaro y letra de González Castillo y César Amadori.: Yo he nacido bueno,/ yo he nacido honrado,/ mi cabeza altiva / nunca se ha doblado/ Para el compañero / fue mi brazo amigo / y estreché la mano/ del que fue enemigo . Mientras le miraba cómo ojeaba el especial que el Diario de León le dedicara con motivo de su regalo al Curueño, me indica «Por favor no quisiera parecer un plagiario. Pues veo que hay dos poemas de Neruda que llevan mi firma. Amarillo y Desconocido . Te agradecería lo hicieras constar así». Evidentemente, los duendes aquel día no estuvieron muy finos. Y entre mate y mate, que no jaque, y algún vino de su amada Argentina, fue cayendo la tarde. «Mañana va a ser un día especialmente duro porque cargará la caballería» apostilló Alatriste. Y como diría nuestro célebre manco: Luego, in continente, / caló el chapeo, /requirió la espada / miró al soslayo, / fuese y no hubo nada . Bajo el sol de Breda El segundo día fue otro cantar. La batalla exigía más aún si cabe a Yanes y a esos esforzados hombres que soportaban hieráticos bajo un sol de justicia las impresionantes cargas de la caballería francesa. Nuestro Alatriste, herido y polvoriento que no amedrentado, derribaba con su mosquete a cuantos jinetes se le acercaban. Todo el pandemonium de la batalla, las hazañas del capitán y cómo acabó la historia, lo podrán ver ustedes a finales del 2006, cuando se estrene la película. La tarde nos proporcionó la posibilidad de hablar con Agustín Díaz Yanes que se mostraba optimista con la marcha del rodaje al igual que el productor Iñigo Marcos, que nos recordaba cómo desde Cádiz les había acompañado la suerte. «Cuando más falta nos hacía el viento y tras una larga calma chicha, Viggo venteó y dijo: Esta tarde lloverá. Y así fue. Lo cierto es que nos hemos ahorrado mucho dinero al ir en día y hora según lo marcado en las previsiones de rodaje. Por eso puedo decirte que acabaremos puntuales». Tras concluir el rodaje de la tarde, Xenia, la joven rusa, que había hecho tantos kilómetros para encontrarse con Alatriste, pudo por fin ver cumplido su deseo, al igual que el mío, al entregarle cuanto me habían dado para él, sus ahora ya paisanos leoneses. Emocionado, se alegró porque aquella noche podría compartirlo con sus compañeros de rodaje. «Compartir», otra palabra esencial en la vida de este hombre. Aún tuve ocasión de una segunda visita a los diezmados tercios, cuando tan sólo quedaban ocho días para la conclusión de toda esta gran aventura. Esta vez, mi maletero aún iba más repleto, incluso se cobijaba en él una fotografía de los famosos «cuervos», la hinchada de su amado equipo el San Lorenzo, proporcionada por una familia argentina que desde su residencia leonesa deseaba acercarle un poco el calor lejano de la Pampa. «Iré a verlos». Nos respondió emocionado. Aunque el encuentro esta vez fue más breve, su afecto por todo cuanto le llegaba de León nos lo hizo aún más patente. «Volveré». Y efectivamente así fue. Valdeteja, reposo del Capitán Y el pasado fin de semana, en vísperas del solsticio de verano, como el rey Elessar, el Capitán Alatriste volvió a León a recorrer sus calles, sus bares, sus librerías y hasta cumplir alguna promesa, en soledad. Pero ahora ya todo el mundo le reconocía, le saludaban por las calles y le invitaban, por lo cual, considerando la batalla perdida, el Capitán se retira sin prisas a su campamento de verano en el Curueño. El recibimiento en la tierra de los «escuetos», como a él le gusta llamar a los lugareños, fue apoteósico. Cuando se corrió la voz de que el Capitán Alatriste había regresado, hasta los corzos de Vegarada corrieron a recibirle. Y las jovencitas de la zona vistiendo sus mejores galas entonaron aquella famosa jota leonesa: Hasta los picos de mis enaguas / te están diciendo / que no te vayas. Que no te vayas / que estés aquí / hasta los picos de mi mandil . Una inesperada tormenta hizo el milagro. Bajo los recios soportales de su casa de piedra Asunción no podía dar crédito a sus ojos. Allí, apoyado contra el parteluz, el mismísimo y valeroso Capitán Diego Alatriste y Tenorio, héroe de los Tercios de Flandes, buscaba cobijo para sus maltrechos huesos. «Luego se estuvo todavía un poco mirando a lo lejos, caló el chapeo, y se puso en pie. Y yo me quedé viéndole irse de regreso a las trincheras, mientras me preguntaba. ¿Cuántas mujeres y cuántas estocadas y cuántos caminos y cuántas muertes ajenas y propias, debe conocer un hombre?...» ( El Sol de Breda ). ¿Qué pedís, que no escriba o que no viva? Haced vos con mi pecho que no sienta que yo haré con mi pluma que no escriba  Lope de Vega ¡Voto a Dios que me espanta esta grandezay que diera un doblón por describilla,Porque ¿a quién no sorprende y maravilla, esta máquina insigne, esta riqueza! Cervantes Cuesta pensar que un actor de la popularidad de Viggo Mortensen compagine tan bien humildad, naturalidad, sinceridad, humanismo, cualidades éstas que difícilmente se dan unidas en una misma persona. Cuesta trabajo creer que después de haber llegado desde casi el anonimato a la cima de la popularidad y convertirse de la noche a la mañana en un actor de los más cotizados, no busque el distanciamiento obligado de quien se siente acosado por los medios, siempre imperiosos por conseguir la noticia donde no la hay, la entrevista imposible, o la declaración extemporánea, con tal de vender más. Sin embargo para él, esto es sólo una forma más de manifestar su avasalladora personalidad, de hacer ver que por mucho que la fama le haya encaramado a lo más alto de standing actoral, él nunca se ha sentido una estrella, y continúa siendo el eterno paseante de las dos orillas. El bohemio forjador de sueños que no se acomoda bajo ninguna bandera, ninguna imposición. Que lucha contra las injusticias y no vacila a la hora de denunciar la barbarie de la política internacional en lanzarse a la calle en señal de protesta o en hablar en los foros de distintos países con tal de acabar de una vez por todas con esa lacra de la insensatez humana. Allí donde se le necesita, está. Allá donde hay una causa noble que defender, lo vemos, y esto no es producto de mi imaginación sino de una realidad tan palpable y veraz que tiene nombre y apellidos. Y quienes están en estas brechas de la conciencia lo saben a la perfección porque él es un héroe de nuestro tiempo en el sentido amplio del término, además de un humanista. Hubo un tiempo no muy lejano en que en esta tierra reinaban los dioses. No todos eran fuertes ni poderosos porque tenían pies de barro y acabaron desmoronándose, pero eran dioses. Mediando entre ellos y el hombre estaban los héroes. A los que se les creía poderosos e infalibles, y a los que se les miraba en busca de unos valores añorados y ahora casi desconocidos. Con el paso del tiempo también a ellos se les fue ignorando, olvidando e incluso destruyendo y con ellos sus valores. Se ha destruido el concepto de individuo como tal, y a esta caída hemos contribuido todos, no solamente políticos, economistas, hombres de la cultura, de las artes, de las ciencias y sobre todo esos mal llamados maestros de maestros que no han querido o sabido mantener vivos los valores eternos con una obligada llamada de atención y han permitido que en ese caldo de cultivo del llamado pelotazo, el individuo se perdiera en busca de una falsa Ávalon, más lejana e ignota que nunca. Volvemos ahora al resurgimiento del héroe pero investido con aquellos atributos de los que más huérfanos nos encontramos. A menundo, las más de las veces, son personajes de ficción a los que se les ha adornado equivocadamente con aquello que queríamos ver con obstinación. Otras, en cambio, las menos, surge el héroe de carne y hueso, apostado en una esquina, callejeando o simplemente compartiendo jirones de su existencia. Viggo Mortensen ocupa ese lugar del héroe actual por antonomasia. Para quien no lo conozca, sólo puede ver en él a ese actor popular, llegado del otro lado del Océano, que ha acariciado el sabor del éxito gracias a esa tremenda saga de héroes, enanos, magos y elfos, que es El Señor de los Anillos , donde da vida al héroe más puro aunque anteriormente ya hubiera conseguido demostrar que su valía como actor en trabajos como La Tentación , Albino Aligator (en España La trampa del caimán ), La Piel que brilla o ese descorazonador The Indian Runner ( Extraño vínculo de sangre ). Sin embargo, el verdadero Viggo quedaba aún por descubrir. Su faceta de hombre de la calle que se mezcla con las gentes más dispares, se acomoda en cualquier lugar sin importarle sea un lujoso hotel o bajo un cielo tachonado del estrellas a la orilla de un riachuelo. Ese, a quien a veces los burgueses le confunden con un bohemio descuidado y sospechoso, a quien acosamos los periodistas con convulsivo interés, esperando el reportaje de nuestra vida, a quien los productores, empresarios y fanáticos de todo el mundo persiguen inútilmente para que les promocione sus productos, sus marcas o les deje hacerse una foto a su lado, mientras les firma incansable, autógrafos que ellos atesorarán como el «oro del rey», porque se lo ha firmado Viggo Mortensen, el actor, no el hombre de carne y hueso. Él no necesita esgrimir una espada para que se le reconozca. Para quien sabe ver más allá, su personalidad destaca sobre el resto sin necesidad de los focos. Él es de los que tienen luz propia. Y al igual que los héroes que participan de la divinidad y de su condición de mortales viene cubierto también de sombras, pero, como bien le dice el marinero al Conde Arnaldos, yo no digo mi canción / sino a quien conmigo va . Desconozco sus luchas y batallas diarias. Aún más las interiores y el resultado habido tras ellas, pues sólo deja atisbos en el rostro que, al igual que un río o este cielo del norte, nunca es el mismo. A pesar de todo, quisiera saber cómo se debe o no, ir y volver de cada batalla, porque intuyo que algo sabe y puede contar este hombre en cuyo semblante se asoma el riesgo y la amoldabilidad como formas únicas y probables de fuerza, secreto inquebrantable de toda resistencia. Los años han escrito en él su historia con surcos de huellas definitivas que trocan la belleza en sabiduría, mientras el poso áspero de la vida, que enturbia los ojos encendidos del ayer, les ha ofrecido a cambio el secreto de la mirada profunda, cálida, donde abocarse con la valentía que a cada cual le dejan sus propios miedos. Algo sabrá este hombre que recorre impune los bosques prohibidos de la naturaleza humana, hurgando con sus curiosos ojos y con sus inquietas manos las entrañas de lo cotidiano. Que transforma cuanto vive, cuanto ve, en un arte complejo, ni malo, ni bueno, sólo diferente y a la vez universal. A su manera vive y se enreda en lo que encuentra en su camino. Luego, lo devuelve convertido en una suerte de abstractas vivencias que comparte con quienes desean acercarse, sin prisa. Mirándole con la vista fija parece tantear al que le observa, una cierta brizna de ironía se asoma a su pupila. Pero en el fondo parece un gran tímido que le encanta despistar al contrario al que sabe terminará desarmando a su antojo. Rehuye los elogios, las multitudes abrumadoras que le confunden y le hacen perder la pista correcta de sus propios designios, de sus propios caminos. Quizás como su personaje de Trancos, de Alatriste y de tantos otros, dude grandemente de cuál será su verdadero destino y si llegado éste estará a la altura; pero al igual que él, tampoco quedará quieto para averiguarlo, sino que saldrá a su paso. Irá a buscarlo. No le importa la soledad, siempre que ésta venga bien acompañada. Se diría que no le hace ascos a nada. Porque en cierto modo como buen montaraz, en los viajes uno ha de tomar, proveerse y compartir cuanto se tiene y se nos ofrece, y es de mal agradecido no hacerlo así. Sin embargo en su corazón poco hay que mande si no lo que él desea y quiere. Esa es su única excepción. Aún así, debe ser extraño que le saluden a uno con la familiaridad con que se obsequia a un viejo amigo cuando nadie nos ha presentado. Debe ser muy extraño saber que cuentan de tí más detalles de los que a uno mismo le cabría pensar. No poder decir los nombres de quienes dicen conocerte bien. Debe ser extraño recorrer el mundo cuando te preceden tantas palabras escritas que no has firmado ni rubricado. Debe ser, en fin, una pesadilla ser familiar y a la vez extraño. El rostro era triste y severo a causa del destino que pesaba sobre él, pero siempre conservaba viva una esperanza en el fondo del corazón del que la alegría brot aba a veces como un manantial de una roca Tolkien

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