Diario de León

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La última vez que nos encontramos, además en una larga sobremesa de sabrosa y sosegada conversación —siempre fue útil y gozoso estar atento a su palabra—, hablamos, entre tantas cosas, de la pérdida de referencias, referencias humanas por supuesto, signo inequívoco de que nos íbamos situando, sin apenas darnos cuenta, en la vanguardia de la edad, en uno más de los eslabones desgastados de la cadena. Andaba él ya enfrascado en los trámites de la jubilación, que no disfrutó ya que le empezaron «a aparecer averías», según me escribió. «Espero que no sigan apareciendo más y que cuiden mi salud las vírgenes de Camposagrado y del Buen Suceso», en alusión celestial y protectora a nuestros territorios natales. El resto ya lo conocen. La desaparición de una de las referencias más notables de la cultura leonesa de las últimas décadas. Ahí están los hechos.

Ernesto Escapa Gutiérrez, «el de Carrocera» —le encantó siempre señalar a las personas por el lugar de origen— conoció y contó esta tierra como pocos. Desde diversas perspectivas, pero siempre con una mirada integradora. Es verdad que, con frecuencia, el bosque no deja ver la singularidad y la belleza de los árboles, actitud que, inevitablemente, conduce a la desmemoria. Su capacidad de trabajo, su permanente y crítica vocación lectora, la voluntad de análisis basada en el rigor, esa memoria prodigiosa que le amparaba —Fulgencio Fernández, tan atinado, lo definió como «la enciclopedia de Carrocera»—, entre otras muchas cualidades, permitieron la capacidad para desentrañar obras, acontecimientos y personajes, con todas las posibles conexiones que permitiera un relato no solo coherente, también personal, que le condujo a sus propias conclusiones, novedosas en muchas ocasiones, fundamentadas siempre. Supo cómo encontrar su tono, su voz personal, que, con la perspectiva del tiempo y de la notable obra acumulada, se convertirían en sus auténticas e inconfundibles señas de identidad.

Detrás de esa pródiga labor, ofrecida a través de periódicos, revistas y libros, el hombre grande y bonachón, de inconfundible pelo ensortijado, ya cano ahora, de raíces del pueblo, el fuego y las veladas, cercano y amigo que siempre preguntaba por todo y por todos. «Amable, generoso, cálido y sabio». Así lo propone el novelista burgalés Óscar Esquivias. Irónico y divertido también. Todo un personaje, atento siempre a los múltiples aconteceres de la vida. Que no es poco.

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