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Que Rubén Marchán se haya convertido en Hispano de pleno derecho es ‘culpa’ —sobre todo y ante todo— del pivote ademarista, pero a nadie se le escapa que la sombra de Manolo Cadenas reluce en cada uno de los pasos de gigante que el jugador ha dado desde su aterrizaje en el conjunto leonés. Sin él a los mandos del vestuario no habría paz para los malvados, ni Khalifa en la portería, ni selección, ni otra realidad que desierto deportivo pese al buen hacer económico. No es que todo lo que diga el de Valdevimbre sea palabra de Dios aunque, por sus obras les conoceréis y las suyas han puesto al club a dos metros sobre el cielo de los mortales y a su Argentina con pie y medio en la ronda de cuartos del Mundial. Su leyenda le precede. Sus números allá por donde pisa son incontestables. Los más jóvenes ‘pagan’ por entrenar a sus órdenes conscientes de que a poco listos que sean acabarán rompiendo el cascarón. Marchán lo ha hecho. Jaime y Gonzalo también. Que aún le resten dos temporadas y media en León es, hoy por hoy, la mejor inyección de moral para un balonmano sumido en una crisis interminable.

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