Diario de León
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León

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El sargento Charles Horgan tiene una mirada distraída y pareciera que sus ojos aun recuerdan el momento más peligroso que ha vivido en su corta vida. En voz baja, el sargento confesó que intuyó la tragedia cuando vio a un grupo de civiles iraquíes que se alejaban corriendo de los carros de combate del Ejército norteamericano. «Parecían nerviosos o asustados», dijo el sargento, de 21 años, durante una rueda de prensa realizada en una sala del hospital militar americano en Landshut, que desde el martes pasado ha comenzado a recibir a los soldados que han sido heridos en el lejano desierto iraquí. «Había algo raro en ellos y cuando vi que uno tenia un fusil, giré para dispararle, pero de pronto escuché un zumbido y me dije a mismo: ''¡Dios mío, voy a morir!''». Tuvo suerte. El sargento Jamie Villafane, que conducía el vehículo militar que recibió el impacto de la granada disparaba por el enemigo, relató que la unidad había sido enviada para investigar el movimiento de civiles en dos puentes cercanos a Nasiriya. «Nos habían dicho que podíamos ser víctimas de una emboscada», contó el sargento. A pesar de haber quedado herido en un brazo, el soldado pudo controlar su vehículo y persiguió a los asaltantes hasta capturar a cuatro de ellos. «Estaban aterrorizados y todos vestían ropas de beduinos». La guerra para Charles Horgan y Jamie Villafane ha terminado. Regresaran a la patria. Pero antes de emprender el camino de regreso, los dos sargentos cumplieron su última misión militar para denunciar la estrategia de las tropas iraquíes, que combaten a sus enemigos vestidos con ropas de civiles.

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