Diario de León

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Asalvo de rebrotes que vuelvan a amargar nuestra existencia, a medida que remite la pandemia va quedando en desuso el vocabulario que la ha acompañado, cuya última novedad ha consistido en cambiar de género la Covid, que ha pasado del masculino al femenino sin que los profanos sepamos exactamente por qué. La palabra «desescalada», tan en boga en los dos últimos meses, tiene los días contados, exactamente los que faltan hasta el próximo lunes, fecha en la que decae por fin el estado de alarma.

En la vecina Galicia se han adelantado incluso una semana, ello para envidia del resto de las comunidades, todas ellas deseando recobrar cuanto antes la actividad económica. Curiosamente, Núñez Feijóo, que antes consideraba abusiva la prolongación del estado de alarma, se muestra ahora temeroso de una invasión foránea y echa en falta una normativa sanitaria que restrinja la movilidad desde los territorios más contagiados. La inveterada costumbre de querer soplar y sorber al mismo tiempo.

Se pretendía que el regreso del fútbol marcara el umbral de la «nueva normalidad», denominación espuria de la vieja realidad que aflora a marchas agigantadas. Ninguno de los antiguos problemas sepultados por el confinamiento se ha resuelto por arte de magia. Todos emergen, y agravados, para añadirse a los de nuevo cuño generados por la pandemia.

Ahora la palabra talismán es «reconstrucción», tal como si un movimiento sísmico hubiera asolado al país. Y empiezan a observarse distintas velocidades a la hora de reconstruir. Es normal que se priorice la recuperación económica y laboral, pero no lo es tanto que no se dé la misma prioridad al fortalecimiento de los servicios públicos esenciales que han colapsado durante la pandemia. Menos lágrimas de cocodrilo para llorar a los sanitarios fallecidos por la Covid y mayor dotación de medios humanos y materiales para cumplir su labor sin tener que arriesgar sus vidas (y esto vale por igual para el personal de las residencias de ancianos que ha tenido que afrontar la tragedia del virus como buenamente ha podido).

En algunas comunidades autónomas se han firmado pactos políticos para acometer de forma concertada la consabida «reconstrucción económica y social». En Castilla y León, que se propuso antes que ninguna el propósito de alcanzarlo, no se ha conseguido de momento remover los obstáculos que impiden sellar el acuerdo. Con pacto o sin él, la hoja de ruta anterior a la pandemia ha quedado en papel mojado y urge diseñar otra nueva atendiendo a las nuevas prioridades. Y por supuesto plasmarla en unos nuevos Presupuestos autonómicos que sustituyan a los de 2018, que siguen vigentes tras dos prórrogas sucesivas. Si ya eran necesarios antes de la pandemia, ahora son absolutamente inaplazables.

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