Diario de León

Diario de una confinada | Día 3

Siempre nos quedará la bolsa de basura

León

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Me he descubierto mirando con benevolencia la bolsa de la basura. Ni asco me da ya. Será porque voy con guantes a todas partes, me digo. Pero no. Se ha convertido en mi aliada. Desde hace tres días, es como una explosión de alegría gritar: ¡Voy a bajar la basura! Hasta el domingo, tenías que ir con una aplicación de geolocalización por la casa en busca de sus habitantes. Ahora, hay que establecer turnos. La hora de la basura es como la hora feliz de los hoteles del Caribe. Hasta querrías que hubiera dos en vez de una. Es como ‘Fiebre del Sábado Noche’. Y ni te importaría pringarte las manos aunque no fuera gomina.

Tener la bolsa de la basura en la mano es el salvoconducto. Un viaje a la libertad. Yo hasta he dejado de reciclar en casa, lo hago directamente en la calle. Selecciono uno a uno los papeles y los pongo con cuidado en el contenedor azul. Luego hago lo mismo con el amarillo. Y si hay botellas, entonces ya ni Eurovisión. El recipiente del vidrio está doblando la esquina. Si hasta me he pillado diciendo bebed, bebed malditos. Nada de latas, he dado orden. Todo botellas.

A esa hora, la ciudad está tan vacía y silenciosa que temes encontrarte con el virus de frente. Más incluso que toparte de sopetón con el vecino, con el que sin hablar, solo con la mirada, tienes que ponerte de acuerdo sobre qué lado de la acera es tuyo. Como una peli del Oeste. Casi más que escuchar a Igea pedir las mascarillas para la alergia que tenemos en casa del año pasado y que nadie diga nada de dimisión, especialista en llamar alarmantemente a la tranquilidad. Casi tanto como ver cómo fumigan las calles, a toquecitos, rellenado la pistolita, como hacia yo con el manzano casi centenario de Garrafe de Torío, nada que ver con el aparataje de los chinos, que si no le metía eso miedo al Covid-19 qué va a ser. Y la cara de Pablo Iglesias, qué. Sentado en el consejo de ministros con el virus en casa, como si quisiera ser el muerto en el entierro. O la de Pedro Sánchez, que también había dado positivo en familia, claro que él lo sabía y nosotros todavía no. Como tantas cosas en esta guerra invisible que se libra con jeringuillas.

Luego está, claro, la curva de ascenso de contagiados y víctimas. Del virus y de los ertes, que se disparan en la misma proporción. Y entonces es cuando piensas en la mierda, en qué mierda. Y en que no nos queda ni París, como a Humphrey Bogart. Nos queda porquería. Tú, a solas, en mitad de la calle con la bolsa de la basura, los guantes y la mascarilla. Hasta mañana. Cuidaos mucho (hoy sin erres por el medio).

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