Diario de León

Por los senderos del agua

Los caminos siempre tienen uno o múltiples destinos. Y más en Tenerife. La diversión y el goce son buenas fórmulas de vida

alfonso garcía

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ALFONSO GARCÍA
León

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Los senderos siempre tienen uno o múltiples destinos. Casi todos se enriquecen en el trayecto. Es una especie de ley del caminante o viajero, que, alejado de cuantas metáforas pretenden reducirlo, siempre encuentra motivos para el mutuo enriquecimiento. Es la pretensión con el que hoy he elegido en Tenerife. La diversión y el goce son buenas fórmulas de vida. Concretamente en Los Realejos, donde observará fácilmente, próximas a la perspectiva del mar, dos torres hoteleras bajo la respectiva denominación Panorámica Garden y Maritim. He tomado la referencia del primero y bajando una de las dos calles Romántica –algo tenían que ver con las parejas que buscaban los susurros del mar, supongo que entre otros susurros-, una casa azulona sirve de pista para iniciar el sendero, que encontrará con facilidad de cualquier modo. Por supuesto, puede iniciarlo antes. Como dificultades no tiene, problemas tampoco.

Lo llaman sendero del agua. Sabrá por qué. También Rambla de Castro, con su propia justificación. Sepa de antemano que se trata de un espacio protegido, de gran valor paisajístico, escarpados acantilados, calitas recogidas y múltiples roques junto a la costa. Aunque en un principio dude a qué prestar más atención, pronto se irá clarificando, puesto que la selección la hace uno mismo con sus propios gustos y razones. Algo parecido les ocurrió a cuantos escritores, botánicos, artistas, científicos… recorrieron sus mismos pasos o parecidos. Eso sí, la historia ha hecho de este un rincón imprescindible del que se han escrito maravillas con diverso acento.

Pronto encontrará, en un rincón casi inesperado, un caserón, con cierto aire industrial, abandonado. Es el elevador de aguas de Gordejuela, en que se ubicó la primera máquina de vapor de la isla. Fue construida en 1903 para bombear las aguas a algunos molinos y las zonas de cultivo del plátano. Esta empieza a ser una explicación del nombre del sendero: del agua no del mar, de la otra, para entendernos, aunque el mar aparece, o es, omnipresente a lo largo del recorrido. Con él tiene que ver el llamado Fortín de San Fernando, que podrá identificar fácilmente por la presencia de algunos cañones que aún conserva. Fue construido (siglo XVIII) por la inseguridad que se respiraba en estas aguas costeras. Como esas amenazas no existen, le recomiendo ir provisto de bañador, por si tiene la tentación que ofrecen algunos de los rincones que atraviesa. Caminar así forma parte de la filosofía del viajero. Le confieso que en estos momentos andaba enredado en una advertencia que me había hecho ‘el guanche’ Felipe: «Algunos peñascos –me lo recordó la noche anterior- tienen nombre de animales, por su parecido». No sé si andaría yo muy despistado, que es fácil, pero la verdad es que no encontré razón alguna para bautismos.

Naturaleza y mar. Llego a la Casona de los Castro. ¿Entiende ahora por qué recibe otro nombre el sendero? Se ve desde lejos, asentada sobre una terraza repleta de vegetación esta casa del siglo XVI que perteneció a la familia que fuera propietaria del lugar. Inconfundible por su color mostaza. Y por la presencia en su entorno del laurel de Indias, el árbol que llegó aquí desde Asia a través de América. Hablando de árboles, me fascina la austera solemnidad del drago, símbolo vegetal de la isla, como el pinzón azul es el símbolo animal. Está escrito con palabra de ley. El drago, que ha interesado con frecuencia a la literatura, siempre tuvo propiedades mágicas para los aborígenes. Aún hoy su savia –«la sangre del drago»- tiene diversas aplicaciones, medicinales algunas. Por supuesto, el apasionado por la flora tiene otros muchos motivos. No es mi caso, pero me quedé con papaya, buganvilla y plátano. Y el espléndido palmeral canario de la hacienda.

Vegetación y agua. No me resistí a acercarme hasta la punta de la finca que se cierra prácticamente sobre el mar. Quería ver las piscinas naturales de Guindaste, tentadoras y de apariencia relajante. Unas obras impedían el acceso. Lo anoto entre los pendientes para un futuro regreso. Ahora, sin embargo, desde las inmediaciones de la casona enfilo un camino señalando un área de descanso y contemplación de la naturaleza vegetal. Las señales están para seguirlas o no, depende del viajero. No me arrepiento de haber hecho caso. En esta ocasión. Llegué hasta «La Madre del Agua». Una cartela explicita más este recorrido a punto de finalizar: «En la época de la conquista –se lee- y en los siguientes siglos el norte de la isla tenía agua en abundancia que se podía recoger en innumerables fuentes y nacientes y que corría por los barrancos hasta la misma orilla del mar. La Rambla de Castro contaba con numerosas fuentes. Su rumor refrescaba tanto como la sombra de los árboles a los que regaba. Posteriormente el agua se canalizó para el riego de cultivos. En este lugar donde aún se respira el frescor se encontraba el naciente más importante de la finca: La Madre del Agua».

Sentado. En el entorno de esta frondosa arboleda unos gallos de intenso colorido llaman la atención. El viajero, que no entiende de gallináceas y sus familias, simplemente lo anota. Y decide después subir hasta el cercano Mirador de San Pedro. Una cerveza de la isla. Rica. Contemplo el paisaje, parte de cuyos entresijos he recorrido hoy. La última imagen que grabo es la silueta de un drago que parece emerger entre la vegetación y cuya copa queda apresada en el azul marino. No pienso en el regreso. Buscaré, eso sí, otras alternativas. Nunca fui muy amigo de desandar caminos. Los mapas encierran muchas sabidurías.

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