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Alfonso García

Idealizar la pobreza creativa

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Abril, por lo del Libro, es el mes de la creación y su(s) circunstancia(s). Escribir resulta una realidad de lujo y muchos la ejercitan entre trabajo y trabajo basura. Viene a confirmarlo, una vez más entre tantas, la joven escritora canaria Andrea Abreu, autora de la exitosa novela Panza de burro.

Lean algunos políticos que, con ardores pasajeros de cultura y sacada de pecho a cuenta del prójimo, les da por sublimarse ante el auditorio recordando su esfuerzo en pro de los ideales del cultivo del espíritu. Cuánta chorrada inventa el personal ocioso y laberíntico, ajeno a los altos andamios de las flores. Para tal asunto invitan a escritores, poetas, payasos, saltimbanquis y otras especies raras de la variopinta fauna autóctona. A cambio, una raja de chorizo con pan y la promesa de pagar el kilometraje del desplazamiento, si lo hubiere. Quede dicho que en muchos de los casos tal cantidad kilométrica (entiéndase) se pierde por los laberintos administrativos sin que llegue a su destino, ante el recordatorio de unos y las promesas incumplidas de otros, estas generalmente llenas de asombros falsos por el incumplimiento. «En algún momento de nuestra historia —lean también El entusiasmo, de Remedios Zafra— hablar de dinero cuando uno escribe, pinta, compone una canción o crea se hizo de mal gusto».

Creo que ya es hora de aborrecer el mal gusto, al menos de forma sistemática. Cada uno es libre, por supuesto, de hacer lo que le dé la real gana. Otra cosa es, a mi juicio, la vulneración repetida de la dignidad del creador, sobre todo por parte de quien debiera protegerla. Lo contrario es idealizar la pobreza, persistir en ella, como si se tratase de personajes que solo tienen nidos de pájaros en la cabeza, una de las fórmulas de desdén social, con una pizca de humillación, hasta no hace tanto.

El asunto es muy viejo y con múltiples recovecos de toda índole. Esta es una simple opinión más, eso sí, con la plena conciencia de que cualquier trabajo de carácter creativo no solo merece un profundo respeto, sino la consideración laboral con sus consecuencias de carácter económico. No es para menos. Como todos. Hay una conciencia social, laxa en buena medida, tendente a colocar como jarrones chinos, salvo los casos de éxito, respetados y considerados, a quienes han elegido caminos en que la creación se ha convertido en razón de vida. Mucho más seria la elección que los tics de frivolidad con que algunos quieren adornarla.

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