Diario de León

Un chapuzón histórico

Fraga se bañó en el lugar donde cayeron dos bombas atómicas de un avión americano. Nunca tan pocos minutos de metraje salvaron tanto la cara al régimen.

Fraga se bañó con el embajador norteamericano Angier Biddle Duke y sus ayudantes en Palomares.

Fraga se bañó con el embajador norteamericano Angier Biddle Duke y sus ayudantes en Palomares.

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R. Martínez-Simancas | madrid
León

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El 17 de enero de 1966 dos aviones norteamericanos, un B-52 y un avión cisterna KC-135, chocaron en pleno vuelo cerca de la costa de Almería, en la vertical del Mediterráneo. A resultas del accidente murieron siete tripulantes, cuatro salvaron la vida saltando en paracaídas y sobre el cielo de Palomares cayeron cuatro bombas cargadas de plutonio. Una de ellas no se encontró hasta pasados 80 días.

El asunto era bastante serio, entonces los espectadores del NO-DO no lo supieron pero más tarde conocimos que las cuatro bombas tenían una potencia conjunta de seis megatones; dicho de manera gráfica, representaban más de 300 bombas de Hiroshima. Los espectadores del NO-DO vieron dos meses más tarde al entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, bañarse en las aguas de Palomares junto al embajador estadounidense Biddle Duke en un acto de patriotismo acuático para demostrar al mundo, pero sobre todo a los españoles, que no existía radiación nuclear en la zona.

Plutonio contaminado. El personal esperó unos días a que Fraga se pusiera verde y le salieran antenitas pero no fue así y, por lo tanto, dieron por bueno que se había alejado el peligro. Fue mucho más tarde cuando supimos que dos de las bombas que cayeron del octoreactor B-52 desprendieron plutonio contaminado. Pero entonces la propaganda oficial, y hablar de propaganda era lo mismo que citar a Fraga, se encargó de minimizar el asunto. Al pescador que localizó la cuarta bomba caída al mar, Francisco Simó, la propaganda le apodó Paco el de la bomba para tratar de ponerle un punto de humor a una situación crítica. Si Paco, sin más apellidos, era capaz de rescatar bombas atómicas con una red de pescar sardinas entonces aquí éramos unos fenómenos capaces de reírnos de la guerra fría.

El baño de Fraga junto al embajador funcionó. La gente no se preguntó de dónde venía el B-52, ni por qué ese aparato y otros muchos despegaban a diario de una base en Carolina del Norte para llegar hasta Turquía una vez repostado sobre territorio español. Nada de eso venía recogido en los dos acuerdos que tenía el régimen con los Estados Unidos, como tampoco trascendió las pruebas de contaminación que se hicieron en un cine de Palomares a mil vecinos.

Risas, en privado. Fraga entendió mejor que nadie que su baño era importante, que aquella imagen del ministro al agua iba a relajar la tensión e iba a capear los miedos. Incluso si los espectadores se reían de él (en privado por supuesto), mucho mejor porque así preguntarían menos por el problema nuclear que podríamos haber tenido en caso de haber explotado alguna de las cuatro bombas del B-52. Nunca tan pocos minutos de metraje salvaron tanto la cara al régimen español y ya de paso potenciaron las virtudes de nuestras playas que en 1966 comenzaban a llenarse de turistas en busca de sangría, sol y tópicos. Eso también lo supo ver Fraga. Un baño que protagonizó de tal manera que para recordar el nombre del embajador estadounidense hay que acudir a las hemerotecas.

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