Diario de León

Alfonso García

El cura que acompaña

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Estoy convencido de que lo mejor de los territorios son sus gentes, las que los habitan y dignifican con la filosofía del vivir diario, que en tantos casos hace anónimas las virtudes de la condición humana y las entroncadas en lo divino. El territorio está lleno de buenas gentes y de vidas ejemplares. Por eso nada mejor que los reconocimientos en vida, que valoran la buena fe de quienes los promueven y los alejan de los tentáculos de la muerte, que, dicen, es capaz de iluminar una vida. Suele ya ser tarde entonces, posiblemente cuando nos arrepintamos de no haber mostrado en su momento todas las palabras que encierran amores y afectos.  

Ocurrió hoy hace justamente un mes. En Olleros de Sabero, otro punto de la pérdida y la memoria de la mina. Pueblo y pueblos limítrofes abarrotaron la iglesia primero, la casa de cultura más tarde y compartieron pan y vino, cuando se encendía la noche, al son de música, bajo el signo siempre de la jovialidad, de la limpia alegría del corazón. No era para menos. Celebraban, celebrábamos, en un plural realmente compartido, los cincuenta años de la ordenación de Manuel Fresco. Las Bodas de Oro Sacerdotales del cura que ama especialmente dos palabras —acompañamiento y cercanía—, detrás de las que se esconden su vocación de servidor humilde, compañero generoso, de hombre de fe en la condición humana, de los más débiles sobre todo, la discreción elevada a categoría, las convicciones ejercidas como testimonio, la sonrisa que alienta, la espiritualidad a pie de calle que entronca al sacerdote en su más auténtica condición de pueblo, vocación así genuina, fortalecida, verdaderamente sagrada. «Por sus obras los conoceréis», afirma, tajante, el evangelista Mateo, y conociéndolas se enciende entonces el espíritu, conscientes, como Pluto Terencio, de que nada humano —la mejor conjunción, indispensable, con lo divino— le es ajeno.  

Aún recuerdan las tierras de Arbas, su primer destino, esas condiciones de vida ejemplar. Y de acción, plasmada, entre otras, en la Asociación de los Amigos de la Colegiata, que aún pervive. Diez años. En 1979 llega al Valle de Sabero. Añadidas al ministerio sacerdotal, o de él derivadas, las actividades que ponen en valor no pocas ilusiones: semanas culturales, foros literarios, atención a enfermos, viacrucis minero y un largo etcétera más que suficiente para que su huella se haga aún más imborrable. Este día de júbilo el pueblo quería agradecérselo. El pueblo, sabio, no se confunde.

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