Diario de León

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El escultor Amancio González ha despertado las iras del leonesismo radical, ese que reclama que el león de la Metro ruja en lleunés. Ven castillos en la corona que ha realizado para el sepulcro del rey Alfonso VI, en Sahagún. Ven castillos de Castilla. Él argumenta que son catedrales. ¿Por qué no ha de creérsele? Esto ha llevado a su linchamiento en las redes, ese ámbito donde las pulgas calzan plataformas. La crítica negativa es respetable, hasta que se pierde la respetabilidad. En el arte, los datos además de ser ciertos han de estar vivos, para no quedarse en amojamada erudición. La Edad Media nunca fueron años oscuros, algunos medievalistas de andar por casa si lo son. Tampoco estamos ante la legítima discrepancia sobre si gusta o no gusta una obra, pues esta ha gustado; ni ante el habitual debate entre eruditos puntillosos, acerca de si el monarca llevaba o no perilla. Aquí es mucho más ramplón: se trataba de darle un puntapié a la Junta de Castilla y León… en el trasero de Amancio. La intención real que mueve a los linchadores en Internet no es el pasado histórico, sino el presente político. ¿Inexactitudes en la corona? Si quieres datos precisos encarga una cronología, no una escultura. La forma en que un artista trabaja con la Historia no es la misma que la del historiador. Ambos buscan la verdad, pero desde registros muy diferentes. Reprocharle haber ofendido la memoria del monarca y de los leoneses es un disparate tendencioso. Esta vez le ha tocado a Amancio, leonés de todos, pero mañana será a usted o a mí. Sopla un viento maniqueo. Acusan de no saber de Historia a quien estará en ella. Lo hacen con afán torticero y faltoso.

Pese a ello y para ser justos, este leonesismo radical es minoritario dentro del movimiento. Me consta que el escultor ha recibido por parte del Ayuntamiento de Sahagún tanto el respaldo de la anterior corporación (PSOE), que le hizo el encargo, como de la actual (PP). Me alegro, en las situaciones injustas callar te hace cómplice.

Santa Teresa tuvo una visión mística en la que el alma era un diamante en forma de castillo. Y el corazón, me permito aventurar, una catedral. En fin, seguro que allá donde Alfonso VI se encuentra no lleva ya corona alguna.

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