Diario de León

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Parece que las grandes perdedoras de esta pandemia ya son las democracias. Sin grandes análisis estadísticos se puede extraer esa consecuencia fácil. Sus ciudadanos sufren con mayor virulencia este coronavirus. Como si se tratase de una de esas tablas que miden la transparencia, poco a poco se van posicionando los territorios en su puesto en los índices de propagación del virus. No sorprende de este modo que las democracias europeas y Estados Unidos se distancien del resto. Es cierto que sus habitantes tiene más movilidad, o que en el área mediterránea hay más hábito de calle y de convivencia cercana al roce, por llamarlo de algún modo. Pero no vale el café para todos. Y en esa Segovia masacrada por las fugas de madrileños quisieran estar como en ese Orense paradigma de la España vaciada. En todo este juego de verdades moldeadas llama la atención que el virus se propaga por Brasil y en Argentina apenas genera problemas. Y con Cuba o Rusia parece que ni siquiera se atreve esta peste del siglo XXI.

Las comparaciones con otras crisis planetarias son lógicas y quizá necesarias. Ojalá sirviesen como esa vacuna que tanto ansiamos. La tragedia económica de la década pasada nos aupó a donde no debían haber llegado nunca a un buen repertorio de vendedores de bálsamos de fuerabrás. Lamentablemente ocupan muchos puestos bien pagados en todas las instituciones, tanto cargos electos como asesores y directivos, en las que por cierto dicen no creer. Manchan con la caspa de sus vetustos discursos unos sillones que resultan más importantes que nunca para que la sociedad, toda, se levante como un ave fénix preservando todos sus derechos y libertades, que pasan evidentemente por esa solvencia y dignidad que sólo otorga un empleo en condiciones.

El siglo XX muestra las dos experiencias. La de dar rienda suelta a los populismos tras el crack del 29, y el afán tras la II Guerra Mundial por zanjar rencores para encarar el futuro. Lamentablemente hoy somos mayoría en la sociedad española los crecidos en Democracia. Nuestros padres y abuelos, esos que se nos van sin hacer ruido tras la fría estadística diaria del Covid-19, estaban bien vacunados contra los milagreros tras ser testigos de lo que hicieron unos y otros cuando el odio fue el principio dominante.

Feliz chándal a todos.

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