Diario de León

PARAÍSOS NATURALES

El bosque prodigioso

Un prodigio natural, el Faedo de Ciñera

Fotografía de Miguel Aguilar Barrera para la I Quedada Concurso de Fotografía del Faedo de Ciñera

Fotografía de Miguel Aguilar Barrera para la I Quedada Concurso de Fotografía del Faedo de Ciñera

León

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Hay magia en este hayedo que tiene página web (elfaedo.es), una asociación de amigos para protegerlo (Adelfa), una ampa de un colegio público, el San Miguel de Ciñera, que consiguió que el Ministerio de Medio Ambiente le diera el título en 2008 de ‘Bosque mejor cuidado de España’, un haya de 500 años y unas pozas de agua cristalina y helada excavadas por un riachuelo en el cañón que sortearon cada día durante decenios las cuadrillas de mineros para llegar a la ‘Bocamina 50’. Tierra maravillosa. Un prodigio natural.

Fue, quizá, hace dos millones y medio de años. En el cuarto periodo de la era Paleozoica, antes incluso del carbón. Las tierras emergidas se reparten y alzan. Tal vez entonces se levantaron las crestas devónicas entre las que un pequeño arroyo se encajonó después en busca de un mar.

Por ese camino que surca desde hace siglos, fertilizó praderas y un pequeño bosque de hayas, un milagro. Es el Faedo de Ciñera. Antiguo y hermoso. Tanto que ni los tiempos modernos han arrancado de su nombre popular la f en lugar de una h. Tanto que sobrecoge al sorprendido viajero que se adentra en el territorio de Haeda, la bruja de un bosque de hadas.

Durante siglos, preservado de la curiosidad de los hombres, el pequeño secreto de los vecinos de Ciñera. Y, también, el camino diario de las cuadrillas de mineros que bajaban desde el pueblo de Villar del Puerto para entrar en el tajo de la ‘Bocamina 50’, convertida hoy en un pequeño museo minero y ermita en honor a Santa Bárbara.

Atravesaban cada día las hoces excavadas por el arroyo, sorteando las pozas de agua glaciar que sirven hoy de piscinas naturales a los viajeros más intrépidos, los que se atreven a sostener el pulso con el agua helada, que llegar hasta allí no exige más fuerza física que la que acumula un urbanita. Un camino tallado en la roca devónica al borde mismo de la caída, bajando a veces suave otras más abrupto hasta desembocar en el temido Puente de Palos, hoy un pontón, que los mineros cruzaban con recelo en tiempo de nieve o empapados por la lluvia.

Después, se adentraban en el mágico hayedo. Entrarían en sus sombras sintiendo a Haeda, la bruja de un bosque de hadas de la que el abuelo de Josefina Díaz del Cuadro ya oyó hablar, mucho antes de que hubiera casas en el valle y los hombres se hicieran vecinos, y pasarían delante de ‘Fagus’ y su caprichosa figura sin saber que el haya tiene 500 años y es la más longeva de la península, un ejemplar digno de estar junto al gran Drago de Tenerife en el catálogo ‘Árboles, leyendas vivas’.

Después, se abriría ante ellos la praderona de la bocamina pero no tendrían tiempo de sentarse en el merendero porque el tajo aguardaba. Tierra abierta en busca del tesoro negro que depositó en estas latitudes el carbonífero.

Pero no se impaciente el lector por el tiempo. Hágase viajero y recorra el camino al revés, desde la plaza de Ciñera, andando, hasta la inmensa pradera que se extiende ante el ‘tajo 50’ y déjese sorprender por el cambio de paisajes, entre con reverencia en el bosque de hayas, camine por su pasillo empalizado en respetuoso silencio, pues es patria de la Naturaleza, hasta darse de frente, en otro cambio de escena inesperado, con el cañón excavado por el riachuelo, cruce el pontón que sustituye al viejo puente de palos y báñese, si puede, en la pozas heladas todo el año, tome el sol en las planchas de piedra natural, trepe por los riscos y busque el camino, si lo encuentra, para llegar a Villar del Puerto, el pueblo de donde bajaban las cuadrillas de mineros para meterse en las entrañas de la tierra. Está aquí, en mitad de una Reserva de la Biosfera. En este territorio leonés de extremada belleza.

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