Diario de León

| Reportaje | La desaparición de la orfebrería artesanal |

El último de una larga tradición

Andrés Cortés, de 96 años, quien restauró el baldaquino y la corona de La Virgen del Camino, atestigua cómo la técnica extingue un arte perfeccionado durante siglos

A los 96 años, lleva 16 alejado del oficio

A los 96 años, lleva 16 alejado del oficio

Publicado por
J. de Vega - redacción
León

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Muy cerca tenemos un testigo de excepción de los últimos coleteos que ha dado la orfebrería artesanal en la provincia, en craso declive allá por los 60. La aparición en los talleres de máquinas fundidoras, laminadoras y otros artilugios heréticos capaces de economizar esfuerzos y tiempo terminó por extinguir la técnica artesanal, manual, al igual que ha ocurrido con los demás oficios gremiales. Andrés Cortés, zaragozano de 96 años de edad, es seguramente el último maestro orfebre en León a la vieja usanza. Desde que entrase como aprendiz en un taller de Zaragoza con sólo 13 años, son 69 los que ha dedicado a diseñar, pulir, engastar, fundir y grabar los elementos más preciados. Recordar su primer sueldo, una moneda de dos reales, le traslada a tiempos en los que los oficios gremiales todavía eran sinónimo de futuro para los jóvenes españoles, y recuerda que «cada época tiene su técnica. Las cosas son así». Vino a León en 1941, animado por amigo leonés que había resultado herido durante la guerra. La única condición impuesta, que éste le encontrase un local donde ejercer e instalar su pequeño taller. Así fundó su primer negocio aquí, la joyería del Carmen. «Por entonces León era un pueblo, pero me llamó la atención que sus gentes tenían muchísimas joyas. De sus bolsos salían piezas de gran valor», observó Andrés al llegar. De Zaragoza se trajo a tres empleados, pero al poco rompieron sus compromisos debido a que «a alguno le tiraba mucho la novia». Pero aquí conoció a un hombre al que se refiere como «un señor relojero», del que asegura aprendió mucho sobre este oficio. «En este trabajo no se termina nunca de aprender», comenta aún ilusionado. Muchas noches a golpes de café le hicieron prosperar hasta convertirse en uno de los orfebres más reconocidos del norte de España. Recibía encargos de otras autonomías y, en los 70, había sido maestro de muchos de los joyeros más importantes de León. La orfebrería comercial es sólo una de las ramas que abordó. Andrés restauró el baldaquino de La Virgen del Camino y su corona, trabajo por el que no cobró nada. Suyos son también un cáliz realizado para la parroquia de Santa Marta, hecho con monedas fundidas, una custodia para la basílica de San Isidoro, realizada con joyas donadas por la hacendada familia Tagarro, un sagrario que donó a la iglesia de San Martín cuando sus hijas hicieron la comunión, y un tintináculo pieza con forma triangular) para San Isidoro y que aún se saca en procesióºn. Este maño fue tasador oficial de los juzgados de León, evaluando herencias, diseñó los escudos de muchas cofradías y realizaba además la medalla oficial que entregaban ayuntamiento y diputación a personajes ilustres, como Francisco Franco o Pilar Primo de Rivera, además del bastón de mando de Carlos Arias-Navarro, que fuera presidente del Gobierno y gobernador civil de León en 1944. También le hizo el pectoral al obispo de Tuy. Sus hijos, Froilán, José María y Carmen, orgullosos, dicen de él que es pésimo negociante. «Alguna vez soldó una cadena de oro por diez pesetas. Tenía que ser nuestra ,madre la que pusiera los precios. Así tenía tantos encargos de fuera de León», bromean. Su deseo, que disfrutemos de nuestro oficio tanto como él, al menos durante 70 años. «A Pilar Primo de Rivera le hice una medalla con los colores de Falange, en rubíes y diamantes» Andrés Cortés, maestro orfebre El 26 de febrero de 1568 se imprimió en Florencia la primera edición de «Tratados de la Orfebrería y la Escultura», escrito por Benvenuto Cellini, a quien muchos consideran el maestro más dotado para este oficio y en el que explicaba de qué manera y con qué utensilios se cincelaba en el siglo XVI. La importancia de esta obra en nuestro días radica en la similitud de las técnicas descritas con las que aún perduraban durante la primera mitad del siglo XX. Cellini lo explicaba así: «...ese vaso yo lo llené con pez negra y luego dibujé sobre el cuerpo de la obra todas las figuras que deseaba hacer, usando para esto un estilete bruñido. Después volví a dibujarlas con pluma y tinta, con toda la prolijidad que conviene al buen dibujo. Luego usé mis cinceles (los cuales eran del largor de un dedo y del grosor de una pluma de oca. Estos hierritos son de muy diversa hechura, algunos en forma de una C pequeña, otros, de una C grande, unos más encorvados, otros, menos, y algunos completamente derechos. Es necesario tenerlos de todos los tamaños. Con ellos y un martillo del peso de tres o cuatro onzas, golpéase diestramente hasta perfilar todo lo que se hubiese dibujado; después pónese la copa al calor de un fuego dulce a fin de poder retirar la pez con la cual ha sido rellenada y se la hace hervir en goma de barrica con sal, para blanquearla. Llegados a este punto, empléanse ciertas herramientas en forma de yunque hechas en puro hierro. Estos hierros estarán colocados, fijos, en un cepo y sirven para sujetar la copa; en el interior de ésta se ubica uno de esos cuernitos con la punta vuelta hacia arriba, que tenga la misma curvatura del vaso, colocándolo en aquellos lugares en los cuales írase a trabajar, empezando a golpear suavemente hasta conseguir aquél relieve que el discreto e inteligente maestro juzgue necesario. Una vez hechas todas las figuras, animales u ornatos, se debe recocer la copa y luego blanquearla y volverla a rellenar con pez, para volverla a trabajar con los cinceles, que esta vez serán de la misma forma que los anteriores, mas con distintas puntas, como ser en forma de porotos u otras, según la usanza del maestro. Sólo interesa que no sean filosos, a fin de que no lleguen a agujerear la plata». Juan de Arfe (León 1510-Madrid 1571), nieto del famoso Enrique, también dejó un tratado sobre esta materia, «Quilatador de la plata, oro y piedras». Fechado en 1572 e impreso en Valladolid, explica, entre otras cosas, cómo se realiza la aleación de la plata, cómo se funde con el oro y cómo se manipulan los metales.

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