Diario de León

De viaje a

La Bañeza

Tiene encanto la ciudad que anhelaron astures y romanos, godos, suevos y visigodos, moros y cristianos, condes, nobles y reyes, franceses y carlistas. Un cruce de caminos, una pequeña urbe cosmopolita. Afamada por su mercado, sus carnavales y su circuito urbano. Un cogollo de belleza modernista

JESÚS F. SALVADORES

JESÚS F. SALVADORES

León

Creado:

Actualizado:

A los astures ya les gustaba esta tierra. Con razón. Está a simple vista. Transitando cualquiera de las vías que debieron trazar los romanos aparece a lo lejos bella, próspera, suave. Un vergel son los campos que la rodean, donde se intuye que germina la riqueza. Una pequeña joya su corazón modernista, ya dentro, en pleno centro de la ciudad.

Porque es ciudad —con título oficial otorgado por una reina regente— el sitio que controlaron primero las tribus rebeldes a Roma, luego Roma mismo y después los bárbaros, los musulmanes, las tropas cristianas empeñadas en la Reconquista, los mozárabes, los condes y demás nobles medievales, las tropas napoleónicas, las carlistas... En fin, que está plagada de historia.

En nombre de su hijo Alfonso XIII, la regente María Cristina de Hasburgo-Lorena reconoció en papel lo que hacía tiempo se sabía, que la Bañeza, la Bedunia de los astures, el lugar conquistado por Augusto, el Hinojo disputado por suevos y godos, el viejo asentamiento que sobrevivió durante centurias vinculado a un monasterio, el Bani Eiza crecido de la fusión de mozárabes cordobeses es una pequeña urbe de tradición cosmopolita. En gran parte, por su capacidad para comerciar. De siempre.

Era ya famoso en todo el Reino su mercado, que sigue vivo. Llegaban a él, y llegan, los productos de la suave vega del Órbigo-Tuerto, que fecunda la huerta y apreciaban ya los romanos, de cuando formaba parte del Conventus Austurum y ansiaban el oro, los abundantes metales y la riqueza agraria de este territorio. Tan grande, que ha dado nombre a algo más que la ciudad. Porque Tierra de La Bañeza son los valles del Órbigo, el Duerna y el Eria. Y sus riquezas.

Afamados son sus carnavales y su circuito urbano, que con la solana que acompaña a las fiestas de Nuestra Señora, se llena de motos y moteros llegados de todas partes del mundo.

Si el paseante deja posar sus ojos sobre la ciudad, descubrirá la belleza de sus iglesias —la de Santa María con su torre, y la de San Salvador, y dentro de ellas los retablos renacentistas de Francisco de Rivera y la magnífica Piedad de Gregorio Fernández—, las capillas de Jesús Nazareno y la Señora de las Angustias y Soledad, la Casa Consistorial de estilo neoclasicista levantada por Cárdenas, o el antiguo hospital, pegado a la capilla de la Vera Cruz, quizás el edificio civil más antiguo de la ciudad, del que se habla ya en 1539, reconstruido en 1897. Y si no le fuera suficiente, podría detener la mirada en cualquiera de las bellísimas casas modernistas que plagan el casco urbano y que hablan de un pasado de poderío económico.

Podrá visitar el viajero el Museo de las Alhajas en la Vía de la Plata o el Centro de Interpretación de las Tierras Bañezanas, descansar en cualquiera de los coquetos cafés que rodean la plaza o pueblan la ciudad entera, comprar los manjares de esta tierra, que tienen nombre propio y son delicia al paladar o dejar que los cocinen en los restaurantes y bares de la localidad. Alubias de riñón, ancas de rana, la cecina bien curada, los mejores pescados del Atlántico llegados a este cruce de caminos y los deliciosos postres, bollos de San Lázaro o los Imperiales que hacen honor con justicia a su nombre.

Tierra hermosa que no necesita disfraz. Territorio de visita que no precisa esperar a don Carnal para caer en su tentación.

tracking