Diario de León

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Después de un año de relaciones digitales, espectáculos enlatados y teletrabajo, es decir, de vivir como indios dispersos en la inmensidad de las estepas, uno pensó que abrir las puertas de las jaulas iba a producir una tumultuosa estampida, un impetuoso rebrincar de la sangre joven, poco menos que orgiásticos triunfos sobre la muerte como los que acontecieron en el medievo cuando se superó la peste negra. Y me parece que, aunque algunos se empeñen en criticar que en una reunión festiva de diez mil jóvenes como fue el Monoloco se hayan cursado una docena de denuncias, eso no es precisamente un comportamiento vandálico ni tan siquiera desenfrenado. Desde luego, en mi opinión, bastante más cívico que el ejemplo que impartieron sus señorías autonómicas tirándose injurias a la cara en mitad de una sesión parlamentaria. Menudo ejemplo. Que orinar en la vía pública durante una reunión de masas tenga multa no habiendo urinarios por ningún sitio y que se vayan de rositas tamaños cafres habiendo estudiado en colegios de pago no me parece justo ni equitativo. No estoy defendiendo lo primero, sino atacando lo segundo.

Uno no puede menos que desear larga vida al Monoloco y un final inmediato para los espectáculos chabacanos y soeces de los tipos trajeados que nos representan en el parlamento de la Unión. Un poco de decoro. Aunque las temperaturas de primavera en pleno otoño permitieron que muchos de los asistentes al festival bailaran sin camiseta, agitando como banderas de juventud los torsos al viento, aun así demostraron ir mucho mejor vestidos por dentro que muchos de esos parlamentarios castellanos y leoneses sin pelos en la lengua. Completamente en pelotas quedaron por fuera, a la vista de todos, como el rey desnudo. Barriobajeros. Sepulcros blanqueados.

No quiero ni debe terminarse así, mezclando churras con merinas. Aunque quizá deban limar algún detalle, como ese reto promocional de poner el cebo de un maletín con mil euros por las calles de la ciudad, que pudo incitar algún conato de altercado entre quienes buscaban hacerse con el tesoro, los promotores de esta iniciativa privada totalmente leonesa y apoyada por el ayuntamiento se merecen un aplauso sin reticencias. Dijeron al presentar el evento en público, ante toda la prensa: «Queremos demostrar que en León se pueden hacer muchas cosas, que hay vida». No fueron bonitas promesas. Ni optimismo preelectoral. Lo demostraron. Larga vida al «hay vida» del Monoloco Fest.

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