Diario de León

Delincuentes comunes árabes conversos ejecutaron los atentados

Los autores de la masacre buscaban forzar al Gobierno a la retirada de las tropas de Irak, aprovechando al máximo la proximidad de las elecciones generales del 14-M

Juicio por la operación Dátil contra la retaguardia de Al Qaida, una de las motivaciones del 11-M

Juicio por la operación Dátil contra la retaguardia de Al Qaida, una de las motivaciones del 11-M

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Julio Á. Fariñas - redacción
León

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Febrero del año 2004 fue un mes muy movido para los cérebros de los atentados que al mes siguiente hacían saltar por los aires cuatro trenes repletos de trabajadores -residentes a lo largo del corredor del Henares que trabajaban en Madrid- en los que murieron cerca de 200 personas. A primeros de este mes Joussef Belhad, responsable del ala militar y portavoz de Al Qaida en Europa, viajaba de nuevo a Madrid procedente de Bélgica -ya había estado en octubre para fijar la fecha del atentado- para reunirse con la célula terrorista e impartir las últimas instrucciones. Semanas antes había hecho lo mismo Rabei Osman El Sayed, Mohamed el Egipcio, otro de los ideólogos de la célula, que residía en Milán, donde le fue intervenida una conversación en la que, refiriéndose a sus discípulos en España, decía: «He transformado en combatientes muyahidines a un grupo de delincuentes comunes». Hassan el Haski, Abu Hamza , por aquel entonces uno de los máximos responsables del Grupo Islámico Combatiente Marroquí en España, movía frenéticamente sus peones desde la periferia de París. Los tres, que el jueves se sentarán en el baquillo como autores intelectuales de los atentados, estaban pefectamente coordiandos con Sarhane Ben Abdelmajid, El Tunecino , uno de los muertos en la explosión del piso de Leganés. Sus relaciones se remontan a noviembre del 2001, fecha en la que, según la tesis de la acusación, comenzaron a pensar en un gran atentado en España con repercusión internacional. Se trataba de, ante la inminencia de las elecciones, dar muerte al mayor número de personas como respuesta al acoso judi-cial a que estaba sometida en nuestro país la retaguardia de Al Qaida -operación Dátil y otras- y a la posición del Gobierno español en la guerra de Irak. Los peones La mano de obra para ejecutar los atentados la reclutaron en las mezquitas madrileñas. Allí se ganaron para la causa a una serie de personas, mayoritariamente marroquíes, procedentes del mundo de la delincuencia común, trabajadores de extracción económica y cultural muy escasa. El Tunecino , que estaba matriculado en el curso de doctorado de Económicas en la Universiad Autónoma de Madrid, no tuvo demasiados problemas para formar una célula operativa a la que pronto se unieron seguidores de Mohamed el Egipcio y Joussef Belhad -Jamal Zougan, entre otros- y elementos vinculados en otros tiempos al GIA argelino. El núcleo de ésta quedó constituido en el verano del 2003. El Tunecino fue el encargado de contactar con Jamal Ahmidan, el Chino , uno de los muertos en Leganés, que lideraba una organización especializada en el tráfico de drogas. El grupo de El Chino , que se había convertido en yihadista radical a su paso por una prisión marroquí, aportó a la célula su amplia experiencia delictiva. A él encargaron la localización, adquisición y traslado de los explosivos, un elemento fundamental para la ejecución de los atentados. La cárcel, en este caso la de Villabona (en Asturias), empieza en ese momento a jugar un papel clave en esta trágica historia. Allí se conocieron Rafa Zouhier, amigo de El Chino y Antonio Toro, cuñado del ex minero Suárez Trashorras, que estaba preso por tráfico de drogas y explosivos. Al marroquí y al asturiano les faltó tiempo para hacrse amigos y hablar de negocios. Toro le presentó a su cuñado y Rafa no tardó en presentárselo al Chino . El éxito del negocio estaba cantado: «Yo te suministro hachís... o lo que quieras, y tu me pagas con dinamita».

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