Diario de León

El peligroso viaje hacia la libertad

Tres mil tibetanos toman cada año el camino del exilio hacia la India a través del frío de los puertos del Himalaya y con el miedo a ser detenido o tiroteado por la policía

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El frío de los puertos del Himalaya y el miedo a ser detenido, cuando no tiroteado, por la Policía china no menoscaban la determinación de tres mil tibetanos que todos los años huyen al norte de la India, país donde vive exiliado en Dalai Lama desde hace medio siglo. Tenzin Choeden, una monja budista de 24 años, es la última persona que ha llegado al centro de acogida de refugiados de Dharamsala, una aldea india de las estribaciones himalayas, desde que el 10 de marzo estallara una de las mayores revueltas registradas en Tíbet en dos decenios. «Doy gracias al cielo por haberme dejado llegar sana y salva a la India», dice Choeden, inclinada sobre su libro de oraciones budistas, mientras pasa con los dedos las cuentas de su rosario. Como los tres mil tibetanos que consiguen pasar a la India todos los años, Choeden descansará unas semanas en este edificio mugriento compuesto por un vasto dormitorio, un dispensario y una cocina. Pero a la joven no le importan las condiciones espartanas del lugar, lo importante es que está viva al cabo de 25 días de extenuante expedición, pagada a 540 euros, entre Lhasa y Nepal, antes de tomar un autocar hasta la India. «Estábamos amontonados en un camión y viajamos de noche. Hacía un frío horrible, pero el invierno y el crepúsculo permiten que los guardias fronterizos chinos no te descubran», cuenta con una sonrisa, rememorando un viaje con «el miedo en el cuerpo». «Pensaba todo el rato en lo que me habían contado de esos refugiados que intentaban pasar la frontera entre Tíbet y Nepal, que eran tiroteados por los chinos. Estaba aterrada ante la idea de que nos sucediera a nosotros», recuerda. En septiembre de 2006, unos escaladores extranjeros que se encontraban en el puerto himalayo de Nang Pa La, cerca del Everest, en la frontera entre Tíbet y Nepal, grabaron en vídeo a guardas fronterizos disparando contra una columna de 70 tibetanos que caminaban hacia Nepal. Una monja de 25 años murió. Legítima defensa Pekín admitió el incidente pero afirmó que sus fuerza de seguridad habían actuado en legítima defensa. A pesar de los peligros, numerosos tibetanos realizan todos los años la peligrosa travesía entre su país natal y Nepal. Después de llegar a la capital, Katmandú, cruzan la frontera india y van a Dharamsala, lugar de exilio de 100.000 tibetanos y de su jefe espiritual, el Dalai Lama. Choeden quería seguir estudiando allí las enseñanzas del budismo en «un entorno libre y cerca del Dalai Lama». Con su escuela tibetana y sus instituciones políticas en exilio, Dharamsala quiere ser un crisol de la identidad tibetana, un lugar de preservación de la cultura, religión e historia de esta región controlada por China desde 1951. El Dalai Lama recalca sin parar que Tíbet es víctima de un «genocidio cultural» perpetrado por China, que conduce inexorablemente a «la muerte de una nación». «No hay libertad religiosa en Tíbet», insiste Choeden, en sintonía con Sonam Phuntsok, de 23 años, que llegó a la India en 2005 porque «las escuelas de Tibet sólo enseñan mandarín y la cultura china, nunca tibetano, inglés o informática, en todo caso nada que nos prepare para encontrar un trabajo». Huyó entonces con su tío, al que amputaron varios dedos de los pies después de una agotadora marcha por los glaciares. «Dos personas de mi grupo murieron de frío y otra desapareció», cuenta Thupten Choedak, que en 2006 desafió la ventisca entre Lhasa y Katmandú. «Sólo llevábamos unas bolsitas de arroz y cebada, y cuando se acabaron las existencias tuvimos que comer hielo durante tres días», subraya.

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