Diario de León

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En este mismo instante el Dios de los cristianos, la Trinidad en persona y el gabinete de ruegos de cada santo están atendiendo la avalancha de angustiadas oraciones de rusos ortodoxos a cuyos hijos los llevan a una guerra lejos del hogar en la que ya han muerto cuatro mil de ellos... y atienden a la vez las trágicas plegarias de los ucranianos, ortodoxos también, cuyos hijos se movilizan como barricada humana o saboteadora en las ciudades a las que entra el invasor como Pedro (el Grande) por su casa o Atila por la ajena. Dios está en un brete peliagudo. Dios sabe que lo que conceda a uno matará al otro. Dios parece confundido y mira a Salomón como pidiéndole una espada. Dios renuncia a su santa ira, se rinde ante el absurdo y se lava las manos. Finalmente Dios se las pira de ese lío y aseguran algunos haberle visto entre la multitud desplazada en fuga porque, al no lograr paz alguna y menos aún el amor fraterno entre creyentes tan creyentes y furiosos que se lanzan a la yugular del otro, decide dejar el altar al Diablo al que sin duda también llevan en secreto velas y le rezan lo suyo esas feligresías, pues las dos creen a pies juntillas en los mismos ángeles, milagros, infiernos y estampitas.

La mayoría de ucranianos y la mitad de los rusos se dicen cristianos. Su Iglesia es la ortodoxa-rusa con patriarca en Moscú. Era. Hace tres años la iglesia ucraniana decidió segregarse con el placet del gran patriarca de esa confesión, el de Constantinopla, el primus inter pares que metió bien metido su dedo en esa herida. Y cristianamente se odian, se maldicen. Así, a la razón económica de esta invasión -y de toda guerra- le añaden su vieja guerra religiosa metiendo a Dios ahí para absolverse mejor de su matarse. Pero quien lució aberrante vocinglería sagrada fue el patriarca Kiril e n la homilía que vomitó en la catedral de Moscú el día 6: Esta guerra es correcta porque lo es contra el lobby gay , dijo. O sea, lo que para Putin son nazis, para Kiril son además maricones. Lo dice haciendo hablar a Dios por su boca. Y Dios ni se asombra ni se enfurece... ¡vayapordiós!...

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