Diario de León

Alfonso García

Cien años sin Galdós

HOJAS DE CHOPO |  Rastrear la presencia leonesa en la obra galdosiana sería un ejercicio esclarecedor que no se ha hecho, al menos que yo sepa.

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El nuevo año, tan próximo y redondo, llega cargado de efemérides, no pocas literarias. Estas fechas conmemorativas de raíces cronológicas suelen servir para perfilar, conocer y poner en valor a figuras amparadas por las coincidencias del tiempo. En mayor o menor medida sonarán entre nosotros los nombres de Gianni Rodari, Asimov, M. Benedetti… o, sobre todo, Miguel Delibes y Benito Pérez Galdós.

1920 adquiere una proyección especial por ser el año de la muerte de Galdós y, coincidencias, del nacimiento de Delibes, dos de las figuras imprescindibles de la literatura en lengua española de todos los tiempos. En el caso del escritor vallisoletano, tan cercano a nosotros por tantas razones, se anuncian una serie de actos y actividades de notable proyección para acercar su figura y, sobre todo, su obra. Sobra decir que, aprovechando la razón del acontecimiento, el mejor homenaje será siempre la lectura de alguno(s) de sus títulos, abundantes por otra parte.

El canario B. P. Galdós murió el 4 de enero. Su amplísima obra lo convierte, sin duda, en narrador fundamental, en auténtico revulsivo y regenerador de la narrativa española. Gran observador, recorrió España, a piel de pueblo y humildad, para conocerla a fondo. Le ayudó siempre en este propósito la afición a los relatos históricos, gracias a su padre, coronel del ejército, que le contaba anécdotas y sucesos de la Guerra de la Independencia, en la que había participado. En este recorrido no faltaron los viajes por la provincia de León, de tal manera que incorpora en sus obras paisajes y personajes de esta tierra, caso, por ejemplo, del maragato Cordero en los Episodios Nacionales. Leonés fue también Antolín López Peláez, el obispo que, fiel admirador del escritor, apoyó su candidatura al Nobel, desprestigiada y frenada por los intereses del Vaticano y los sectores conservadores españoles. Así se escribe la historia. Rastrear la presencia leonesa en la obra galdosiana sería un ejercicio esclarecedor que no se ha hecho, al menos que yo sepa.

La verdadera recompensa de Galdós, y la más auténtica sin duda alguna, fue la admiración que el pueblo sintió por él y su obra. Y es que contaba historias que el pueblo no solo podía entender, sino en las que se sentía retratado. Nada de extraño tiene que unos treinta mil ciudadanos acompañaran su féretro hasta el madrileño cementerio de la Almudena. De esto hace ya un siglo. La lectura hoy es mejor homenaje.

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