Diario de León

Reportaje

El paisanaje de Coladilla

Coladilla es un pueblo con marca propia y su identidad es el paisanaje, cinco negocios familiares y artesanales, y un paisaje privilegiado en la Reserva de la Biosfera de los Argüellos, con las cuevas de Valporquero al otro lado de la montaña.

León

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Pilar Tirados, Marta Yuste, Alicia Ramos, Fernando  Yuste, Luz Sabugal, Marta Montero, Miguel Ángel Prieto, Moisés y Alejandro.

Tiene Coladilla nombre de ‘collada pequeña’ y se asienta entre dos valles, que sus gentes llaman el Abdo y la Solana, Coladilla es nombre de pueblo de montaña, de lugar antiguo con una iglesia de origen románico reformada en el siglo XV y ampliada el XVI. Tiene Santa Engracia en su arco apuntado 13 conchas en el arco apuntado, que lo emparentan con el Camino de Santiago de San Salvador. 

Y tiene este pueblo, al otro lado de la montaña, la entrada a una de las maravillas de León, las cuevas de Valporquero. Más allá del paisaje enmarcado en la Rerserva de la Biosfera de Los Argüellos, Coladilla tiene un paisanaje excepcional. 

Patrimonio vivo con sabor a queso y yogur, a embutidos y dulces y al singular cocido de chivo. Tiene Coladilla vacas en el monte y ovejas de barro que salen de las manos de una alfarera. Una comunidad de emprendedores y emprendedoras que no ha surgido de la nada ni de la noche a la mañana. Se de decir que surgieron de una mezcla de teatro y ganas de vivir en un pueblo cuando «la gente no estaba yendo, ya estaba ‘ida’», como dice la artesana ceramista.

Quedaban en aquellos años 80, mineros jubilados y los últimos ganaderos. Los jóvenes titiriteros decidieron poner unos jatos porque el teatro no daba para vivir y, aunque Pepe era maestro, no le tiraba la escuela. Los jatos tampoco daban mucho y pusieron vacas de leche, pero ordeñar para vender el líquido blanco era una ruina.

Pensaron en hacer queso y compraron cabras. Pero las cabras no cuajaron y decidieron hacerlo con lo suyo, la leche de vaca. Era 1991 cuando nació la quesería Coladilla. Pepe fue de los primeros en transformar su leche en una pequeña empresa en la provincia en lugar de ‘regalarla’ a las grandes lácteas. Pero fue el yogur natural en tarro de cristal lo que dio la fama a Coladilla y éxito a la empresa.

 Fernando Yuste, Marta Yuste Ramos y Yolanda Ramos en la quesería Coladilla.ramiro

Los helados pusieron la guinda. Fernando Yuste y Alicia Ramos se sumaron a la empresa familiar. Y consiguieron hacer helados de montaña con personalidad para competir con cualquier delicia mediterránea. Entre quesos, yogures, helados y barro nacieron sus hijos e hijas. Niños y niñas de pueblo que se hicieron jóvenes y alzaron el vuelo.

Coladilla, como Zamora, no se hizo en una hora. Pepe ya se ha jubilado y Fernando y Alicia toman el relevo junto a Marta, su hija, que ha decidido volver al pueblo. Ahora hacen también mantequilla y están introduciendo la parda alpina, sin renunciar al sueño de tener una vaca Mantequera leonesa. Quieren potenciar la venta directa en la quesería y hacer más pueblo con la quesería cuyo producto base, la leche, sale de una ganadería extensiva.

Las vacas están todo el año fuera, caminando y pastando, y Charlie, otro puntal de la empresa, a su cargo. «Los animales están con nosotros hasta que mueren, no los desechamos», asegura Alicia Ramos. Y la quesería funciona y abre todos los días. «La leche no se puede guardar», apostilla. 

Una quesería artesanal, una fábrica de embutidos pequeño, un taller de cerámica, un restaurante-tienda y un pequeño obrador forman el paisaje económico de un pueblo que con apenas 40 habitantes en invierno, si es que llegan, es un ejemplo de economía circular que se ha tejido un poco por casualidad y un mucho por el tesón y la conexión de cada uno de sus emprendedores y emprendedoras con sus pasiones. 

Pilar Tirados la lleva prendida en sus manos laboriosas desde que era niña y hacía colgantes que un día decidió a una perfumería de León y lo petó. «Cuando fuimos a hacer la mili a Mallorca», como siempre dice de aquella etapa que compartió con Pepe en la isla, pasó de la pasta de papel al barro y empezó a hacer ovejitas, elefantes y niñas pequeñas.

Pilar Tirados con sus ovejitas y la niña sentada en el taller.ramiro

En León tuvo su primer taller con horno después de pasarla canutas con horno ajeno. En Coladilla lo montó en la misma casa de la quesería. Y hoy que ya es abuela y pronto lo será más sigue con las manos en la masa en su nuevo taller con espléndidas vistas a la vega del pueblo. A su aire y buscando nuevos ritmos de trabajo después de cuatro décadas de oficio. 

Niños, cerdos que hacen cosas, desde tricotar a leer, Trinis con abanicos, sirenas y cientos de piezas belenísticas salen a todas partes de España desde este pequeño pueblo leonés incrustado en la montaña central. El taller de Pilar Tirados es patrimonio vivo de Coladilla y de la artesanía en Castilla y León, como así figura en la guía de Foacal. 

Empezó a hacer belenes cuando puso tienda en León con otra socia, El espíritu de la esquina, y nunca se imaginó el éxito que tendría. «No era consciente del mercado belenista que hay; si me dejara, no haría otra cosa», admite. Las tiendas hacen pedidos y la afición belenística le reclama cada año su nuevo personaje. 

Un gallo y unas gallinas fueron la última novedad. Ahí están Sara y Martín con un cachorrito, el labriego, la panadera, la hilandera, la alfarera, una castañera tal chulapa madrileña porque desde Madrid se la pidieron…

Personajes de carne y hueso y patrimonio vivo son Miguel Ángel Prieto y Luz Sabugal. Él se crió en la ciudad y se convirtió en la cuarta generación de electricistas de su familia. Cuando terminó los estudios el mercado no estaba como hoy y como siempre le tiró el pueblo decidió probar con algo que conocía tan bien o mejor que los cables. 

Miguel Ángel Prieto en plena faena con los embutidos de Coladilla.ramiro

La matanza casera se convirtió, en 1995, en la materia prima de Embutidos Coladilla, una pequeña fábrica artesanal que cura al natural sus chorizos y salchichones, en el secadero que da a la vega de Coladilla. Una ‘carnicería grande’ si se mide por el empleo, con Moisés y Alejandro en plantilla.

Tenía 24 años. Los mismos 24 que tenía Luz Sabugal, de Huergas de Gordón, cuando la pareja decidió abrir el restaurante La Rinconada de Coladilla. Crían a sus hijos, ya adolescentes, casi con la certeza de que volarán. La rinconada en la que se sentaban las mujeres a tejer y charlar es ahora la puerta de entrada a uno de los mejores lugar de yantar y conversar en torno a un cocido de chivo, un cabrito o una parrillada de verduras, que en Coladilla también hay sitio para vegetariano y sobre todo productos de cercanía. Marta Montero está al frente de los fogones y Alfonso, con Luci, a la barra y a la mesa.

Un pequeño obrador, Dulce y Salado, es el último negocio en brotar en Coladilla, un pueblo que es una marca en sí mismo gracias al paisanaje que ha fundido vida y medio de vida en este pequeño rincón de la Reserva de la Biosfera de Los Argüellos cuyo horizonte estaba hasta hace pocas décadas en la mina que se contempla de sus altos, en una pequeña cuadra o en la emigración.

En Coladilla son conscientes de que «Valporquero es el motor del valle, una mina sin explotar», pero no por ello dejan de pensar en ofrecer a sus visitantes algo más que consumir. La Junta Vecinal señaliza una ruta para conectar los dos valles, Abesedo y Solana, y contemplar el paisaje lunar de la mina a cielo abierto después de atravesar el bosque.

Marta Montero, cocinera en La Rinconada de Coladilla, y Luz Sabugal.ramiro

Un pueblo que no se aísla en invierno, con mucho para ver y que hace comunidad con sus vecinos del valle, Vegacervera y Villalfeide, sin olvidar a Orzonoga, con su hayedo y su elefante. A Coladilla ya lo han descubierto los turistas del sur que buscan fresco en verano... Y un rico helado.

Tenía 24 años. Los mismos 24 que tenía Luz Sabugal, de Huergas de Gordón, cuando la pareja decidió abrir el restaurante La Rinconada de Coladilla. La rinconada en la que se sentaban las mujeres a tejer y charlar es ahora la puerta de entrada a uno de los mejores lugar de yantar y conversar en torno a un cocido de chivo, un cabrito o una parrillada de verduras, que en Coladilla también hay sitio para vegetarianos. Marta Montero está al frente de los fogones y Alfonso, con Luci, a la barra y a la mesa. Miguel Ángel y Luz crían a sus hijos, ya adolescentes, en el pueblo casi con la certeza de que también volarán.

Un pequeño obrador, Dulce y Salado, es el último negocio en brotar en Coladilla, un pueblo que es una marca en sí mismo gracias al paisanaje que ha fundido vida y medio de vida en este pequeño rincón de la Reserva de la Biosfera de Los Argüellos cuyo horizonte estaba hasta hace pocas décadas en la mina que se contempla de sus altos, en una pequeña cuadra o en la emigración.

Inés, la emprendedora de 'Dulce y Salado' de Coladilla.

Inés, la emprendedora de 'Dulce y Salado' de Coladilla.DL

Inés es la emprendedora de Dulce y Salado, un negocio que abrió en 2012. Podría parecer que fue un antojo. Pero fue una necesidad. Nacida en León, pasaba los veranos en Vegacervera, de donde era su abuela. Luego conoció a Carlos, su marido, y se convirtió en vecina de Coladilla. Empezó a hacer repostería durante su segundo embarazo, para pasar el tiempo. "Era un embarazo de riesgo, tuve que dejar de trabajar y como soy bastante activa, busqué una forma de hacer algo", explica.

La casa que estaban restaurando tenía suficiente tamaño para dedicar una parte a un negocio y con el tiempo cuajó Dulce y Salado. Empezó con unos bizcochos y unas magdalenas y con el tiempo vio la posibilidad de abrir un obrador con degustación. "Cuando decidimos hacer esto, me puse en contacto con Sole, que es buena repostera, y todos los viernes hacíamos algo". Un coqueto local con estufa, unas mesitas y un mostrador acogen al visitante en este rincón singular de Coladilla que abre por las tardes.

Inés recuerda que el primer verano fue duro, porque "es un trabajo muy artesano y lleva muchas horas". Para la temporada baja, surtían a algunas tiendas de León y solo abrían sábados y domingos en Coladilla. Tras una interrupción en 2019 por temas de salud de su marido y la pandemia, Dulce y Salado reabre en el verano de 2020. "Sacamos lo justo pero tenemos más calidad de vida y puedo alternarlo con otras actividades". Inés señala que se ha notado mucho "el cierre de negocios de hostelería en la zona, en Vegacervera, Felmín... pero nos mantenemos a flote y es algo que nos gusta, no te manda nadie y te administras tu tiempo como quieres".

En Coladilla son conscientes de que “Valporquero es el motor del valle, una mina sin explotar”, pero no por ello dejan de pensar en ofrecer a sus visitantes algo más que consumir. La Junta Vecinal señaliza una ruta para conectar los dos valles, Abesedo y Solana, y contemplar el paisaje lunar de la mina a cielo abierto después de atravesar el bosque.

Un pueblo que no se aísla en invierno, con mucho para ver y que hace comunidad con sus vecinos del valle, Vegacervera y Villalfeide, sin olvidar a Orzonoga, con su hayedo y su elefante. A Coladilla ya lo han descubierto los turistas del sur que buscan fresco en verano... Y un rico helado.

Tesón y amor a los oficios

Coladilla, un pueblo de apenas 40 habitantes en invierno, es un caso singular de economía circular y ded patrimonio vivo tejido en los últimos 40 años con tesón y amor a los oficios de su paisanaje
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