El gran morbo de «Fresita»

Ha concluido la actual edición de Gran Hermano. Hay serias dudas de que vaya a existir prolongación: nada en el concurso que presenta Mercedes Milá autoriza a presumir que esta temporada haya conquistado el derecho a la supervivencia. La gran final, con ese aire de fiesta a la americana, nos mostró a tres individuos perfectamente insignificantes que se enfrentaban al trance decisivo de la fama. Terminó ganando una chica, de nombre Nuria, apodada Fresita , que hay razones para considerar como límite en más de un aspecto. Esta chica ha venido protagonizando, además de algún que otro conflicto agropecuario, un sainete sentimental con otro concursante ante la pasiva mirada, no sé si también agropecuaria, de su apuesto novio, que después ha ido a algunos programas a vender su civilizada perplejidad. Por cierto que tanto el novio como el concursante sainetero estaban allí, sentados muy cerquita el uno del otro, cuando Fresita irrumpió como ganadora. Supongo que habría mucho «morbo» por ver qué ocurría en la escena, pero confieso que prescindí de asistir al encuentro. Sencillamente, porque este escriba ya está de Gran Hermano hasta «el lugar de donde les salen a los bárbaros las voliciones enérgicas», que decía Unamuno. Quede dicho que tal sentimiento no es compartido por buena parte de mis conciudadanos, pues el número de quienes siguieron la final alcanzó de media 5,8 millones de espectadores. Son datos inferiores a los de temporadas pasadas, pero que permitirían a los responsables del invento hablar de éxito relativo. ¿Vale la pena tanto esfuerzo? Lo sabremos cuando nos digan si Gran Hermano tiene futuro o no.