Diario de León

De rompe y rasga... el político fiel a sí mismo

De rompe y rasga. De valía personal indudable —nadie se mantiene 40 años sin ella en cargos políticos—, Juan Morano pasará a la historia por haber urbanizado el viejo León, por prender la chispa del leonesismo contra Valladolid y por sus variadas y llamativas escenificaciones de protesta, incluida una huelga de hambre, un desplante a un presidente de la Junta ante el Rey y sus negativas a la guerra de Irak y a los recortes de ayudas al carbón, a contracorriente de su partido. Fue indómito.. Díscolo, controvertido, defensor de la libertad de voto, líder de tremenda fuerza y precursor del leonesismo, su figura marcó la política leonesa en todos los ámbitos durante más de 33 años.

Juan Morano en las piscinas de León

Juan Morano en las piscinas de León

León

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La disciplina de voto es muy cómoda, pero yo opto por la libertad». Ese gesto, votar a favor de las enmiendas en defensa del carbón y a contracorriente de su partido (PP), resume el carácter del político más conocido en las últimas cuatro décadas en León: Juan Morano Masa (Madrid, 1941), fallecido ayer tras una larga enfermedad. Díscolo, controvertido, fiel a sí mismo por encima de siglas, líder de tremenda fuerza y precursor del leonesismo, se dio de baja como militante del PP en 2012 cuando el Comité de Derechos y Garantías del partido ya le había expulsado. Fue la última voltereta en la carrera del parlamentario leonés, que mantuvo su acta pasándose al Grupo Mixto. Pero, ¿quién era Morano, ese hombre capaz de generar una lista tan larga de amigos como de detractores, de salir a hombros de la ciudadanía, de provocar manifestaciones a su favor y de urdir las intrigas que teatralizaron la vida pública de la ciudad durante cuatro décadas?.

Nacido en Madrid en pleno invierno hace 76 años, sus lazos con León parten de su matrimonio con una berciana y de la carrera que empezó como abogado del Sindicato Vertical. Sus momentos memorables se los brindó la política. O él a ella a lo largo de dieciséis años como alcalde de León, veintitrés como diputado en el Congreso y tres como senador. Llegó con claro interés de participar. El entonces secretario provincial de UCD, Luis Aznar, le propuso en contra de la opinión de Rodolfo Martín Villa, que le veía como «un bruto». Sin embargo, era joven y con garra, y demostró desde el principio poseer una excelente nariz para situarse. De un fracaso (perdió por escasos votos las elecciones del 3 de abril de 1979), logró una victoria. Cuentan que al no verse de inmediato investido como regidor se hundió. Parte del aparato le quiso animar proponiéndole como presidente de la Diputación, pero la fuerte negativa que generó esa posibilidad hizo que Morano sacara su conocida chulería y apostara por quedarse en el Ayuntamiento como jefe de la oposición. Su decisión fue providencial, ya que con una artimaña muy bien planteada por los centristas al repetirse las elecciones en varias mesas de Armunia por supuestas irregularidades, se animó a una ‘legión’ de gitanos a afiliarse y acudir a votar, con intervención del director del centro social de Pinilla, y se dio un vuelco a los resultados en las urnas que apeó en tres meses al primer alcalde de la Democracia, el socialista Gregorio Pérez de Lera (la lista más votada con 17.332 votos y 10 concejales), que gozó de un Gobierno efímero con los comunistas. Al arañar un concejal en esas mesas, y con un pacto con Coalición Democrática, Morano pudo tomar el 20 de octubre de ese mismo 1979 el bastón de mando de la ciudad, que no soltó hasta 1995, en que fue destronado por Mario Amilivia.

Sus principales apuestas fueron la creación de zonas verdes en León y la limpieza de la ciudad. No había dinero y se hizo lo que se pudo: Un mercado de ganados, el parque de los Reyes, el Jardín de San Francisco, el de Quevedo; se limpió el río y hasta se celebraron allí campeonatos de España de regata; se urbanizaron polígonos tan colosales como el de Eras, con un millón de metros cuadrados, o el de la Chantría, y se modernizó la Policía Local. León fue entrando por fin en el siglo XX.

El exalcalde de León durante la huelga de hambre que protagonizó contra el cierre del matadero . CÉSAR

Su ‘reinado’ sólo tuvo un breve interregno: a finales de los ochenta con el llamado Pacto Cívico del CDS, PSOE y AP, firmado por Luis Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y el propio Amilivia. Morano calificó el acuerdo de «contubernio, algo insólito, algo que ha roto las reglas más elementales de la democracia, una burla al electorado de León y, en definitiva, una afrenta al pueblo de León». Estaba convencido de que pronto entraría por la puerta grande de la que era su segunda casa, y acertó. «Lo mío no es una pataleta, me siento profundamente ofendido porque se ha ofendido a mi pueblo, y el pueblo de León está indignado, pacíficamente indignado, y hay manifestaciones espontáneas de ello», aseguraba. En ese entreacto, León tuvo otros dos alcaldes de paso, que duraron entre ambos un par de años, José Luis Díaz Villarig y Luis Diego Polo.

Volvió Morano porque en las cloacas del vale todo se aireó un desliz juvenil de Díaz Villarig. La elección del médico con la moción de censura al regidor ya había sumido a la ciudad en un clima de violencia con amenazas, insultos y agresiones y los principales miembros de la Corporación, que necesitaron protección policial.

Juan Morano siempre gobernó en minoría, siempre con pactos, y le fue bien, se mantuvo cuatro legislaturas como alcalde con el breve paréntesis del Pacto Cívico. Además, tuvo que aprender. A ser alcalde, a construir la democracia en León. Comenzó sin un sólo asesor y tenía dos secretarias que eran funcionarias del Ayuntamiento. Pronto vio el filón del leonesismo, cuando comenzó a gestarse la multitudinaria manifestación pro-autonomía leonesa, a la que acudieron de 35.000 a 90.000 personas, según las cifras de la Policía o los organizadores. Morano supo coger esa bandera y, con muy buen ojo, convertirse en líder aúrico del leonesismo. León Sólo fue el lema que inundó las calles en 1984, convocado por él como alcalde, con el apoyo de Alianza Popular, el Partido Regionalista del País Leonés, Prepal, Partido de Acción Socialista, Juventudes Leonesistas, Centro Democrático Liberal, el Grupo Autonómico Leónes e Izquierda Republicana.

Su discurso político, cargado de populismo, insistía en que era necesaria la separación de León de la comunidad autónoma castellano-leonesa en aras de la prosperidad. El lema Solos Podemos fue el caballo de batalla de su última campaña electoral al frente de la Agrupación de Electores Independientes. Le dieron el voto 26.108 leoneses; 20.553 prefirieron confiar en el PSOE; 10.210, en AP, y 5.466, en el CDS. Dominó hasta alcanzar elevadas dosis de ingenio la infraestructura propagandística que movilizaba al personal. De hecho, a ninguna mujer de aquella época le faltó en León una de las miles de plantas que repartió un funcionario municipal, puerta por puerta, días antes de aquel 10-J. Tampoco escatimó besos o abrazos a quien los requirió.

Inició entonces un duro enfrentamiento con la Junta exteriorizado en desprecios a sus representantes que se encargó de dar sobradamente a conocer. Además de la negativa a estrechar la mano al presidente autonómico, el socialista Demetrio Madrid, en una visita del Rey, también le retó con una huelga de hambre en 1986 para protestar contra el cierre del matadero por insalubridad. Morano saltó a las páginas de la prensa nacional con el encierro en la sala de plenos del Ayuntamiento junto con empleados del establecimiento del que, para mayor gloria del leonesismo, salía la cecina. De aquella época nace su fama de político con «afán de sobresalir».

Dicen que la huelga de 12 días, que abandonó por ‘prescripción médica’, tuvo truco, porque por las noches y puertas adentro de San Marcelo, se servía «fabada». Ese desafío demuestra, no obstante, que no se le ponía nada por delante. Eso sí, supo rodearse de un coro que jaleaba sus actuaciones, le aplaudía y le sacaba a hombros como demostración visual de apoyo. Incluso su entorno supo alentar a la población para que participara en manifestaciones a su favor.

Fue un visionario de la escena pública y de trasladar al subconsciente colectivo la sensación de que contaba con grandes e importantes apoyos entre los vecinos y en las esferas del poder. Un actor de la política, en la que se mantuvo cuatro décadas. El caso es que el pulso del matadero acabó con que Juan José Lucas lo echara de las listas y pusiera en su lugar a Mario Amilivia, dándole a modo de consolación, un puesto en el Congreso de los Diputados.

En el debe/haber de Morano destaca el superávit por haber plantado cara a la Junta en sus relaciones con la ciudad de León cuando para la autonomía sólo existía Valladolid, tanto en el PSOE como en el Partido Popular, lo que también en su día le valió salir reelegido como independiente y con mayoría casi absoluta, apoyado por Rodríguez de Francisco, que le dio buenos quebraderos de cabeza. En el anecdotario se recuerda que una de las visitas del Rey, ‘Pelines’ entró a su despacho proponiendo colocar unos maderos en las vías del tren para dar notoriedad al leonesismo y Morano le dijo: Toma, lee antes este libro, que creo que conoces como yo. Era el Código Penal.

Tras su paso por UCD y el independentismo, Morano volvió al redil del PP en 1991 de la mano nada menos que de Manuel Fraga. Era ya un político conocido, con excentricidades útiles como convencer al canónigo de la Catedral de León para que compusiera un himno para su campaña electoral que terminó interpretando parte de la Eschola Cantorum. Apostó fuerte por la reconversión industrial de León en un proyecto que se llamó Biomédica y que luego resultó un pufo, aunque entonces todo el mundo creía en milagros. La prueba son las fotografías del obispo bendiciendo la primera piedra y del ex presidente de la Junta, Lucas, con cara de circunstancias. Fue, uno de los mayores ridículos, hasta el punto de que el promotor del proyecto, un americano de nombre Frank Wildbourne, sigue en búsqueda y captura. El Ayuntamiento adquirió unos terrenos por 700 millones de pesetas para que se instalara la supuesta empresa puntera y la Junta iba a aportar hasta 2.500 millones en ayudas, que representaban el 43% de la inversión global de la que resultó ser empresa fantasma como su promesa de más de 440 empleos. El proyecto había entusiasmado a Morano, que llegó a decir que le había venido Dios a ver, porque era «magnífico».

Hábil nadador entre dos aguas en época de tiburones y de salir airoso ante cualquier metedura de pata, la supervivencia entre los populares leoneses, con los que mantuvo continuos enfrentamientos, se debió también a los lazos que Mariano Rajoy guardaba con una ciudad en la que vivió de niño. Tras veintitrés años como diputado del Congreso por León (1989-2012), fue candidato al Senado ganando la batalla como cabeza de lista gracias al presidente del Gobierno, o al menos a su equipo. Morano se llevó su acta de senador al Grupo Mixto por su negativa a apoyar el recorte un 63% a las ayudas mineras. Siempre asesoró a la asociación de Empresas de Minas de Antracitas de León.

Recuperó ahí el leonesismo que le acusaron de haber perdido cuando regresó a los brazos del PP. Lo cierto es que Morano, en sus orígenes, supo aglutinar entorno a él un movimiento social carente de programa político, reglas de partido y mucho populismo ante el culto al joven alcalde lleno de brillantes ideas, actos multitudinarios y gestos diferenciadores del rol habitual del resto de políticos grises. Él y sólo él fue el padre putativo del leonesismo como opción política, pues una vez diluida en mil corrientes el centrismo, encontró en el mensaje leonesista la fuerza social y parte de la doctrina para envolver con lujo su Gobierno capitalino.

En cambio, en sus 26 años como parlamentario nacional, Juan Morano apenas intervido 19 veces en un Pleno del Congreso o Senado, con una media de preguntas escritas u orales de 7,9 anuales, según el diario de sesiones.

Buen jurista y de ego grande, Morano fue hombre de mandar, no de obedecer; de ir del brazo de alguien, más que de equipo. Algunas de sus actuaciones estuvieron impregnadas por un tono turbio, pero él supo darlas un barniz de grandeza. Sus triunfos, a veces, los consiguió porque quien tenía enfrente no quería líos con él. Aseguran que era muy amigo de sus amigos, y de hacer favores.

Durante la manifestación por León solo. CÉSAR

Lo que bordó como nadie fue el ir colocando hitos en su carrera política que le dieron la imagen de personas valiente, echada para adelante, que se enfrentaba a la Junta, a Lucas, a Aznar, sobre todo, en 2003 con su oposición a la guerra de Irak, cuando ningún miembro del PP se atrevió a toser la decisión del presidente. Gran amigo del locutor Luis del Olmo, su acceso a las ondas le dio mucha cobertura. Fue tertuliano dinámico y entretenido, un mago de transmitir una imagen de ganador, de que conocía y manejaba. Le reconocen la gallardía de ser una persona que no aceptó nunca las imposiciones.

Su afición, la lectura, los caballos, pasear. Su pasión, la política y sus nietos. Su refugio, una casa de piedra y escudos en Congosto. Su frase más repetida: «Chavalote, un cigarrito», porque en la distancias cortas era un tipo simpático, de palmadas en la espalda, directo y cercano. Mucho intrigó contra Mario Amilia, más contra Isabel Carrasco. Decía que la historia no hablaría de él, pero se equivocaba, porque su papel en la escena pública da para varios libros y se extiende a lo largo de 40 años, protagonizando la Transición. También confesaba que «el político no se hace en los despachos, sino entre la gente, preocupándose de la ciudadanía, hablando con sus convecinos, participando, sabiendo o averiguando cuáles son sus problemas e inquietudes. Ha de recoger las ideas que aporta la gente». Y es que, como también salía de su boca, «la política es un arte, necesita veteranía y necesita aprenderse». Defensor de las listas abiertas, «para ver quién es cada quién», León pierde a una de sus figuras más insignes, con sus luces y sus sombras. Un hombre que se metió hasta la cintura en todos los hilos que tejen la historia de esta provincia y que también manejó muchos de ellos.

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