Diario de León

OPINIÓN Manuel Portela

La ampliación europea

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Ayer se rubricó la ampliación de la UE en diez nuevos países del Este. Ya veremos con el tiempo si se ha cerrado bien. Esos países cumplen los requisitos de convergencia de la «misma manera» que los cumplimos nosotros o los portugueses. Ahora todas las autoridades dirán que están muy contentas con esta ampliación, pero si pudieran retroceder en el tiempo no se habrían comprometido con ella. Si pudieran pondrían pegas técnicas, solicitarían más plazos o requisitos más exigentes. Ello es así porque el momento no es el más adecuado para poder comprobar la eficacia de todas las reformas propuestas, en el funcionamiento de la Comisión y del BCE, para integrar tantas economías «pobres». Hay demasiadas incógnitas acerca del verdadero alcance de la desaceleración económica y hay demasiada pérdida de credibilidad por el incumplimiento del compromiso de consolidación fiscal. Luego está lo del nuevo reparto de los fondos agrícolas y de cohesión. Además hay que reducir la injerencia de los EE.UU., competidor natural de la UE, en los asuntos políticos europeos al socaire de la guerra por Iraq. Con tantas restricciones, parece seguro que termine surgiendo una UE a «dos velocidades», cuya inauguración comienza con la próxima «mini-cumbre europea» sobre defensa. Desde el punto de vista económico lo más importante es saber como será el sistema de toma de decisiones en una Europa ampliada. A España sólo le puede interesar abolir la exigencia de unanimidad para tomar decisiones si consigue aumentar el número de votos en el Consejo de Ministros como para poder formar minorías de bloqueo. España no debería presumir mucho de tanto crecimiento por encima del de sus vecinos, ni debería airear sus pretensiones de alianza con un país económicamente tan alejado como es EE.UU. Es lógico que «la mayoría cualificada» de países ricos quiera reducir nuestros fondos de cohesión en provecho de los de la ampliación. Al fin y al cabo para ellos es una ocasión única para ampliar su mercado de inversión y de producción. Pero los países «pobres» del sur europeo todavía quieren ser receptores netos de fondos comunitarios para garantizar la convergencia en términos reales. Y además, la crisis iberoamericana impide que las grandes empresas españolas puedan hacer pronto grandes inversiones en esos territorios. Lo lógico, natural y manejable es ser subcontratistas de empresas alemanas en Polonia antes que de empresas norteamericanas en Iraq.

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