Diario de León

El tratamiento psicosocial, crucial en la libertad del violador del chándal, ha llegado sólo a siete internos desde el 2000

Interior suspende en León el programa de rehabilitación de agresores sexuales

La falta de personal paraliza, al menos temporalmente, iniciativas pioneras en prevención

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Ana Gaitero - león
León

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«¿Por qué lo hiciste?». La mayoría de los violadores se niegan a contestar a esta pregunta. El 70% de los penados por delitos de agresión sexual ni siquiera reconocen su culpabilidad. Ponerse en el lugar de la víctima e incluso visualizar a su madre o a su hermana en este papel son algunos de los mecanismos utilizados por los terapeutas que trabajan con agresores sexuales. Por regla general, los agresores sexuales «piensan que son buena gente y que lo que hicieron es un acto breve y puntual que no deja secuelas en las víctimas», aunque la realidad es que más de la mitad sufre estrés postraumático (una reacción de ansiedad que aparece siempre que ha habido temor por la vida). En la cárcel de León se puso en marcha un programa de tratamiento para presos condenados por violación en agosto del 2000. Van a cumplirse tres años de la iniciativa y en el balance del psicólogo sólo figuran siete personas, entre ellas, Andrés Mayo, el violador del chándal, que disfruta de libertad condicional desde noviembre aunque «sigue con el tratamiento», aseguran fuentes penitenciarias. Los demás usuarios también están en fase de seguimiento dentro y fuera de la cárcel, pero esta opción rehabilitadora ya no se ofrece a nuevos internos en León. El programa, al menos de momento, está cerrado. Los motivos: el crecimiento paulatino de la población penitenciaria en Villahierro y las carencias de personal, que no han quedado resueltas hasta la incorporación de la nueva plantilla por concurso de traslados en mayo. La prisión se encuentra actualmente en «un proceso de adaptación», alega el director. Los agresores sexuales suponen algo menos del 4% de la población penitenciaria en León: son 42 hombres sobre un censo de 1.100 internos. Dos cumplen condena por el Código Penal de 1973, un total de 37 por el vigente, de 1995, y tres más están como preventivos. Sólo uno de cada seis participa que dirige un psicólogo. «Los programas terapéuticos son muy necesarios y tienen que continuar cuando salen de la cárcel», subraya Javier Urra, psicólogo y autor del libro Agresión sexual, casos reales, realizado a partir de entrevistas con presos. El psicólogo asegura que «con buenos programas se podrían evitar un 20% de las reincidencias». Dos de cada cinco presos han vuelto a delinquir durante los permisos y el 10% reinciden tras haber vivido en la cárcel entre 10 y 30 años. «Son como los alcohólicos», afirma, y por tanto necesitan un seguimiento profesional «casi de por vida». Pero lo primero y esencial es que sean capaces de «ponerse en el lugar de la víctima y reconocer su culpabilidad». El agresor tiene que plantearse cuestiones «muy profundas», imaginar e incluso verbalizar lo que pudo sentir la víctima. Escribirla una carta y después autocontestarla es uno de los ejercicios que con más frecuencia se propone a los agresores cuando participan en un programa terapéutico. «Es un trabajo muy difícil», reconoce Urra, porque «muchas veces se autoengañan». Del estudio realizado entre la población penitenciaria de Madrid, el psicólogo ha concluido que es falso el mito de que los violadores han sido víctimas de delitos del mismo tipo en su infancia. Sólo en el 10% de los casos se dio esta circunstancia. Tampoco son enfermos mentales, añade, puesto que sólo en el 12% de los casos se encontraron con personas diagnosticadas de algún trastorno. Todo se compra Las razones hay que buscarlas en la educación: «¿Qué roles transmiten las madres, principales educadoras, que al final los hombres desprecian tanto a las mujeres?» o «¿por qué algunos padres consideran un juego los abusos sexuales de sus hijos?», se pregunta el psicólogo. «Vivimos en una sociedad sólo aparentemente abierta (nada más hay que ver la presencia de prostíbulos en las carreteras) en la que la gente cree que todo se puede comprar», añade. Autobiografía sexual Para trabajar con los siete internos que se han sometido al programa de tratamiento en León el psicólogo de la prisión realizó una ficha de conocimiento personal y análisis de la vida personal hasta el momento del delito. Esta ficha hace especial incidencia en la semana inmediatamente anterior a la agresión. El objetivo es «desmenuzar ideas y sentimientos previos al delito así como las conductas subjetivas», precisa el psicólogo de la prisión. Los presos que participan en las terapias -dose sesiones de grupo a la semana y una sesión individual- han tenido que realizar también una «autobiografía sexual» en la que se manejan conceptos como el papel sexual que asignan a la mujer y también posibles frustraciones o desconocimientos de la sexualidad. También se analizan los posibles factores de riesgo que llevaron a delinquir al individuo que se somete a la terapia. Las recaidas se previenen por técnicas conductistas: situaciones a evitar y actitudes que no se pueden repetir. El tratamiento incluye la organización de salidas programadas y un seguimiento de la evolución social y laboral durante la libertad condicional. La cárcel, la mejor terapia Este psicólogo es partidario de abordar el tratamiento a los agresores sexuales desde la educación, pero también desde la sanción. «La mejor terapia es la cárcel», aseguró a Diario de León. «Es un tiempo que les hace reflexionar, les inhibe y cogen miedo». En los estudios que ha realizado con presos agresores sexuales, Urra también ha comprobado que «el comportamiento de estos individuos en la cárcel, por lo general, es espléndido». Los presos por agresiones sexuales en España representan un 5 % del total de reos, es decir, alrededor de 2.000; unos 660 son pedófilos.

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