Diario de León

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Cada vez que miro por la ventana de mi estudio veo enfrente el vacío de lo que fue casa de Gordón Ordás (Ordax) a la que hizo fosfatina la incuria rematando su ruina el cazo de la excavadora mental de esta tierra. Fue hace ya seis años cuando su tejado humillado en vertical era una parábola de lo que hacemos a la gente nuestra que alcanza talla y olvidamos porque nos obligan a algo o no pueden ya hacernos favores. Y ahí sigue ese vacío entre otras casas también arruinadas mientras me pregunto cuántos leoneses habrán leído o echado un ojo a su obra escrita: Mi política en España (tres tomos) y Mi política fuera de España (cuatro tomos), siendo innecesario recordar que Gordón Ordás fue ministro, embajador y, finalmente, presidente de la República en el exilio, acreditándose con Zapatero como los únicos leoneses en alcazar la más alta instancia de la nación. Al menos a Gordón le dieron callecita ciega en el fárrago de Eras de Renueva. A Zapatero ni se la han sugerido; y ya le ronca. Y a este cuento viene el gran y único valedor aquí de Gordón Ordás, Miguel Cordero del Campillo, al que el ayuntamiento le prometió calle el año pasado y aún no ha debido encontrarle alguna. También Zapatero tiene su hilo con Cordero, pues no en vano nuestro maestro de albéitares era espejo y consejo para el ex-presidente «Papes» en tantas mañanas de domingo tertuliadas en el bar Venecia; porque Cordero, amén de plantar bandera de prestigio en investigación mundial y docencia universitaria, jamás rehusó el compromiso político e independiente que le exigió su talla de pensador libre. Y si se dice «veterinarios leoneses», su nombre es el primero en salir, su facultad fue la madre de esta universidad y de muy lejos venían a titularse en ella; entonces la ganadería demandaba profesión; hoy el veterinario parece un condenado a castrar gatos o rizar chuchos y a Gordón Ordás le escandalizaría que esta ciudad tenga hoy 30.000 perros, sólo 3.000 niños y ninguna de las 3.000 vacas que un día estabulaba este alfoz de prao y presa.

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