Diario de León

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Los pobres que huyeron despavoridos del anillo de la boa constrictor del músculo financiero de la comunidad, se enteraron por el periódico de que la libreta de ahorros volaba, de la parte absorbida a la absorbente. Es el ciclo de la vida de la honradez, acabar en la sepultura que se excava a la vez que zapateas para tratar de escapar. Tanto nadar, para quedar varado en la orilla del mismo naufragio. Aquellos años de la ardilla y la piedad, caja León, que hicieron harina mientras devoraron los cuatro duros de la pensión no contributiva de las viudas leonesas, se aparecen a la puerta de la entidad, ahora verde albahaca y verde, que te quiero, verde, el mismo collar y el mismo perro, y junto a la ventanilla de recibos martes miércoles y jueves, pero hasta las diez y media. Honor y gloria a los que lo vieron venir, y se salvaron del tsunami que acabó con las sebes de la Lastra y empoderó a los empresarios con aerolínea de enlace León-Sancti Petri, León-Marrakech, León-Casablanca. Tócala otra vez, Sam, que suena como dios entre la melodía de cristos, vírgenes y santos que bajan los que han devuelto obligados (absorbidos por el absorbente) al redil de lo que el pueblo llano, siempre sabio, distinguió como el emporio caja esgaña y caja duelo . Esto no lo arregla el plan de la Diputación de colocar cajeros en los pueblos. La caja era otra cosa. Es bueno recordar de dónde viene todo, con aquella cantera inagotable de infantiles tiernos en juventudes, cadetes en el sindicato y junior del partido recién graduados con puesto vitalicio. Afíliate, y a la caja. Cuando la caja era giratoria, y para ganar la confianza de los impositores se regalaban relojes de pega a los paisanos que acababan de ordeñar. Siempre nos quedará la duda: la caja no encontró el mismo destino ni tuvo la misma suerte que la cucha (según el léxico del milenario Sabino). De vuelta a la tierra de promisión, el caballo asturcón de Cajastur que amparó casi tres décadas de exilio, acabó atrapado en el mismo establo que domó al toro del Portillo, donde se ahogaron las expectativas de León de llegar a tener un futuro financiado con los depósitos del tesón de su gente. Ahora lo llaman banco, pero no conviene tomar asiento; a poco que se rasque, afloran los pétalos de la rosa sociolista igual que a Bernard Tapie le brotaban salpullidos del Lacoste. No hace falta que sea verano. Abanican que da gusto.

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