Diario de León

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Lo que ocurre con las reivindicaciones de León igual es mejor que lo explique uno que no es leonesista para que lo entiendan también en Valladolid. Uno al que le han pitado las juventudes proautonomistas a la salida de una intervención en un acto literario y que ha escrito que en León se nace leonés o leonesista, y que a uno le nacieron leonés. Voy a intentarlo, disguste a quien disguste, más allá de los manidos argumentos históricos, porque, pese a que también sean de peso y uno historiador, pienso que ya han sido lo suficientemente expuestos por activa, pasiva y perifrástica. Además —como sostenía mi malogrado maestro Carlos Estepa— considero que tan histórico es el día de la aclamación del rey Ordoño II como el 31 de julio de 1981 cuando Calvo-Sotelo y Felipe González acordaron las diecisiete autonomías. Así que, sin historias, cortito y por derecho, como corresponde a una columna, todo se reduce en síntesis a lo siguiente.

Una sociedad puede ceder su autonomía o capacidad de decisión sobre sus asuntos internos a cambio de progreso, pero no de retroceso constante, sin contrapartida tangible ninguna. Los datos son incontestables y avalan que León ha perdido fuelle en todo: nuestras acciones hoy valen mucho menos que al adquirirlas. La evolución del capital propio, así como los rendimientos para el accionista, son negativos. Y Castilla y León no es, aunque algunos insistan en ello con contumacia, una aventura identitaria: se trata de dos regiones-reino, históricas, con culturas lo bastante distintas, mucho más que pueden serlo entre ellas la cántabra y la asturiana, por poner un ejemplo de autonomías uniprovinciales y también vecinas. Esta es una comunidad de diseño —más grande que la mayoría de los países de la UE— que puede entenderse como una sociedad mercantil. Es a lo que más se asemeja. Y no funciona, al menos desde la orilla abandonada a su suerte a la que aún parece no haber llegado la civilización industrial con sus avances.

Con más de cuarenta años de gobiernos autonómicos a las espaldas, a León le ha ido mal en todo. No es la única provincia damnificada en este reparto, pero sí la que más ha perdido en todos los sentidos. La comunidad profundamente asimétrica, centralista e insolidaria, es percibida por la menguante sociedad leonesa como nefasta para cualquier posible futuro practicable. ¿Se entiende, más allá de las batallitas de nuestros antepasados, cuál es el «sentimiento» autonómico?

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