Diario de León

La Catedral de Astorga, esa bellísima desconocida

Un recorrido por lugares inaccesibles al gran público ofrece estampas insólitas tanto del primer templo de la diócesis asturicense y sus detalles como de la comarca que la rodea, sólo apreciables desde las alturas y los rincones

RAMIRO

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MAITE ALMANZA | texto
León

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La actual Catedral de Astorga es heredera de otros dos edificios anteriores, uno ubicado en las cercanías del desaparecido monasterio de San Dictino, en pleno barrio de Puerta de Rey, y otro consagrado en el año 1069, ya dentro del recinto de las murallas. El templo en sí es un ejemplo más de esa mezcla de culturas que, en muchas ocasiones debido a sucesivas invasiones, hizo de Astorga un constante rehacerse a sí misma. Iniciada bajo patrones góticos, presenta una portada renacentista, una bellísima fachada principal barroca, un claustro y una sacristía neoclásicos, y la huella de los diversos momentos de su crecimiento reflejada en los distintos colores de su piedra. Custodiada por dos torres que se dirían gemelas a no ser por su diferente tonalidad, la catedral está rematada, en su ábside, por la enigmática estatua de Pedro Mato, una obra restaurada en 1995 que despierta la curiosidad de vecinos y visitantes, que es ya por derecho propio uno de los símbolos de Astorga y sobre la que circulan no pocas leyendas. La posibilidad de recorrer por el exterior las alturas del templo es todavía privilegio reservado a unos pocos. El plan director para la restauración del edificio, aprobado en 1997, preve instalar un elevador en la torre rosada para visitar ésta y, atravesando el hastial, descender de nuevo por la escalera de caracol de la torre norte, pero esta actuación aún no ha sido llevada a cabo. Si en el futuro fructifica, quienes accedan a este lugar se sorprenderán con una vista insólita de los hermosos detalles arquitectónicos del propio templo, y de la empedrada plaza de la Catedral, con su ir y venir ciudadano que, visto desde las alturas, bien parecería película en lugar de realidad. Además, a esa distancia del suelo, el palacio de Gaudí parece más cercano y más de cuento que nunca, mientras las cigüeñas que se han apoderado de sus torres no se marchan, como si estuvieran imantadas por alguna fuerza invisible. La plaza a la que éste se asoma, por indiscutible mérito el inicio del corredor denominado eje monumental, aparece más amplia, al igual que sucede con los terrenos que circundan este conjunto patrimonial. Después, ya en el interior, la catedral reserva muchas más sorpresas al visitante que tiene la suerte de acceder a recónditos rincones. Uno de ellos, en la nave central, en el extremo opuesto al magnifico retablo del altar mayor, obra de Gaspar Becerra, ofrece una perspectiva inusitada del templo. Una hilera de vidrieras y arcos conducen la vista sin remedio hacia el ábside, marcando la profundidad y esbeltez de la nave. Las bóvedas entrecruzadas de nervios sólo son visibles si uno eleva los ojos casi en vertical, pero el esfuerzo merece la pena. Quien se detenga en el retablo del trascoro puede contemplar, en la hornacina, una imagen de la Virgen Milagrosa donde antaño estuvo la talla de la Valvanera, patrona de La Rioja, y en el remate, otra de santo Toribio, que fuera obispo de Astorga en el siglo V, y del que corren también algunas leyendas que relatan su supuesto padecimiento al frente de la diócesis. El reloj del sol y la luna es otro de los detalles que se revelan ante el visitante. Su gigantesca maquinaria, con más de seiscientas piezas, dispone de tres esferas: una en la torre nueva de las campanas, otra en la fachada barroca y otra en el propio interior catedralicio, bajo el rosetón del Resucitado. Debe su nombre a que la manecilla del sol marca las 24 horas del día y la noche, pero a que la pieza marca también las fechas del mes y las fases de la luna. Desde la balaustrada de piedra abocada al retablo de la Virgen Milagrosa, se intuye más que se vislumbra el coro, que aparecerá en todo su esplendor visto desde el suelo. Cuarenta y dos sillas en la parte baja y cincuenta y cinco en la alta, su riqueza ornamental acecha al visitante para mostrarle desde obispos, padres de la lglesia, mártires o santos hasta personajes y costumbres. A lo lejos asoma el retablo de Gaspar Becerra, con clara influencia de Miguel Ángel, y con profusión de esculturas de gran variedad cromática y, en ocasiones, forzadas posturas. Remata el conjunto un monumental Calvario que componen Cristo en la Cruz custodiado por la Virgen María y san Juan, uno a cada lado. Pero para admirar en toda su magnitud y belleza esta obra, restaurada con motivo de la celebración en el año 2000 de Las Edades del Hombre, más vale acercarse al altar. Aparecerán por sorpresa otros muchos detalles.

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