Diario de León

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Fui a despedirme de Miguel Ángel Nepomuceno. Le traté con frecuencia, cuando uno coordinaba en este periódico las páginas de Cultura, en las que él publicaba sus excelentes artículos de música clásica. También escribió mucho para Filandón. Y en Deportes, sus magistrales crónicas de ajedrez. En el tanatorio, me enteré de que le horrorizaba que en los medios se llamase fichas a las piezas. Caramba —pensé— espero que en nuestras conversaciones no se me escapara muchas veces. Pero enseguida concluí que, de haber sido así, me lo habría rectificado con tacto y humor, dos de sus características personales. Pero además reunía las cuatro del buen periodista de Cultura: 1.- Sólida formación, que permite obtener respuestas inteligentes de los entrevistados, pues las preguntas lo han sido. 2.- Vocación, no había llegado de rebote al oficio, sino por destino y por voluntad de aportar. 3.- Inquietudes, las suyas iban ampliándose, no por agotamiento sino por interrelación. Y 4.- Sensibilidad solidaria, sin ella, la erudición es solo fechas y fichas. La pérdida de Nepo, así lo llamábamos, nos deja sin una de las mejores mentes de nuestro periodismo. La cultura personal no se improvisa, al contrario, es ella la que te permite improvisar. Una de sus múltiples inquietudes fue La Celestina, sobre la que hizo relevantes descubrimientos. Le siguió la pista a cuál pudo ser y en dónde podía encontrarse ahora el piano que García Lorca utilizó en su recital leonés. No recuerdo ahora si lo encontró, lo importante es la búsqueda. También estudió la simbología encriptada en Botines. Un ejemplo de formación constante. Un gran divulgador, pero no del corta y pega, sino con voz propia.

Si hubo alguien que pudiera encontrar la piedra filosofal fue él. De hecho, la encontró en María Dolores, su mujer. Puedo visualizarlos escribiendo a capella. El oro eran ellos, además de lo que escribían.

Otro adiós, en una lista ya demasiado larga. El sábado, de regreso del tanatorio, me volví a hacer la pregunta que cada vez me hago más en as despedidas. ¿Le hice saber lo mucho que le apreciaba y admiraba? Adiós, querido y admirado Nepo. Y perdona si alguna vez me escuchaste llamar fichas a las piezas. Lo mío es el parchís.

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