Diario de León

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Releo el Buscón, la novela picaresca de Quevedo. Los capítulos los tenía difusos en mi memoria, salvo el dedicado a la estancia en casa del licenciado Cabra y la asquerosa comida que el protagonista allí degusta. Por suerte para él, era escasa. Más aún, «infinita, sin principio ni fin», ironiza el protagonista. Si llega a ser abundante no sale vivo. Aunque peor fue lo de la tortilla de huevos a medio empollar, del Guzmán de Alfarache . No como las palomitas con tenedor, pero suciedades con la comida las justas. En fin, el asco va por barrios. Leo en el periódico que una sopa servida en el Hospital de León a los empleados llevaba gusanos, como certificaba una fotografía. Más bien, cocodrilos. Aquello había dejado de ser sopa, para convertirse en algo de cuyo nombre no quiero acordarme. Tan repugnante como la pota de la niña de El exorcista. La empresa suministradora va a ser objeto de una investigación, qué menos dado que los gorgojos no pueden ser interrogados. ¿La picaresca del beneficio?, ¿sabotaje, interno o externo? ¿accidente? Sea como sea, insano. Puag. Los tropezones, a nadar a la calle. Pero esto ha ocurrido ya hace años con la misma empresa, y en comedores escolares. Una vez es demasiado, dos inaceptable. Urge una explicación, si es que la hay. Y una sanción. A veces, se queda uno con la sospecha de que se dejó correr a los bichos y a la explicación.

Hablando de bichos. Si de niño en el colegio nos hubiesen llevado de excursión en un tren nunca habríamos dado pie a que nos invitasen a bajar del mismo, como ha ocurrido en Palencia, con un grupo de críos de 10 y 11 años y sus profesores. Mucho debían de estar alborotando. Antes, el sopapo formaba parte del plato del día. Y de postre, arroz con leche. Mal estaba tal disciplina, pero la ausencia total de la misma tampoco es admisible. Ni llamar a Herodes, ni hacerles la ola. ¿El malo de la historia es el interventor? Pues ya verán cuando lleguemos a eso del metaverso.

Recuerda el protagonista del Buscón: «Mil veces topé yo con sabandijas, palos y estopa de la que hilaba, en la olla, y todo lo metía —el cabrito de Cabra— para que hiciese presencia en las tripas y abultase». Si vuelve el siglo XVII, que lo haga también su oro.

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